¡Qué Salame!

Una persona tiene un salame en la cocina. Quiere curarlo, así que lo cuelga de un gancho. Pero el problema es que no aguanta y cada día se va comiendo una rebanadita.

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Rabino Shalom Arush

Posteado en 17.03.21

Una persona tiene un salame en la cocina. Quiere curarlo, así que lo cuelga de un gancho. Pero el problema es que no aguanta y cada día se va comiendo una rebanadita. Antes de que se dé cuenta, ya no le queda nada del salame. “¿Adónde fue a parar mi salame?”, se lamenta…

La Mala Inclinación no le dice a la persona que vaya a asesinar a alguien, porque si le dijera eso, el otro no le haría caso. Entonces, lo que le dice es: “Ve a comprar una computadora para que puedas escribir a máquina tus estudios de Torá en forma prolija y clara”. Ahora que la persona ya tiene la computadora, la Mala Inclinación (M.I.) le dice: “Entra un ratito a Internet, ¿qué pasa? Te va a ser muy útil para ganarte la vida. La gente amasa fortunas con el internet”. Ahora que la persona tiene una conexión de alta velocidad, la M.I. le dice: “Te conviene entrar a Facebook y a otras tantas redes sociales, para que la gente te conozca y puedas conseguir más clientes”. Entonces la M.I. le dice: “Baja algunos juegos de computadora para mantener entretenidos a tus hijos”. Finalmente, la M.I. destruye familias enteras. Esas son las familias que no se dieron cuenta de que la M.I. les estaba devorando su santidad igual que uno se va comiendo un salame, de a una rodaja por vez, hasta que ya no queda nada.

¿Por qué Rabí Najman enfatiza que no hay nada más importante que la hora diaria de plegaria personal? Porque la plegaria personal es la única manera de evitar convertirse en un salame de los colmillos de la M.I. Sin ella, uno no puede implementar las enseñanzas de la Torá que estudia.

Los segundos cinco mandamientos de los Diez Mandamientos tienen todos que ver con las relaciones interpersonales. El mandamiento sexto, el séptimo, el octavo y el noveno son todos graves pecados que aparecen enumerados en forma breve: “No matarás”, “No cometerás adulterio”, “No robarás”, “No darás falso testimonio en contra de tu prójimo” (Éxodo 20:12). Sin embargo, cuando la Torá llega al décimo mandamiento, que es la prohibición de codiciar, la frase es mucho más larga: “No codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que le pertenezca”.

A primera vista, el hecho de codiciar es muchísimo menos grave que el robo y el asesinato. Entonces ¿por qué la Torá le dedica tanto texto? Además, daría la impresión de que codiciar al siervo o al buey o al asno del vecino no nos incumbe en esta generación en la que vivimos. Sin embargo, la Torá no se refiere solamente a un buey o a un burro de la antigüedad. También se está refiriendo al Mercedes Benz del vecino de al lado o al yate del vecino de enfrente.

Los funcionarios de empresas y los industrialistas constantemente transgreden este precepto. Cada vez que quieren atraer a un empleado de la empresa de la competencia están transgrediéndolo. Cada vez que uno tiene envidia del sueldo o del negocio de su vecino, está transgrediendo. Cada vez que una mujer sueña con tener el vestido de su cuñada o el juego de comedor que vio en la casa de la vecina, está transgrediéndolo. No podemos codiciar nada que no nos pertenezca.

Y la raíz de toda la codicia es mirar todo aquello que no nos pertenece. En otras palabras, abrir los ojos cuando deberíamos cerrarlos.

La persona que no codicia lo que tienen los demás siempre va a estar contenta con lo que tiene. Esa persona va a estar completamente alejada del robo, del asesinato y del adulterio. Porque estos tres pecados son el resultado de codiciar aquello que no nos pertenece. Ahora podemos entender mejor por qué la Torá le dedica tantas palabras a esta transgresión aparentemente menor: porque precisamente ella conduce a tantas transgresiones de gravedad! Las cárceles están repletas de personas que cometieron toda clase de gravísimos crímenes y en su vasta mayoría todos tuvieron origen en la codicia.

El adulterio es el producto de la codicia. En el momento en que un hombre codicia la mujer de otro hombre está empezando a transgredir el precepto que prohíbe el adulterio. ¿De qué manera, se preguntan? Pues bien: nuestros Sabios enseñan que tanto el precepto como el pecado tienen tres aspectos: el pensamiento, el acto y el habla. Por eso, apenas uno mira a la mujer de otro y la desea aunque sea mínimamente, ya está teniendo un pensamiento adúltero. A lo largo del Talmud, nuestros Sabios advierten que pensar en un pecado no sólo que equivale a cometer ese pecado sino que incluso en ciertas formas es peor que cometer el pecado!

La codicia, y todos los terribles pecados que surgen de ella, comienzan todos por una misma falta: no cuidar los ojos. Es como con el salame: una rodajita parecería no tener importancia, pero muy pronto no queda ni rastros del salame. Uno simplemente “mira al pasar” a una mujer, pensando que no tiene importancia. Pero muy pronto la desea, y entonces no falta mucho para que pierda toda su santidad.

La “estrategia del salame” se aplica en especial a los pensamientos. Uno puede pensar: “¿Qué tiene tan de malo mirar a una mujer o pensar en ella? ¡No la estoy tocando, no estoy haciendo nada malo!”.

Pero la verdad es que sí está haciendo algo malo. Al mirar a esa mujer, está transgrediendo el mandamiento que prohíbe “dejarse ir tras los ojos” (Números 16:39). Y una vez que el ojo ve, el corazón desea. Todo el que piense que es inmune, se está engañando a sí mismo.

Existe una clara diferencia entre codiciar el auto de otro hombre y codiciar su mujer. Supongamos que una persona con un sueldo promedio ve la mansión con pileta de un millonario, que además tiene una cancha de tenis y un Rolls Royce estacionado en el garaje privado. Pues bien: este hombre se da cuenta de que es absolutamente ridículo codiciar algo que está tan por encima de sus posibilidades, y en especial siendo que él ya tiene una casa, por más humilde que sea. Entonces este hombre se dice a sí mismo que puede olvidarse de la mansión, y se olvida. Pero la M.I. funciona de manera muy diferente cuando se trata de mujeres, asegurándole al hombre que la mujer sí está a su alcance. Y le envía imágenes de esa mujer constantemente, y en especial cuando está orando o estudiando. Estos pensamientos le contaminan el alma y la mente como el veneno más ponzoñoso.

Teniendo en cuenta todo lo dicho, la única forma de salvarse de la transgresión de “No codiciarás” es cerrando los ojos. No hay otra forma. Porque no te olvides de que tú no eres ningún salame!
 
 
 
 
 

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1. Edgardo Rubio

11/04/2014

Agradecido Gracias Rabi Shalom Arush, HaShem lo bendiga siempre, gracias por sacar tiempo y hablarnos con tanto amor. Este mensaje es de mucha fuerza para el alma, Nos ayude HaShem a cuidar los ojos y el corazon en santidad y pureza Me permita el Cielo volver a abrazarlo alli en Jerusalem y recibir una beraja de sus labios. Edgar

2. Edgardo Rubio

11/04/2014

Gracias Rabi Shalom Arush, HaShem lo bendiga siempre, gracias por sacar tiempo y hablarnos con tanto amor. Este mensaje es de mucha fuerza para el alma, Nos ayude HaShem a cuidar los ojos y el corazon en santidad y pureza Me permita el Cielo volver a abrazarlo alli en Jerusalem y recibir una beraja de sus labios. Edgar

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