El largo camino a casa

Tras enterarme de que mi padres estaban a punto de divorciarse, supe que tenía que encontrar sentido a mi vida. Y entonces…

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David Perlow

Posteado en 05.04.21

Cuando me enteré de que mis padres se iban a divorciar, supe que no iba a poder pasar solo por esta inevitable tormenta. Siendo estudiante universitario, había tratado de encontrar sentido a la vida a través de la meditación, el ejercicio, la música y explorando las diferentes religiones. Pero cuando sucedió esto en mi familia, me dirigí a mis raíces, o sea, el judaísmo.

 

Con el mínimo entendimiento de judaísmo que tenía por esa época, ordené un par de tefilín que costaba 400 dólares en internet, que al final resultó ser no kasher. Poco a poco empecé a estudiar temas de judaísmo, las plegarias y el Shabat. Los Shabats los pasaba solo con mi perro y usando vino dulce de kidush muy barato. No tenía idea de lo que estaba haciendo y ni siquiera sabía todas las reglas. Para mí, lo que sí tenía sentido era lo de dormir cuanto quisiera y lo de beber vino con la comida. Yo era un joven universitario de Arizona y todavía no era lo que se dice un judío observante en todo el sentido de la palabra. De hecho, al comienzo hacía el kidush de la noche y después me iba al trabajo. Y cuando no tenía que trabajar, iba a la discoteca. Sabía que no estaba haciendo las cosas bien pero las hacía al ritmo que estaba bien para mí en ese momento.

 

Así fue pasando el tiempo y cada vez el tema del divorcio empezó a formar parte de nuestras vidas. ¿Quién se queda con qué? ¿Cuánto recibe cada uno? ¿Qué va a pasar con los otros chicos? La cabeza me daba vueltas. Para mi gran alivio, todas las semanas la sinagoga reformista tenía un maravilloso servicio de Shabat con orquesta y todo (¡!). Yo no sabía que estaba prohibido tocar música en Shabat pero sí sabía que estaba prohibido conducir. No obstante, iba a la sinagoga en mi coche a buscar pequeñas dosis de fe cada semana. Una noche, el rabino nos dijo que a la semana siguiente íbamos a tener un invitado de Israel. La noticia me causó un gran impacto. Me emocioné muchísimo al pensar que iba a conocer a alguien de la Tierra Santa! ¡Seguro que la semana que viene iba a asistir!

 

Toda esa semana me la pasé esperando escuchar hablar al invitado de Israel. ¿De qué iba a hablar? ¿Estaba en el ejército? Tal vez iba a decir algo que me iba a cambiar la vida completamente. Finalmente llegó el viernes y me di una ducha, me puse la mejor ropa que tenía, me puse colonia y fui. Todo el tiempo pensando: “De qué va a hablar…?”.

 

Estacioné junto a la sinagoga. Había llegado temprano para asegurarme un asiento en la primera fila. La gente siguió llegando hasta que finalmente la sinagoga estaba a lleno. No cabía ni un alfiler. El grupo musical tocaba música rock a todo volumen y todos sonriendo recibimos el Shabat. Este es un recuerdo que iba a durar toda una vida. Entonces el invitado subió al podio…

 

“Shalom, como sabrán, he venido a transmitirles un importante mensaje. He venido a compartir con ustedes mi opinión acerca de la injusticia que es que no haya transporte público en Shabat en el Estado de Israel”… Casi me atraganté…

 

Aquí estaba yo, orándole a Hashem para que me ayudara en el desafío más grande de mi vida, viendo a mis padres divorciándose, y precisamente en la casa de fe, este orador viajó 14 años para decirme que no puede subirse al autobús en Jerusalén? Sentí que me hervía la sangre…

 

Yo mismo conducía en Shabat y sabía que estaba prohibido. Pero por algún motivo algo me hizo click adentro cuando oí a este hombre expresando su opinión. En ese momento, me di cuenta de lo tremendamente inadecuado que era su mensaje dada la oportunidad que se le había dado. Porque podría haber hablado de la importancia de la aliá o de invertir en Israel o fortalecerse en la Torá. Pero no. Simplemente se puso a parlotear de su propia inconveniencia personal.

 

Al escuchar hablar a este hombre, me surgió algo adentro que me ayudó a cambiar de forma de vida para siempre. Mientras él hablaba, yo tomé la decisión de que nunca más iba a conducir en Shabat. Simplemente me harté de “redondear” mi judaísmo. Esta persona trató de decirnos que no hay reglas a las que tengamos que aferrarnos, y eso me ayudó a ver que estaba viviendo una mentira.

 

Disfruté enormemente cada paso que di en mi caminata de noventa minutos de regreso a casa.

 

Y ahora les pregunto: ¿hay algo que les está molestando? ¡No se queden sentados! Pronúnciense. Cambien su mundo. El cambio empieza por uno mismo.

 

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