El Precio de la Paz

Ella tenía todo el derecho de enojarse, porque se había cometido una terrible falta contra ella. Pero con la influencia de su hermano, que sabía lo que era la Emuná, ella hizo algo increíble…

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Dr. Zev Ballen

Posteado en 05.04.21

Cuando Sonia estaba en su lecho de muerte, le dijo a su amiga, Raquel, que era viuda:

“Cuando yo me vaya de este mundo, no seas tímida y te alejes de mi casa.  Has sido parte de nuestra familia durante muchos años y tienes que seguir estando conectada. Ese es mi deseo”.

Raquel no era tímida para nada. De hecho, se casó con Sam, el marido de Sonia, poco después de la muerte de esta.

Sam tenía ochenta y pico de años por ese entonces y no tenía muchos familiares ni apoyo social. Raquel era enfermera y fue una excelente compañera para Sam, que tenía por lo menos veinte años más que ella.

Sam volvió a redactar y le dejó todo lo que tenía a su nueva esposa y a los hijos de ella, y al hacerlo dejó fuera del testamento a sus propios hijos.

¿Acaso ese era el deseo de Sonia, que el fruto de todos aquellos años que había trabajado con tanto esfuerzo fueran a parar a los hijos de otra persona en vez de a los suyos? Cuesta creerlo, pero ahora que ella ya estaba en el Cielo, ¿quién sabe cuáles son sus prioridades? ¿Acaso la paz ahora era más importante para ella?

Sonia había tenido dos hijos que jamás habían sido muy amigos entre ellos. Llamémoslos Doris y Edu. Edu conoció el concepto de Emuná  y decidió que si esa era la voluntad de Dios, que él fuera excluido de la herencia, entonces que así fuera. Por esa razón, Edu continuó estando en contacto con su padre y su madre adoptiva.

Por su parte, Doris, que había sido la preferida de su padre, no pudo soportar la sensación de ser abandonada y rechazada. El odio a su madre adoptiva la llevó a decir toda clase de palabras y entonces la otra parte respondió y siguió una guerra. Muy rápidamente la Mala Inclinación se metió y Doris y su padre dejaron de hablar. Esta situación tan lamentable duró ocho años, hasta que Edu finalmentepensó en algo.

Edu, que había comenzado su práctica de hablar con Dios a diario durante una hora, se “despertó” un día con tiernos recuerdos de él y su hermana cuando eran pequeños. Además, empezó a sentir que iba a tener que dar cuentas de no haber hecho un esfuerzo por estar más cerca de su hermana. La salud de Doris había ido en declive desde que se inició la pelea.

Edu empezó a llamar a su hermana todas las semanas y finalmente, tras toda una vida de distancia emocional entre ambos, empezó a surgir el cariño fraternal entre hermano y hermana.

Edu partió rumbo a Chicago, aparentemente para visitar a su padre, pero con la intención de hablar con ambas partes para una reconciliación. Cuando llegó a Chicago, Edu otra vez oró, esta vez mucho más tiempo. Edu oró para que Dios tuviera compasión de su anciano padre, que él sabía que aún amaba a su hija Doris. Ed también oró para que su hermana recobrara la salud en virtud de hacer las paces con su padre y darle la alegría a su padre de estar en contacto con sus nietos en sus últimos años de vida.

Después de orar, Edu llamó a su hermana y le contó todo lo que se le ocurrió acerca del concepto de Emuná. Le dijo a su hermana que a él tampoco le había gustado nada que los dos hubieran sido excluidos del testamento de su padre, pero que si Dios no quería que tuvieran ese dinero, entonces él tampoco lo quería. Le dijo que todo lo que había sucedido era por designio de Dios y que si bien él no sabía de qué manera todo esto podía ser para bien, que él estaba convencido de que al final así sería.

En teoría, Doris aceptó el argumento de su hermano, respecto a que todo había decidido desde Arriba. Ella dijo que jamás había tenido la intención de impugnar el testamento. Ella solamente quería que su padre volviera a estar en contacto con ella, pero no tenía idea de cómo iba a poder ser, siendo que después de todo ese tiempo Raquel seguramente no le iba a permitir acercarse nuevamente a su padre.

Edu se encontró con Raquel y con su padre y les dijo que si bien él y su hermana no estaban felices con el cambio en el testamento, que no lo iban a impugnar.

“Lo que Dios quiere es paz”, dijo Edu.

En el rostro se Raquel se apreció una clara señal de alivio, cuando oyó que Doris (que es abogada), no iba a impugnar el testamento. Pero ese no era el único problema que Raquel tenía con Doris. Después de la pelea, había quedado mucho resentimiento y mucho enojo de por medio.

Edu le preguntó a su madre adoptiva si estaba dispuesta a pedirle perdón a su hermana por su parte en el conflicto, si es que Doris hacía lo mismo.
 
Raquel se negó: “¿Pedirle perdón? ¿Por qué? ¡Yo jamás le hice nada!”.

Edu habló con su hermana y le dijo que parecía que Dios le estaba dando la extraordinaria oportunidad de obtener la máxima recompensa por hacer las paces con Rajel, pero que venía con un precio  –  que tenía que ser “la grande” y “aceptar la culpa” de todo.

Doris no podía hacer algo así. Era demasiado después de todo lo que Raquel había mentido y manipulado y hablado mal de ella a su padre y a otras personas. Cuando Edu colgó el teléfono, ya no tenía idea de qué otra cosa podría hacer, así que se sentó a orar y pedirle a Dios que su hermana tuviera la fortaleza para ponerse a la altura de las circunstancias y en aras de la paz, pudiera anular su propio orgullo y dominar su enojo.

Pasaron cinco minutos y sonó el teléfono. Era Doris. Había cambiado de opinión.

Se arregló un encuentro para el día siguiente. Al encuentro asistieron Edu, Doris, Raquel y Sam. Después de varias palabras “de presentación”, Raquel presionó a Doris para que se disculpara y la agarró desprevenida. Entonces la discusión fue subiendo de tono…
Edu Le habló a Dios en silencio y Le rogó que pusiera fin de una vez por todas a la hostilidad que lo rodeaba. Entonces le tomó la mano a su hermana y la llevó a una habitación.

“Ok”, le dijo. “Vamos a ver. ¿Para qué vinimos a reunirnos?”.

“Para hacer las paces”, dijo ella.

“Bueno, obviamente que así no va a resultar”.

Con lágrimas en los ojos, ella dijo: “Ya sé, pero es que no la soporto. No sé qué hacer. ¿Qué le puedo decir? Me parece que no puedo hacer algo así”.

“¿Quieres que yo hable en tu lugar, Doris?”.

“Sí”.

“Ok, entonces vamos, yo voy a hablar”.

Ambos volvieron al comedor y Edu tomó las riendas del asunto. Y dijo así: “Mi hermana se siente abrumada, así que me pidió que hablara en su lugar”.

Dirigiéndose a Raquel, continuó: “Raquel, Doris quiere pedirte perdón por todo lo que sucedió y por todo lo que no se acuerda que pasó entre ustedes”.

Todo esto llevó cinco minutos. Y listo. Se terminó la guerra. Raquel sonrió.

Al día siguiente, todos salieron juntos a almorzar, acompañados por Alberto, el marido de Doris, y sus dos hijos. Una semana más tarde, Raquel invitó a Doris y Alberto a que comieran en su casa. Más tarde esa misma semana, Sam llamó a Doris para pedirles la dirección de sus nietos, para que pudiera escribirles y mandarles regalos.

Esta es una historia real. Los nombres y demás datos fueron cambiados para proteger la privacidad de las personas involucradas. Y en mérito de este tremendo auto sacrificio que demostraron estos dos hermanos, que todos los que necesitan paz en el hogar y en sus relaciones familiares puedan encontrarla muy rápidamente. Amén.
 

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