La Historia de Frida

Cuando llegamos a Auschwitz, yo tenía quince años de edad. Al bajar del tren, lo primero que perdí fue a todos mis seres queridos. Me quedé completamente sola…

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Dr. Zev Ballen

Posteado en 19.04.23

Cuando llegamos a Auschwitz, yo tenía quince años de edad. Al bajar del tren, lo primero que perdí fue a todos mis seres queridos. Me quedé completamente sola…

Estimado Dr. Ballen:

¡Yo quiero que la gente conozca la grandeza de Hashem!

Yo soy sobreviviente del Holocausto; nací en Munkacz, Checoslovaquia.

Cuando llegamos a Auschwitz, yo tenía quince años de edad. Al bajar del tren, lo primero que perdí fue a todos mis seres queridos. Me quedé completamente sola. Un soldado me empujó a un costado, del lado donde estaba la gente que era enviada a los crematorios. Entonces vino otro soldado y me empujó al otro lado, que era donde estaba la gente que iba a ser “seleccionada” para otras cosas. En ese momento no me di cuenta, pero más tarde tomé conciencia del enorme milagro que había tenido. Esa fue la primera de las muchas veces en que me salvaría de una muerte segura.

Una vez, estando yo en Auschwitz, formaba parte de un grupo de personas que fueron enviadas a darse “una ducha” (en las cámaras de gas) y allí nos entregaron un pedazo de “jabón RYF” (jabón hecho de grasa de piel judía). Nos quedamos todos parados desnudos con el jabón en las manos y ¡el gas no funcionó!

¡Qué milagro!

Otro de los milagros fue cuando, junto a un grupo de jóvenes de quince y dieciséis años, me encontré frente al infame Dr. Mengele, que estaba seleccionando a quiénes iba a poner a trabajar como esclavos de los Nazis, y quién terminaría en el crematorio. En un momento, me señaló, y me preguntó qué edad tenía. Tratando de salvarme, le dije que tenía dieciocho años. Entonces me preguntó en qué año había nacido, y si bien yo era muy buena en matemática, estaba tan aterrorizada que empecé a tartamudear y entonces me mandó al crematorio.
Ese día lloré tanto… sabía que mi destino había sido decidido. Yo estaba con los niños, con los viejos y con los enfermos, con todos los que iban a terminar en el crematorio. La gente que se mantenía con vida era enviada al “baño” (que en realidad no era más que una zanja) una vez por día. Una mujer que estaba en la fila de personas que iban al “baño” fue mi ángel salvador; simplemente me tomó del brazo y me dijo “tú vienes con nosotros”. Si la llegaban a descubrir, se enfrentaba a una muerte segura. Gracias a ese ángel, terminé yendo al campo de concentración llamado Christianstadt a trabajar con otras mujeres.

Otra instancia en la que me salvé por milagro fue cuando yo formaba parte de un grupo de presas que talaban árboles (¡sí, yo, una jovencita de apenas quince años!) y separaban las vías del tren. Un día, se me cayó encima un carro de arena y entonces sí que pensé que ese sería mi fin! Las otras jóvenes hicieron un denodado esfuerzo por sacarme de allí.

Mientras trabajaba en Christianstadt, las presas solían preparar “sopa” con cáscaras sucias de papa que sacaban de la basura. Una vez alguien por accidente dio vuelta la olla hirviendo encima de mí y me quemé, pero a pesar del atroz dolor que sentí, no podía gritar. Me dijeron que si me quedaba en silencio, me iban a llevar a la enfermería pero que si gritaba, me iban a dejar morir sin que nadie se enterara…
Yo me mordí la lengua y los labios y me llevaron a la enfermería, donde había una médica judía muy amable, que me advirtió que mejor sería que volviera corriendo al cuartel, porque justo en ese momento estaban cavando una zanja enorme para arrojar allí a todos los enfermos que ocupaban las camas de la enfermería. Los iban a arrojar a todos vivos a la zanja y los iban a enterrar vivos. Hasta hoy no sé de dónde saqué fuerzas físicas o emocionales, pero me fui corriendo y aquí estoy hoy contándoles esta historia.

Dr. Ballen, siento que por ahora no puedo escribirle más. Solamente quería que la gente supiera lo grande que es Hashem. ¡Cuántas veces me salvó, para que pudiera sobrevivir y traer al mundo tantos estudiosos de la Torá, tantos defensores de Israel y tantos que contribuyeron al pueblo de Israel! (mis hijos, nietos y bisnietos).

Gracias, Hashem, un millón de veces gracias por la enorme bondad que hiciste conmigo una y otra y otra vez más!

Frida Solomon (Meller)
Ramat Tamir, Jerusalén.

Estimada Frida:

Lo único que me queda por decir es “gracias” por compartir conmigo su historia tan increíble. Usted me recordó, de la manera más poderosa, hasta qué punto Hashem es capaz de obrar milagros para aquellos que se aferran a Él en todo momento con una fe de hierro. Usted vio y fue testigo de milagros semejantes incluso en un lugar en el que era natural ver solamente la oscuridad. Y si después de todo lo que sufrió es capaz de alabar la grandeza de Hashem, entonces ¿qué puedo decir yo? Yo pertenezco a una generación de niños pequeños y malcriados en comparación con alguien como usted. No obstante, me da mucho orgullo que estemos relacionados.

Hay algo que mi rebe, el Rav Shalom arush, dijo una vez que yo no llegué a entender del todo hasta que leí su carta. Rav Arush dijo que, en realidad, en el Holocausto hubo una revelación más grande de la Luz de Hashem que la que hubo en la época del Beit HaMikdash. Ahora comprendo que la Luz de la que hablaba el Rav Arush era la luz que proviene de gente tan especial como usted.
Con un enorme respeto, gratitud y admiración,

Dr. Zev Ballen

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1. Fabienne

7/28/2019

Es maravilloso que existan personas tan valiosas supervivientes es un honor poder leer experiencias que aportan tantán enseñanzas.

2. Modesta Teresa Rodríguez Sauza

4/16/2018

Gracias por su testimonio

Dios es real. Yo creo en el único y verdadero Dios, El Dios de Israel. Mi oración por El amado pueblo judío. Dios te bendiga . Dios bendiga y guarde siempre a Israel. Amén.

3. Modesta Teresa Rodríguez Sauza

4/16/2018

Dios es real. Yo creo en el único y verdadero Dios, El Dios de Israel. Mi oración por El amado pueblo judío. Dios te bendiga . Dios bendiga y guarde siempre a Israel. Amén.

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