La Anatomía del Perdón

Todos nos enfrentamos a estas pruebas. Uno de los más grandes desafíos de la vida es que nuestros peores adversarios suelen ser precisamente aquellos que están más cerca de nosotros

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Dovber Halevi

Posteado en 17.03.21

Todos nos enfrentamos a estas pruebas. Uno de los más grandes desafíos de la vida es que nuestros peores adversarios suelen ser precisamente aquellos que están más cerca de nosotros…

 

Tengo muchas razones para estar enojado.

Primero que nada, ¿por qué es tanta la gente que critica la forma en que vivimos aquí en Israel? ¿Acaso no podemos vivir la vida en la Tierra Santa de la forma más pacífica posible sin que tengamos que oír las críticas de los cuatro confines de la tierra?

Después está la comunidad en la que vivo. El lugar en el que vivo es muy especial y muy sagrado. ¿Por qué es que siempre tengo que enfrentarme precisamente con todos aquellos que están a un nivel espiritual bastante más bajo?

Después están mis problemas financieros. ¿A qué se debe que precisamente todos aquellos que engañan y estafan a los demás sean los que se quedan con toda la caja? ¿Por qué son ellos los que logran enviarles mensajes (erróneos) a todo el Pueblo de Israel?

Lo más difícil del odio sin sentido es que casi nunca parece carecer de sentido. Todo aparenta estar más que justificado cuando nosotros somos los que jugamos el rol de “buenos chicos”. De lo que no me doy cuenta es de que para el caso, espiritualmente, podría estar comiendo un sándwich de cerdo y queso.

Todos nos enfrentamos a estas pruebas. Uno de los más grandes desafíos de la vida es que nuestros peores adversarios suelen ser precisamente aquellos que están más cerca de nosotros. Precisamente aquellos que más amamos son los que más odiamos. El nivel de emoción ya está presente. El más grande desafío es confrontar no a la persona sino al odio que tenemos dentro de nosotros mismos.
¿De qué manera podemos mantener dentro de nosotros nuestras frustraciones cuando estamos enfrentándonos a todo tipo de pruebas, mientras vemos cómo todos, excepto nosotros, parecen estar tan felices?¿De qué manera podemos canalizar todo ese enojo en forma positiva?

Únicamente recordando estas tres verdades constantes:

Verdad número 1: en lo referente a frustración por las cosas que no están bien, todos los seres humanos sienten esto tarde o temprano.
No existe ni una sola persona que no se sienta completamente frustrada, furiosa o directamente chiflada por todas las cosas que no están bien en su mundo personal o en el mundo en general. Si no sintiéramos nada y no quisiéramos mejorar las cosas, entonces sí tendríamos motivos para preocuparnos. La sensación de frustración está muy bien; la clave consiste en saber cómo canalizarla.

En la Ética de los Padres dice: “Allí donde no hay líderes, esfuérzate por ser un líder” (cap. 2, versículo 5). Esto no implica que tengamos que postularnos para el cargo de Primer Ministro, sino que allí donde no hay nadie que demuestre tener un cierto rasgo de carácter, ahí es donde tenemos que esforzarnos por alcanzar ese rasgo de carácter y servir de ejemplo a los demás.

En vez de unirnos al coro, nosotros podemos ser los que canalicen sus problemas para que sean un catalizador de Dios para alcanzar grandes cosas. Una vez que reconozcamos que todo el mundo tiene algo de lo que puede quejarse, ahí vamos a poder dar el primer paso para aceptar las imperfecciones de la vida con gratitud y con alegría. Esta clase de comportamiento positivo resulta no sólo inspirador sino también adictivo.

Verdad número 2: No importa si el otro nos causó daño o no. Nosotros sí o sí tenemos que perdonarlo.

Siempre hay “esa persona” que desde nuestro punto de vista es la fuente y el origen de todos nuestros problemas. El perdón no es solamente liberar a la persona que creemos que nos causó un mal, sino es liberarnos a nosotros mismos del enojo que nos está ahogando.

Podemos dedicar parte de nuestra plegaria personal a decirle a HaShem que perdonamos a todo el que nos haya hecho algún daño. Podemos perdonar al hombre que nos miró con malos ojos. O a la persona que nos dio cambio de menos o nos cobró de más. Podemos perdonar al “gobierno”, a las “Naciones Unidas” y a “la Bolsa de comercio”.

Todo lo se nos cruza por el camino proviene de HaShem. Sabemos que no hay acciones independientes de Él sino que todo fue designado por HaShem para nuestro máximo bien.

Si todos los días perdonamos a todas las personas, entonces vamos a poder librarnos de una vez por todas de todo el enojo.

Y la verdad es que ya lo estamos haciendo. Nuestros Sabios establecieron que en el primer pasaje del Kriat Shemá que leemos a la noche antes de irnos a dormir, Le oremos a HaShem de la siguiente manera:

Amo del Universo, por las presentes palabras perdono a todo el que me causó enojo o se opuso a mí o pecó contra mí -tanto contra mi cuerpo como contra mi propiedad, contra mi honor o contra cualquier cosa mía; tanto si lo hizo en forma accidental como en forma voluntaria, sin cuidado o a propósito; tanto si lo hizo a través de habla, o del acto, o del pensamiento, o de la noción; tanto si lo hizo en esta transmigración o en otra transmigración. Yo perdono a cada judío. Y que nadie sea castigado por mi causa.

¡Esto es de tanta importancia que incluso se nos manda que perdonemos hasta a aquellas personas que pecaron contra nosotros en vidas pasadas!

Verdad número 3: el perdón no es un favor que uno le hace al otro, sino que es un Precepto Divino.

El precepto de no odiar a nuestro hermano en el corazón y de amar al prójimo son tan importantes como comer comida kasher y observar el Shabat.

En el Mundo Venidero nos vamos a arrepentir mucho por todas esas mitzvot que no llevamos a cabo en esta vida. Las oportunidades de servir a HaShem que sí aprovechamos mientras aún tenemos libre albedrío se escriben en un libro. Y gracias a ellas podremos gozar de una vida eterna en el Mundo Venidero.

Al igual que la caridad, el que da se beneficia más que el que recibe.

La pregunta clave es: ¿A quién en realidad estamos perdonando?

A nivel superficial, estamos perdonando a todos aquellos que nos causaron daño. Pero en realidad nadie nos causó daño. HaShem hizo un decreto de que teníamos que soportar cierto problema o tribulación en un determinado momento y Él designó a un agente en particular para que llevara a cabo ese decreto. ¿Con qué motivos nos enojamos con el intermediario? ¿Acaso no tendríamos que enojarnos con la Fuente?
Lo que ocurre es que Dios no comete errores. Él no hace nada que necesite un perdón. ¿Cómo vamos a perdonar a Aquel que es Perfecto? ¿Cómo podemos perdonar a Aquel que nos da vida, amor y sustento a cada instante de nuestras vidas? ¿Y qué me dicen de todas las veces que nosotros pecamos y Él nos perdonó? ¿Y qué hay de todas las veces que pecamos y jamás pedimos perdón – y a pesar de todo Él continuó insuflándonos aire en los pulmones?

¿Cómo se resuelve el conflicto de no tener que perdonar a Aquel que no necesita perdón con nuestra necesidad de perdonar a alguien por las cosas difíciles que nos suceden?

La respuesta es: perdonando a Sus hijos.

La mejor forma de demostrarle gratitud a HaShem por todo lo que hace por nosotros y de reconocer que tanto lo bueno como lo supuestamente malo es todo Sagrado es perdonando a todas Sus criaturas con el mismo Amor y la misma Compasión con que Él nos perdona a nosotros.

Una vez que nos demos cuenta de que todo lo sucede sucede con un propósito, vamos a alcanzar un punto en el que no habrá necesidad de que nos enojemos. Nos daremos cuenta de que no hay necesidad de odiar. Y con la ayuda de Dios, llegaremos al lugar en el que el perdón será reemplazado con entendimiento.

Ojalá sea muy pronto.

 

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