Cuando la Belleza Se Torna Desagradable

Las fuerzas del Cielo y las fuerzas de la Tierra poseen, ambas, misiones que deben cumplir; pero difieren en…

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Rabino Eliahu Kitov

Posteado en 05.04.21

Las fuerzas del Cielo y las fuerzas de la Tierra poseen, ambas, misiones que deben cumplir; pero difieren en
 
 
Cuando la belleza se torna desagradable
 
Las fuerzas del Cielo y las fuerzas de la Tierra poseen, ambas, misiones que deben cumplir; pero difieren en cuanto a su libre albedrío. Las huestes celestiales sólo pueden hacer lo que se les encomendó. Los hombres, en cambio, pueden por su elección alterar la naturaleza de sus deberes, generando el mal para sí mismos y para el mundo entero. Cuando la belleza de Iéfet se alberga dentro de las tiendas de Shem y lo sirve, pasa a ser genuina. Pero, cuando la sirvienta procura reemplazar a su ama -o sea, cuando la belleza de Iéfet intenta dominar las tiendas de Shem-, ¡no existe cosa más desagradable que esto!

La fortaleza degenera en tiranía cruel, la sabiduría se transforma en astucia, y la verdad se convierte en tergiversación. ¿Por qué? Porque si no fuera por la tiranía, la astucia y la tergiversación, ¿se sometería el ama a su criada? ¿Qué sucedió con la belleza?
Los gobernantes de Grecia estaban dispuestos a aceptar la mayor parte de la Torá, aquellos conceptos que creían podían ser “vertidos en recipientes griegos”. Pero había tres Mitzvot que querían anular: Shabat, la consagración de los meses y la circuncisión. Si lograban abolir estas tres, las restantes podrían convertirse en rituales griegos instructivos pero insignificantes, que finalmente caerían en el olvido.

 
El Shabat sirve para recordar a quienes lo observan -o lo ven cumplir- que el mundo tiene un Creador; que es por medio de Su palabra que la nada cobra existencia y todo lo existente vuelve a la nada. El Shabat proclama: “Honrad a vuestro Creador, que toda la tierra se prosterne ante El”. Los griegos manifestaban: “Que el Shabat sea desarraigado y su recuerdo olvidado. Somos los amos del mundo y sus habitantes; sólo ante nosotros os prosternaréis”.
 
La consagración del mes (kidush hajódesh) recuerda a todos los que la realizan -y a quienes la presencian- que el poder de Di s controla el tiempo. No todo es fijo ni perdura en el tiempo, ni tampoco éste controla a quienes viven dentro de sus confines. Por el contrario, todo depende de la santidad que invisten a los meses aquellos que temen a Di-s y satisfacen Su voluntad. Cuando el beit din consagra el nuevo mes, en ese momento las Festividades pasan a ser consagradas, invistiéndose de manantiales de santidad que elevan tanto el cuerpo como el alma.
 
Pero si el beit din no lo santifica, el tiempo perdura como uno de los elementos más mundanos y no existe cosa capaz de adquirir santidad. Incluso si todos los reyes de occidente y oriente se reunieran para intentar elevar una única alma de la degradación a la santidad, no podrían hacerlo. Así, los griegos proclamaron: “¡La consagración de los meses será abolida y olvidada! ¡Sólo nosotros determinaremos los momentos de celebración y festividad! ¡Fijaremos las fechas de alegría y de aflicción!”.

La circuncisión (brit milá) recuerda a todos aquellos que ingresan en su pacto -y quienes lo ven cumplir- que tanto el cuerpo como el alma se mantienen ligados a una sola fuente. Tal como el alma está vinculada al mundo material y obligada a existir dentro de los límites impuestos por las leyes de éste, sujeta a su influencia, de igual modo el cuerpo mantiene conexión con lo etéreo y debe funcionar conforme sus leyes y dictados. Ambos mundos son uno solo: el mundo del Creador. Todo lo existente en ellos son Sus servidores y acatan Su voluntad.
 
Por eso, los griegos declararon: “Este pacto será erradicado. Que su cumplimiento no represente un desafío para nuestros hombres sabios que enarbolan la existencia de dos mundos independientes. El cuerpo representa al irrefrenable soberano de un mundo y no hay cosa que se le interponga y le impida satisfacer sus deseos, y el espíritu representa al soberano irrefrenable del otro mundo, y nada existe que se le interponga y le impida remontarse a las alturas, entonando sus cánticos y soñando sus sueños. El cuerpo no está sometido al alma ni el alma al cuerpo. ¡El cuerpo puede ser un cerdo y el alma un ángel!”.

Un mundo sin Creador, un año desprovisto de santidad, un cuerpo carente de límites. ¿Existe algo más repugnante? Imágenes de belleza externa en lugar de visiones Divinas, conflagraciones de deseos que reemplazan la santificación de lo material. ¿Qué valor tiene este tipo de vida?
 
 
– Extraído de Nosotros en el tiempo. Rab Eliahu Kitov –
 
(Gentileza de www.Torá.org.ar)

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