El Marido Feliz

A las ocho de la noche, Pablo entra arrastrándose por la puerta, con hambre y sin ganas de hablar con nadie. Si bien ella ya está que no da más, Liliana se levanta y le sonríe…

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Rajeli Reckles

Posteado en 05.04.21

Primera Parte

Mi marido, que Dios lo proteja, es completamente desafinado. Y es una lástima, porque tiene buen potencial para cantar. Escucharlo cantar es casi una tortura para mí, ya que yo, a diferencia de él, soy muy musical. Yo toco el piano y la mayoría de lo que toco en el piano últimamente lo aprendí de oído. Por eso, para mí escuchar notas musicales que combinan como agua y aceite es algo insoportable. ¿Se acuerdan de esas películas en las que alguien rayaba el pizarrón de la escuela con la uña haciendo un ruido espantoso? Ese es el nivel de sufrimiento de la que estoy hablando. Ahora bien: eso no significa que yo sí sepa cantar. Al contrario: ¡yo canto peor que él! Pero por lo menos yo sé que canto mal. Mi marido no tiene la menor idea de su problema…

Pero mi marido no es el único. Hay muchos maridos desafinados. Y no sólo a nivel musical, sino también a nivel doméstico. Permítanme describir una situación típica:

Pablo es marido y padre y es muy trabajador. Se levanta antes de que salga el sol, va rápido a la sinagoga a rezar; después compra un sándwich y un café y va corriendo a la oficina. Se pasa horas enteras en embotellamientos de tránsito al ir y al volver del trabajo y además en el trabajo mismo tiene que soportar todo tipo de presiones, tanto de su jefe como de sus colegas. Tiene plazos que cumplir y además si él no hace todo lo que tiene que hacer, nada va a avanzar en su empresa. Apenas si tiene media hora para ir volando a la cafetería que hay abajo para agarrar un sándwich que apenas tiene tiempo de saborear antes de volver corriendo a la oficina para continuar con diaria maratón de trabajo hasta que llega la hora de ir a casa. Pero por supuesto el trabajo no termina ahí, porque tiene que seguir trabajando hasta medianoche para poder mantenerse a la par con el ritmo supersónico en el que se está moviendo su empresa.

De más está decir que Pablo se siente exhausto y completamente abrumado.

La mujer de Pablo, Liliana, no está lo que se dice “de vacaciones”. Ella tiene tres chicos que atender ella sola desde la mañana hasta la noche. Ella también tiene que levantarse antes de que salga el sol, prepararles los sándwiches para el colegio, pelear con ellos como loca para que se levanten de la cama, darles el desayuno y mandarlos a la escuela antes de que sea demasiado tarde. Todas las madres saben perfectamente que para cuando ellos llegaron al colegio, la pobre Liliana ya está completamente agotada, tanto física como mentalmente. Pero entonces ella tiene que ir volando a su trabajo, que queda del otro lado de la ciudad, y entonces se da cuenta de que ¡uy! ¡se olvidó de desayunar! Muerta de hambre, y con un terrible dolor de cabeza producto de la cafeína, ella entra como un torbellino a la oficina y va corriendo a prepararse una buena taza de café. El sándwich va a tener que esperar hasta más tarde. Liliana se pasa las cinco horas siguientes frente a su escritorio, en reuniones, atendiendo llamadas telefónicas, etc etc. Y cuando se acuerda de comer algo, ya es hora de ir a buscar a los chicos al colegio. Entonces se toma otro café más y sale corriendo.

Una vez que llega a casa con los chicos, llega la hora de luchar para que hagan las tareas escolares durante las dos horas siguientes. De alguna manera, entre el primer y el tercer round, se las ingenia para preparar algo para comer…  Entonces llega la hora de la lucha para que se bañen. Y después la lucha para que se vayan a dormir. Liliana no paró ni un minuto. Para cuando Pablo llega a casa, está ya está que no puede más. Mientras tanto, los chicos siguen dando saltos alegremente por el living, aprovechando el estado semi-comatoso de su madre.
El único pensamiento que la mantuvo a flote todo el día era que a la noche iba a llegar su marido y la iba a ayudar. Él iba a ser su apoyo emocional, reconfortándola y calmándola de su terrible estrés.

Sin embargo, no fue exactamente eso lo que sucedió.

A las ocho de la noche, Pablo entra arrastrándose por la puerta, con hambre y sin ganas de hablar con nadie. Los chicos van corriendo a darle un beso. Si bien ella ya no da más, Liliana se levanta y le sonríe a Pablo, feliz de que ya haya llegado a casa. Ahora ella se siente segura y completa.

Pero Pablo no tiene ganas de sonreír. Sin siquiera mirarla a la cara, murmura: “Dónde está la comida…”.

No tiene idea de que acaba de hacerla pedazos.

Toda la esperanza que tenía ella de sentarse a charlar tranquilamente con su marido se desvanecen como aire, como parte de magia. Liliana se esfuerza por no llorar, mientras sirve la comida sin decir una palabra. Pero al rato ya no puede aguantarse más y explota: “¿Por qué llegas tan tarde? ¿Por qué siempre dejas los zapatos tirados en el medio del comedor? ¿Por qué no eres capaz de poner el plato en la pileta cuando terminas de comer? ¡Hazme el favor de mandar a la cama a estos chicos!”.

Las cosas van de mal en peor una vez que los chicos se fueron a dormir. Ellos se pelean y él se va a dormir al sofá del comedor. Al día siguiente, los dos están súper tensos en el trabajo. Esa noche, Liliana ni siquiera se molesta en preparar la cena. Que él cocine si quiere… Y Pablo está resentido porque ella no cumplió con sus deberes de esposa y no le sirvió un plato de comida…

Muy pronto los chicos se dan cuenta de la tensión que reina en la casa y se aprovechan de la situación. Esto obviamente no hace más que agregar más tensión a la ya existente y antes de que se den cuenta, los problemas conyugales ya salieron de control. Pablo está seguro de que es la víctima de una mujer imposible y ella piensa que es la vícitma de un marido desagradecido.

¿Cuál de los dos tiene razón?
Continuará…
 
 

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1. Marguy

11/12/2020

Bueno pero como termino lo de Liliana y Pablo— para ke tenga sentido el titulo de la historia—

3. Rajel

4/28/2020

Hubo segunda parte?

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