¿Qué es la “aliá”?

Cada año en esta época siento una nostalgia especial,la incertidumbre ante una vida nueva y un camino por recorrer que se abría ante mí

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Tali Mandel

Posteado en 04.04.21

Cada año en esta época siento una nostalgia especial, recuerdos de incertidumbre ante una vida nueva y de un camino por recorrer que se abría ante mí con los brazos abiertos. Y es que es difícil olvidar lo que uno siente antes de hacer aliá.

 

En hebreo no se dice emigrar a Israel, se dice subir a la Tierra (laalot laHaretz). Estas simples palabras ya demuestran la especial relevancia que tiene cumplir una de las mitzvot más importantes que un judío puede realizar a lo largo de su vida como lo es venir a vivir a la Tierra que Hashem nos dio. Cuando alguien viene a Israel de vacaciones no se considera que hizo aliá (ascensión) sino que este término se aplica solamente cuando deja atrás todo y se establece de forma permanente aquí, en nuestra amada Tierra.

 

Hace ya varios años que hice aliá, pero aún me emociono (y creo que lo haré toda mi vida) cuando pienso en esos últimos días en el país que me vio nacer justo antes de dejar todo para venir a Israel. Ya he hablado con anterioridad de este asunto en el artículo “Ordenando el caos” que pueden consultar aquí.

 

A todo aquel a quien pregunten sobre los días previos a su aliá le vendrán recuerdos de maletas por terminar, muebles por vender o por empaquetar para enviarlos en un barco, de cálculos de cambio de moneda y también de despedidas. Las despedidas normalmente son tristes, pero cuando uno sabe que se va de un lugar para afrontar un futuro mejor ese nudo en la garganta da paso a una sensación muy especial de libertad.

 

En mi caso, todo iba bien en el trabajo y con los amigos pero tenía la necesidad urgente de vivir en Israel. Desde la primera vez que vine a este país de vacaciones sentí que viviría en este lugar maravilloso y único en el mundo. Y después de largos años ahí me encontraba, a las puertas de cumplir mi sueño. ¡Y con una sensación de vértigo que no pueden ni imaginarse siquiera! Con todas las prisas y las cosas que tenía que hacer antes de mi viaje no tuve apenas tiempo de recapacitar en el vuelco que estaba dando mi vida, y la verdad es que lo agradezco porque la mente puede hacer que tomemos decisiones erróneas si le damos demasiadas vueltas a las cosas. Recuerdo aún con claridad cuando me fui del que había sido mi primer apartamento en el que viviera sola en mi vida.

 

Esa mañana salieron por delante de mí antes de cerrar la puerta mis tres maletas (el máximo permitido en estos casos por la compañía aérea) y las últimas dudas que hubiera podido albergar en algún remoto momento de si estaba haciendo lo correcto. Lo último que hice fue recoger las mezuzot que hicieron el viaje en avión en el bolsillo de mi falda ya que literalmente no tenía espacio para meter más cosas en el bolso de mano. Atrás quedaron familia, amigos, recuerdos, objetos… de todos ellos me despedí y escuché sus palabras que, ya fueran de aprobación o desaprobación, estaban cargadas de cariño. Quiero compartir con ustedes una conversación que tuve con una amiga cuando le comuniqué la noticia. Le dije que había decidido irme a vivir a Israel y ya tenía todos los documentos en trámites, a lo que respondió -¿Por qué no te vas a vivir a Estados Unidos a uno de esos barrios en los que viven tantos judíos en lugar de irte a un país en constante estado de alerta por terrorismo? A esta pregunta absurda le respondí que eso sería igual que querer vivir en China y conformarse con visitar el barrio de Chinatown. Espero que haya comprendido en todos estos años a lo que me referí con esta comparación en aquella charla.

 

Como decía al comienzo, venir a vivir a Israel es una cuestión de ascender, de crecer espiritualmente, de superarse a uno mismo. A lo largo de estos años he conocido nuevos límites de mí misma que no hubiera tenido la oportunidad de conocer si me hubiera quedado cómodamente viviendo en aquel lugar del que vine. Doy gracias a Di-s todos y cada uno de los días que estoy aquí en Israel, desde aquel día 10 de Av cuando justo al terminar el ayuno de Tishá beAv definitivamente cerré la última maleta y me puse de camino a cumplir mi sueño. Cada día en esta tierra es un sueño hecho realidad. Gracias, Hashem, con todo mi corazón.

 

 

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