¡Gracias a Di-s que los Judíos Creen en Di-s!

Durante más de dos décadas fui ateo. Muy militante por cierto. Incluso me vanagloriaba de que cuando llegaban los misioneros a vender sus revistas, yo terminaba “convirtiéndolos”…

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Dr. Juan Ricardo Mayorga Zambrano

Posteado en 06.04.21

Durante más de dos décadas fui ateo. Muy militante por cierto. Incluso me vanagloriaba de que cuando llegaban los misioneros a vender sus revistas o panfletos, yo terminaba “convirtiéndolos”…

 
Mi historia de vida
 
 
Durante más de dos décadas fui ateo. Muy militante por cierto.
Incluso me vanagloriaba de que cuando llegaban los misioneros a vender sus revistas o panfletos, yo terminaba “convirtiéndolos”. No les tenía miedo alguno.
Me eduqué en un ambiente donde no había imposiciones religiosas: mi padre era ateo y mi madre era católica no-observante; ella iba a misa una sola vez al año, cuando hacían una “misa de honras”, una misa por cumplirse un año más del fallecimiento de mi abuelo, que descanse en paz. Por otro lado, disfruté de una de las pocas ventajas comparativas que presentaba la educación pública de Ecuador, el laicismo – en Ecuador no se podía enseñar religión en las escuelas públicas.
Me parecía que salvo unos cuántos evangélicos – menos que los dedos de mis manos – todos los religiosos en mi entorno no eran nada más que hipócritas que no se decidían a ser mejores personas por sus propios medios sin depender de miedos, especialmente su miedo al infierno. Además, sin equivocarme casi, yo pronosticaba que la señorita X que dictaba catecismo en una determinada parroquia eventualmente aparecería en “apuros” y que tendría que casarse “a toda velocidad, no sea que se le note”…
Sin embargo, siempre hubo un grupo humano que despertaba toda mi admiración – los judíos. De hecho, yo pensaba que, en la práctica, judío era sinónimo de genio. Y jamás me puse a pensar en que ellos tenían una religión propia…
Mi admiración nació con mi atracción por la Ciencia y por el Ajedrez.
Por el ámbito de la Ciencia basta mencionar al físico Einstein o a los matemáticos Jacobi para entenderlo.
En cuanto al ajedrez: siempre decíamos, en la jerga de los escaques, que hay cuatro tipos de ajedrecistas de élite: 1. judíos rusos, 2. judíos no-rusos, 3. rusos no-judíos y 4. no-rusos no-judíos… En aquel tiempo, Kasparov (un azerbaiyano de padre judío) reinaba sin dejar lugar a dudas de que era un deslotado…
Admiraba más todavía a los judíos por su valentía para sobreponerse a las adversidades. Nada de autoindulgencia. Resistencia pura. Firmeza. ¡Y que les importa si no los quieren! Yo me decía que Israel debe ser un país donde para encontrar inteligencia pura uno tenía que simplemente salir a la calle y hablar con la primera persona que pasara. Yo tenía unos 9 años….
Recuerdo especialmente un suceso que no me ha abandonado en toda mi vida. Un día mis padres tenían un compromiso y yo, que me aburría en ese tipo de “compromisos”, pedí que no me llevaran con ellos – prefería yo quedarme a leer o ver la televisión o jugar con la computadora. Prendí la televisión y comenzó una película. Los personajes eran judíos que luchaban por sobrevivir de cualquier manera a la barbarie europea en la segunda guerra mundial. Los que lograron su objetivo embarcaban a “la tierra de sus padres” pues en ningún otro lado los querían. Yo lloraba desconsolado ante las escenas finales: las celebraciones por la declaración del Estado de Israel, un grupo de muchachas que bailaba haciendo un círculo.
Mientras crecía yo, crecía mi admiración por ese ser enigmático: el judío. Cosa muy curiosa pues jamás había visto a un judío en persona. De hecho la primera vez que tuve contacto con una persona judía fue en 1994 poco antes de cumplir los 18. Participé en el campeonato mundial juvenil de ajedrez que tuvo lugar en Matinhos, Brasil. Había una muchacha que no se vinculaba a ninguno de los grupos “establecidos”: latinoamericanos (que incluía a los españoles y portugueses), europeos (que incluía a casi todos los argentinos), africanos, los de la india, los rusos, los musulmanes, etc. Sin embargo su rostro me era tan familiar, como si la hubiera conocido antes… Cuando la organización nos llevó a un pequeño paseo no me aguanté más y la abordé hablándole en español. Con cortesía me habló en un inglés que no era nativo, un acento curioso. Ya en inglés, le pregunté de dónde era. Era de Israel. De ahí en adelante nos saludábamos amistosamente si bien nunca se unió a la estruendosa gallada latinoamericana.
En un momento de mi vida me encontré con un vacío proveniente del hecho de que estaba viviendo una “vida recta pero sin un sentido profundo”. En aquel tiempo, una persona muy cercana me hablaba de Jesús y de los judíos, siempre en buenos términos, y terminé con una crisis existencial: ¿existe Di-s? Todos creen que existe y, ¡hasta los judíos lo creen!
¿Conclusión? Un evangélico militante más apareció en la escena… Y, para mi suerte, en aquella iglesia siempre ponían como ejemplo a los judíos…
Muy poco después de mi conversión al Cristianismo Protestante, llegaron los aires del (pseudo-) “Judaísmo” Mesiánico a la iglesia. Llegó la onda de lo “hebreo”… Por fin, puesto que admiraba más a los judíos que a cualquier mal ejemplo que daba la familia del caballero pastor, surgió una pregunta casi de manera natural: ¿por qué no creen los judíos en Jesús (= Iéshu= Yeshuá= Yehoshua= cualquier cosa)?
Viajé a Austria para iniciar mi doctorado. Por primera vez tenía la posibilidad de usar una conexión de Internet de banda ancha y la aproveché: comencé a buscar en páginas de Internet judías – ¡pero de verdad judías! Busqué en el Judaísmo que mencionaban los personajes de la película, el de sus “padres”, el Judaísmo Ortodoxo…
Y lo que hallé es una Fe Racional. Uno podía no estar de acuerdo con sus premisas, pero tenía que reconocer que no era un sistema que lógicamente presentara contradicciones… como contraparte cada palabra del Cristianismo reclamaba la palabra misterio o fe ciega para sustentarse… Se avecinaba otra crisis existencial: ¿Cristianismo – una fe sustentada en el corazón y las emociones – o Judaísmo – una fe racional?
Un sábado a la tarde en el invierno después de leer un paquete enorme de artículos, mi mente ya no resistía más: abandoné el Cristianismo de un sólo tirón. Lloré y pedí perdón a Di-s. Al día siguiente, tomé algunas cosas que me habían prestado en una iglesia evangélica de Viena y corrí a devolverlas. Juré que nunca más entraría en una iglesia….
Debido a la ineficiencia malintencionada de unos oficiales xenófobos (probablemente hinchas del neonazi Hayder) que tenían a su cargo conceder las visas para mi esposa e hijo (que todavía estaban en Ecuador), tuve que abandonar mis estudios doctorales y regresar con deudas a mi patria – era un 3 de marzo. A veces me decían que de gana regresaste, debiste quedarte en Austria aunque sea de ilegal, por el asunto económico. Pero para mí, aun endeudado, ya estaba justificado aquel tiempo en Austria: ¡estaba endeudado pero era libre!
Dejé casi toda mi ropa en Viena. Lo importante era que en la maleta entrara ese montón de artículos que me habían ayudado a liberarme. Mi intención era llegar “armado”, para poder mostrarles a mis parientes evangélicos los tremendos errores del Cristianismo…
Casi todos esos artículos trataban sobre Judaísmo. Pero un par de hojitas sueltas hablaban sobre unas Siete Leyes. ¡Ah! Pero esas Siete Leyes no eran para mí: yo me convertiría al Judaísmo y cuidado con quien se atraviese en mi camino…
No fue difícil hacerle entender a mi parentela cercana que el Cristianismo no es Monoteísmo. Sin embargo, nadie compartía ese tremendo interés mío por el Judaísmo. Pero cuando les leí esas hojitas sobre las Siete Leyes, mi suegra dijo: Eso, eso mismo quiero yo. ¿Por qué no trae más material que nos lea de eso?”.
Así que, por mi suegra, comencé a buscar en Internet ya no Judaísmo sino Noajismo. Lo que encontré fue los libros The Path of the Righteous Gentile (Clorfene & Rogalsky) y The Seven Colors of the Rainbow (Rabbi Y. Bindman). Costaban unos dólares que para mi eran imposibles. Pero decidí al menos bajar unos resúmenes del libro de Clorfene & Rogalsky para leerlos a mi suegra.
Entonces, como que nada, un día que caminaba apesadumbrado por la dura situación que atravesaba junto a mi esposa e hijo (estábamos incluso de allegados donde mi suegra), me dije a mí mismo que si tenía esos libros en mis manos, los estudiaría hasta que me los supiera de memoria…
Un par de días después de esto, me llegó un e-mail de la universidad austríaca. Me pedían un número de cuenta bancaria para pagarme el mes de marzo, mes que no correspondía que me paguen mi beca pues ya viajé a Ecuador. Sin embargo, me dí cuenta de que la intención era que recibiera ese dinero como un tipo de reparación por lo acontecido. Pedí que me hicieran un giro electrónico aunque perdiera yo un porcentaje por gastos de envío, ¡no vaya a ser que se arrepientan!
Con ese dinero pagué mis deudas. Motivado por el suceso decidí reactivar una carta de aceptación para un doctorado en Universidad de Chile. Pero para esta nueva aventura mi esposa puso una sola objeción: ¡o nos vamos todos o no hay viaje! Así que, con nuevas deudas adquiridas, me fui en bus desde Quito hasta Santiago de Chile (mi esposa e hijo viajarían en avión dos semanas más tarde). Lindo viaje, cuando llegué experimenté nuevamente lo que es el invierno (en Ecuador no hay estaciones), esta vez el invierno del hemisferio sur. Llegué a Santiago un buen 28 de julio con una temperatura de 0 °C.
Para mi esposa era la primera vez que se alejaba de su familia. Los primeros meses fueron realmente difíciles: además de las deudas, mi matrimonio estaba muy mal. Una de las cosas que más me pesaba era que ya no podía enseñarle ni a mi suegra ni a mis otros parientes sobre esas Siete Leyes.
Así que decidí que me daría modos: compraría esos libros y los traduciría. De esa manera, yo podría enviar por email, capítulo a capítulo, material para que pudieran aprender allá en mi ciudad. Le pedí a un tío de mi esposa que vive en los EEUU que comprará los libros con su tarjeta de crédito para yo pagarle via giro (para comprar se necesitaba tarjeta de crédito). Me contestó que no había ningún problema: el me los regalaba, incluido el envío.
Tan pronto llegaron los libros por correo rápido, los devoré. Una vez, dos veces, tres veces. Hasta que tenía “clara la película”. Entonces empecé a traducir “Los Siete Colores del Arco Iris”… poco a poco, pedazo a pedazo, lo iba venciendo… Envié una misiva al autor informándole sobre lo que estaba haciendo y explicándole que era gratis.
Para optimizar el tiempo decidí cambiar el formato en que traducía. Decidí usar la única herramienta más o menos afín que yo sabía usar: LaTeX, un software hecho por matemáticos para matemáticos para escribir matemáticas. Complicado aprender a usarlo, pero cuando se lo conoce realmente, se lo ama. Curiosamente, lo mismo dice mi mujer de mí…
No se cómo, unos cuantos noájidas pioneros – con especial mención a mi amigo colombiano David Fernández – se unieron a mi suegra en ser los primeros en recibir a retacitos mi trabajo de traducción. Cuando andaba ya por capítulo 12, se unió a estos pioneros el mismísimo autor. Con su bendición, llegamos al final de la traducción. Nunca olvidaré un buen día en que recibí una llamada telefónica desde Israel: era el mismísimo rabino que me quería felicitar por haber concluido la traducción. Para mis adentros, él no tenía por qué felicitarme, era sólo mi deber. Lo mínimo que se puede hacer para resarcir el daño que hice al encaminar a personas para que se convirtieran al Cristianismo.
Más o menos un mes después de terminada la traducción, cuando me hallaba en el trabajo de revisión, la deuda que contraje para poder movilizarme a Chile fue pagada. Yo la iba a pagar con un dinero que nos había costado muelas ahorrar, pero mi madre se me adelantó y pagó allá en Ecuador…
Bastante agua ha corrido desde que terminé ese trabajo de traducción. Dos traducciones más, dos hijas más, varios años, muchos dolores, muchas alegrías, un título de doctor y un matrimonio feliz y con perspectiva de futuro…
Hay mucho que he saltado en esta mi historia personal de cómo llegué al Monoteísmo. Pero jamás dejaré de decir:
¡Gracias a Di-s que los judíos creen en Di-s!
 
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Unas palabras sobre el autor: El Dr. J. Mayorga es Matemático de profesión, Suma Quan Laude y mejor graduado de su promoción en Escuela Politécnica Nacional – Ecuador. Obtuvo su Doctorado en Ciencias de la Ingeniería (Mención en Modelamiento Matemático) en Universidad de Chile – Chile. Actualmente es investigador en el Technion (Israel Institute of Technology) en Haifa – Israel. Es noájida observante y trabaja desde hace varios años por promover entre los hispanoparlantes la observancia de las Siete Leyes Universales, herencia de las naciones de acuerdo con la tradición judía. Ha traducido del inglés al español “Los Siete Colores del Arco Iris” (Y. Bindman), “El Camino del Gentil Justo” (Ch. Clorfene & Y. Rogalsky) y ¿El Verdadero Mesías? (A. Kaplan).
 
– Visita el blog del autor "Opinión Noájida"  –

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1. Constanza Bernal

11/02/2019

Gracias por tu mensaje. Yo también aprendí a amar al Pueblo Judio

2. Josedag

4/03/2018

Soy chileno, me parece una gran aventura la suya, que bueno que estè en Israel, para mí sería un sueño hecho realidad. Estoy de acuerdo con el noajismo, pero no podría refirirme a mi como tal, de todos modos, respeto que los judios quieran llamarnos asi a quienes seguimos sus enseñanzas. Por ultimo, que le pareció Chile?

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