Crueldad frente a Misericordia

Otra prueba difícil es la prueba de honores. Generalmente, complace al hombre dueño de un cargo que la gente lo necesite, lo lisonjee, etc. Pero, él debe destruir esa imagen...

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Rabino Shalom Arush

Posteado en 06.04.21

Otra prueba difícil es la prueba de honores. Generalmente, complace al hombre dueño de un cargo que la gente lo necesite, lo lisonjee, etc. Pero, él debe destruir esa imagen…

 
Crueldad frente misericordia
 
La prueba más grande del hombre dueño de un cargo público, es con respecto a su instinto de crueldad. En cada hombre existe este instinto que se complace en satisfacer, pero mientras no posee un cargo autoritario, su instinto de crueldad está dormido. Pero en el momento que recibe un cargo y llega a una posición de fuerza, se imagina que le está permitido conducirse según su voluntad, y puede complacerse en satisfacer su crueldad. Este es su examen de fe – seguir detrás de su crueldad o detrás de su atributo de misericordia. Porque así como existen muchos funcionarios crueles, por el contrario existen también muchos funcionarios que se conducen con una gran compasión, e inmediatamente logran una recompensa muy grande por sus acciones.
 
Los Sabios enseñaron que “En el porvenir, el Creador demandará de los jinetes por la injuria a sus caballos”. Entonces, con mayor razón la ofensa a los seres humanos. Por lo tanto, el funcionario debe rezar más que cualquier otra persona para lograr destruir el instinto de crueldad que posee y conducirse con misericordia.
 
Honores
 
Otra prueba difícil es la prueba de honores. Generalmente, complace al hombre dueño de un cargo que la gente lo necesite, lo lisonjee, etc. Pero, él debe destruir esa imagen y no buscar honores y adulación pues ese es un placer ilusorio. Y como enseñaron los Sabios: “¿Cuál es el honorable? – el que respeta a los demás”, cuyo significado es que el verdadero honor del hombre es únicamente cuando respeta a todos, y no cuando lo honran a él. Con mayor razón, si aprovechara su posición para recibir beneficios o sobornos para satisfacer sus apetitos o toda otra cosa contra la moral.
 
Un  hombre  que  siente  auto-importancia  y  arrogancia, ciertamente caerá en desgracia, porque “La soberbia precede a la ruina”. Al comienzo, él goza de los honores y empieza a pensar que es importante, y esta es la causa por la que después recibe golpes – en su casa, donde lo desprecian por todo el orgullo que colectó durante el día; en su lugar de trabajo, por medio de la presión de sus jefes, o por sus subordinados que se rebelan contra él; y así más desprecios parecidos, y todo debido a su arrogancia.
 
Humillaciones
 
Otra prueba es cuando el hombre sufre injurias, insultos o humillaciones en el marco de su trabajo. También en estos casos el hombre se enfrenta con un examen de fe. Incluso si según las leyes de este mundo pareciera que lo desdeñan injustamente, según las Leyes del Creador todo es justo y con justicia. Ciertamente no hay ningún equívoco en el Cielo, y el hombre se merece sufrir esas humillaciones. La simple explicación es que el Creador tiene una cuenta con él que debe pagar, y Él sólo usa al ofensor para castigarlo.
 
Se cuenta sobre un gran Justo que preguntó una vez a sus discípulos: “¿De qué manera quieren ustedes expiar sus pecados?, ¿quieren sufrir pobreza?”. “No”, le contestaron. “¿Enfermedades?”. “No”. “¿Conflicto con vecinos?”. “No”. “¿Exilio?”. “No”.
 
Les dijo: “Entonces, reciban todos los desdenes que les llegan con amor, y esa será vuestra expiación de pecados”.
 
Por lo tanto, hay que recibir todo con amor y arrepentirse. El hombre no debe pensar que le está permitido devolver insultos, o usar su autoridad para vengarse del que lo desdeña o lo maldice. Porque si aflige al hombre que lo enfrenta, él deberá presentar una rendición de cuentas adicional al Creador. Y desde el Cielo le dirán: “¡¿No es suficiente que ignoraste los sufrimientos que te fueron mandados, ni te estimularon para arrepentirte, sino que agregas otro pecado sobre tu delito, y cometes la transgresión de ‘Entre una persona y otra’?! Deberías entender que esas humillaciones provienen del Creador, y tu problema es con Él, no con el hombre que te desdeña y no tienes ningún permiso para afligirlo”.
 
Esto  aprendemos  del  Rey  David.  Cuando  escapó  de Jerusalén como consecuencia de la rebelión de su hijo Absalón, lo enfrentó Simí hijo de Guerá, lo insultó e injurió con enérgicas maldiciones, humillándolo frente a todo el pueblo, tal como está escrito (Samuel II, 16:5–7): “Y he aquí, sale de allí un hombre de la familia de la casa de Saúl, y su nombre es Simí hijo de Guerá, y sale maldiciendo. Él arrojaba piedras a David, y a todos sus servidores, a pesar de que todo el pueblo y todos los guerreros estaban a la derecha y a la izquierda del rey. Y al maldecirlo, así decía Simí: ‘¡Sal, sal de aquí, hombre sanguinario y vil!’”.
 
Cuando quiso Abisai, el general del ejercito del Rey David, castigar al desvergonzado Simí y matarlo, como está escrito (íd. versículo 9): “Abisai, hijo de Seruiá, dijo al rey: ‘¿Cómo se atreve este perro muerto a maldecir a mi señor, el rey? ¡Déjame pasar y le cortaré la cabeza!’”, el Rey David no lo permitió, a pesar que tenía la posibilidad y el permiso para castigarlo, ya que todos sus valientes guerreros estaban con él, y ¿quién les objetaría que se vengaran del hombre que despreció al rey?
 
Pero el Rey David no vio ni escuchó frente a él a un hombre maldiciéndolo, él sólo sabia que eso provino del Creador y sólo de Él, y por eso les dijo: “¿Qué tengo que ver yo con ustedes, hijos de Seruiá? Si él maldice, es porque el Eterno le ha dicho: ‘¡Maldice a David!’. ¿Y quién podrá entonces preguntarle por qué lo hiciste?…”. “Déjenlo que maldiga, porque así el Eterno se lo ha dicho”.
 
¡Y así abandonó el Rey David la ciudad real con humillaciones e insultos sin responder ni una palabra! Como está escrito (íd. versículo 13): “… y como David y sus hombres siguieron por el camino, Simí iba por la ladera de la montaña, enfrente de él; andando y maldiciendo, arrojando piedras y esparciendo polvo contra él”.
 
En el momento que el Rey David dijo estas palabras: “El Eterno le ha dicho: ‘¡Maldice a David!’”, fue gratificado con uno de los más elevados niveles espirituales que existen.
 
Por lo tanto, el hombre al que le llegan tribulaciones en el marco de su trabajo, las debe aceptar con amor como expiación de sus pecados, y no vengarse del hombre que lo humilla. Sino por el contrario, debe sobreponerse y comportarse con misericordia, porque el hecho de que ese hombre peca contra él no le permite a él también pecar.
 
 
Continuará…
 
 
(Extraído del libro "En el Jardín de la Fe" por Rabi Shalom Arush, Director de las Instituciones "Jut shel Jésed" – "Hilo de Bondad")

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