En esta casa nadie me valora!

Todos nos quejamos de que nuestro marido-mujer-hijos-jefe-amigos-familiares no nos valoran. ¿Y por casa cómo andamos?

4 Tiempo de lectura

Rajeli Reckles

Posteado en 05.04.21

Esta semana que pasó fue catastrófica. Pensándolo bien, tal vez esté exagerando un poquito. Bueno, digamos que fue bastante difícil. Uno de mis hijos tuvo fiebre y entonces lo contagió al bebé, que estuvo enfermo casi toda la semana. Pero la fiebre no fue lo peor de todo. El pobre bebé tenía la nariz tapada, congestionada y a veces tosía tan fuerte que parecía que se le iba a salir toda la panza por la boca! Una noche tras otra me senté sosteniéndolo en brazos mientras el pobrecito trataba de dormirse y yo trataba de no quedarme dormida, no fuera cosa que se me cayera de los brazos!

 

Varias veces lo llevé al médico y cada vez me dijo lo mismo: “tiene los pulmones limpios”. Al final, en la tercera vista, apelé a todo mi encanto para convencer al médico de que le hiciera una nebulización. Sí – tienen razón – lo amenacé!

 

Casi al final de la semana, empecé a enfermarme. Por supuesto, todas las madres sabemos que cuando nos enfermamos, no tenemos “un día libre”. Tenemos que lamernos las heridas y seguir adelante con todo el trabajo sobrehumano sin bajar el ritmo. ¡Dios no quiera que mi marido tenga que prepararles el almuerzo a los niños un solo día! ¡Yo no voy a permitir algo así! ¿Por qué no, quieren saber? Porque los va a mandar al colegio con pan con chocolate, obleas de chocolate y papas fritas! Por eso!

 

También es una imposibilidad científica que él alguna vez lave la ropa, porque desde el día que se casó por algún motivo se olvidó de cómo se enciende el lavarropas… El viernes, para que se den una idea, yo estaba tan apurada para llegar a tiempo antes de Shabat que cometí el tremendo error de pedirle a mi queridísimo marido que trajera la ropa del secarropas. Él me la trajo y estaba por la mitad, lo cual es bastante raro, porque por lo general yo lavo la ropa cuando el cesto de la ropa sucia se llena hasta el tope, o sea, cada cinco minutos. Bueno, resulta que me puse a doblar la ropa que me trajo y después de doblar unas cuantas camisas, me di cuenta de que algo no estaba bien. Miré la camisa bien de cerca y me di cuenta de que estaba sucia. Me quedé todo un minuto pensando, y dado que mis neuronas habían entrado en hibernación al empezar el invierno, no logré descifrar por qué toda esta ropa todavía estaba sucia.

 

Entonces lo llamé a mi marido y le pregunté: “¿De dónde sacaste esta ropa?”.

 

“Del se-ca-rro-pas”, me respondió. (Odio cuando me habla así). Y dime algo, le dije. “¿Cuál es el lavarropas?”. “El de la izquierda”, me respondió él, orgulloso de saber la respuesta, “el de la ventana transparente”.

 

Me quedé sin palabras. Me debo haber quedado ahí sentada como unos tres minutos sin poder decir nada, pensando si debía reírme o llorar…

 

Ahora volviendo al relato original. La otra noche, cuando la mayor parte de la gente normal estaría durmiendo, yo estaba tratando de ordenar el desastre que es mi casa después de todo un día de actividad. Cuando llegué a la cocina, al ver todos los platos apilados en la pileta, no pude evitar exclamar: “Dios míoooooooo!!!”.

 

Entonces me vino a la mente toda una lista de cosas que me demuestran fehacientemente que en mi casa no me saben valorar:

 

Mis hijos no valoran la ropa limpia que se ponen cada mañana.

 

No valoran las horas que paso comprando comida y cocinando.

 

No valoran las horas que paso limpiando para mantener la casa en orden.

 

No valoran el dinero que gasto en juguetes, actividades, hobbies, etc…

 

No valoran el hecho de que los baño todas las noches y me aseguro de que estén limpios.

 

No valoran que los llevo al médico y les compro los remedios que necesitan.

 

No valoran que cada noche se van a dormir a una cama limpia y ordenada.

 

No valoran que pongo sus necesidades por encima de las mías.

 

No valoran que siempre voy a estar a su lado cuando me necesiten y voy a hacer todo lo posible por ayudarlos.

 

No valoran mis negativas ni mis castigos, porque lo hago solamente por el propio bien de ellos.

 

Y todo eso está bien, porque así son los niños. Algunos niños son bastante inusuales y te saben dar las gracias, que es algo maravilloso. Pero en general no esperamos que nuestros hijos entiendan el nivel de sacrificio y el esfuerzo que ponemos en su crianza.

 

Sin embargo, cuando ellos mismos crecen y nosotros aumentamos nuestras expectativas y esperamos que se den cuenta de todo lo que hacemos por ellos, ellos tampoco saben valorar. Recién cuando se casan y ellos mismos tienen hijos, empiezan a valorar todo lo que hicimos por ellos, pero como dice el refrán “Más vale tarde que nunca”…

 

Me puse a pensar que Hashem debe tener seguramente una lista parecida, algo así:

 

Mis hijos no valoran el hecho de que se despiertan a la mañana.

 

No valoran que Yo los protejo cada segundo de sus vidas.

 

No valoran que les mantengo el cuerpo en perfecto funcionamiento, cada uno según su necesidad de corrección espiritual.

 

No valoran que les doy un techo con todo lo que hay debajo.

 

No valoran el dinero que les doy y lo gastan en placeres mundanos en vez de usarlo como una herramienta para aumentar la conciencia de Mí en el mundo.

 

No valoran que les lavo y les purifico el alma cada noche y luego se la devuelvo y que voy a hacer todo lo que haga falta para ayudarlos.

 

No valoran que cuando les digo “no” o los castigo, es siempre por el bien de ellos.

 

 

Si ustedes también quieren empezar a valorar más y más a Hashem, entonces empiecen a dar las gracias por todo. Escuchen el CD Deja de Lloriquear y consigan un ejemplar de Las Puertas de la Gratitud. Y recuerden: La gratitud es la clave de la felicidad!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Escribe tu opinión!

Gracias por tu respuesta

El comentario será publicado tras su aprobación

Agrega tu comentario