El Primer Templo – Comienzo de la Caída

El Rey Salomón construyó el Primer Templo 480 años después que los judíos salieron de Egipto. Siete años se prolongó su construcción...

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Grupo Tora

Posteado en 06.04.21

El Primer Templo y el comienzo de su caída

El rey Salomón construyó el Primer Templo 480 años después que los judíos salieron de Egipto. Siete años se prolongó su construcción y durante este período ninguno de los obreros del rey sufrió enfermedad alguna; ninguna herramienta se rompió, ningún material se extravió. Una vez concluida la tarea, el Templo fue erigido, y el rey Salomón convocó a todo el pueblo en el Beit HaMikdash en el mes de Tishrei, para que todos juntos celebraran su inauguración. En este instante tan aguardado y festivo, el rey Salomón profundamente emocionado bendijo al pueblo.
 
Tras la inauguración del Beit HaMikdash, HaShem se reveló al rey Salomón a través de un sueño y le dijo: "He escuchado tu plegaria y tu ruego… y si marchas por mi senda… íntegra y rectamente… mantendré eternamente tu reino en Israel". Mas HaShem le aclaró qué sucederla si ellos y sus descendientes si no cuidaban los mandamientos y las leyes: "Y arrancaré al pueblo de Israel de sobre esta tierra y también esta Casa destruiré. Y entonces todos preguntarán: ¿Por qué HaShem hizo tales actos con esta tierra y esta Casa?".
 
Este fue el mensaje divino revelado al rey Salomón. Y ciertamente, durante la época del rey Salomón, el pueblo cuidó estrictamente las mitzvot (preceptos), e Israel mereció vivir una etapa brillante de paz y tranquilidad. El reino de Salomón logró estabilidad y cada cual pudo sentarse calmamente "bajo su viña y bajo su higuera". El Beit HaMikdash permaneció en pie durante 410 años. Mas el pueblo de Israel se apartó del camino indicado por HaShem y marchó tras otros dioses, y ya en los días de Rejavam, hijo de Salomón, el reino de David fue dividido. Diez tribus de Israel proclamaron por rey a Ierovam ben Navat, conformando el reino de Israel y estableciendo a Shomrón por capital. Por otra parte, las tribus de Iehudá y Biniamin proclamaron por rey a Rejavam, hijo de Salomón, continuando con el reino de Iehudá y aceptando a Jerusalén por capital.
 
A partir de entonces el reino de Israel quedó separado en dos reinos, generando entre ellos una gran disputa hasta el punto de provocar la guerra entre los mismos hermanos. Por desgracia, tanto la tribu de Iehudá como las diez restantes continuaron pecando. Rendían culto a dioses extraños, colocaron altares en cada montaña y debajo de cada árbol, y siguieron el camino de las demás naciones. Mas HaShem no los castigó inmediatamente. Durante cien años les envió profetas que advirtieron al pueblo y les rogaron que se arrepintieran. Sin embargo todo fue en vano. Ellos no se arrepintieron y continuaron pecando y transgrediendo.
 
En especial continuó pecando el reino de Israel, hasta que la copa se rebasó. HaShem envió a Shomrón a Shalmaneser, el rey de Ashur, quien exilió a las diez tribus y al rey Hoshea ben Ela a la tierra de Ashur, y hasta nuestros dias nadie conoce su exacto paradero. En la Tierra de Israel sólo quedaron los miembros de la tribu de Iehudá. En aquellos dias reinaba Jizkiahu, quien siguió rectamente el camino de HaShem, tal tomo lo hiciera el rey David. Fortificó y profundizó en el pueblo el estudio de la Torá y el cumplimiento de las mitzvot; terminó con los altares y destruyó los ídolos a los que el pueblo servía. Así, el rey logró el arrepentimiento y la recomposición de su generación. Mas al morir ascendió al trono su hijo Menashé, y nuevamente volvió a apartarse del buen camino. Hizo, rotundamente, lo malo para el Creador. Construyó nuevamente los altares de culto al Baal, y dentro mismo de los patios del Beit HaMikdash construyó altares para servir a todas las constelaciones celestiales. Colocó un ídolo dentro del Beit HaMikdash, y renovó el culto a Molej. Durante su reinado también fue derramada la sangre de muchos hombres justos e inocentes.
 
Los actos de Menashé terminaron por colmar la paciencia divina en referencia al reino de Iehudá. HaShem les envió a los profetas Najum y Jabakuk, quienes profetizaron sobre el final de Jerusalén y el reino de Iehudá. Por medio de tanta dura profecía era advertido el pueblo, mas sin resultado alguno. También el hijo de Menashé, Amón, siguió los pasos de su padre y arrastró al pecado al pueblo entero.
 
Sin embargo tras la muerte de Amón, ascendió Ioshiahu al trono de Iehudá, e hizo lo recto ante el Creador, quemando y terminando con todos los ídolos. Mas ya se había establecido el decreto divino y no alcanzó a calmar la ira divina provocada por las transgresiones de Menashé. Durante la vida de Ioshiahu no acaecieron calamidades, y gracias a su justicia el reino de Iehudá se mantuvo seguro y el Beit HaMikdash no perdió su estabilidad. Solo después de su muerte comenzaron los primeros signos de destrucción en Jerusalén y Iehudá.
 
– Selección extraída del libro "Jerusalem de Oro", © Ed. Jerusalem de México –
 
(Con la amable autorización de www.tora.org.ar)

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