Historia de un vuelo

Sentada en el aeropuerto de New York a las dos de la mañana, esperando el viaje de conexión, casi me vine abajo.

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Yehudit Channen

Posteado en 17.03.21

Lo que pasó fue una locura…

 

Aquel amargo día de febrero yo estaba bajo terrible presión. Mi padre había fallecido dos días antes y yo estaba viajando a Baltimore con mi beba de siete meses y un resfrío insoportable.

 

Sentada en el aeropuerto de New York a las dos de la mañana, esperando el viaje de conexión, casi me vine abajo. Me sentía terrible por haberme perdido el funeral de mi padre. Pero viajar a USA en Shabat había estado fuera de cuestión. Ya hacía veinte años que era observante y había aprendido que “más de lo que uno cuida el Shabat, el Shabat lo cuida a uno”. A pesar de las apasionadas súplicas de algunos familiares muy bien intencionados, ni siquiera se me pasó por la cabeza decir que sí.

 

Bueno, por lo menos iba a poder estar con mi familia para la shivá (la semana de duelo). No podía esperar darle un abrazo a mi pobre mamá. Ella se había casado a los dieciocho años y había construido su vida en torno a mi papá. Cuando a los cuarenta él decidió volver a ser religioso (tal como lo habían educado), ella lo siguió y realizó grandes cambios en su vida, y en especial la observancia de Shabat.

 

Fue mi padre el que me había servido de inspiración.

 

Por fin anunciaron mi viaje a Baltimore. Yo di un salto y fui a la puerta de embarque y le entregué mi boleto al empleado, que parecía estar muy cansado. Él me dejó pasar y yo empecé a tratar de arreglármelas con la beba, el cochecito, los bolsos y el monedero. De repente dos jóvenes acudieron en mi rescate. Al subir al avión, una joven me resultó familiar. Le pregunté si era de Baltimore. Ella me miró en forma extraña y me dijo que no. Ok, pensé, solamente había tratado de ser amigable.

 

Por fin mi beba se durmió y el avión empezó a moverse. Por sobre el ruido de los motores, alcancé a oír la voz del piloto: “Hola, señores y señores. Este es el piloto. Hay un poco de nieve esta noche pero deberíamos estar llegando a Boston en una hora”.

 

 

“¡BOSTON! ¿DIJO BOSTON?”, casi me vuelvo loca. El corazón empezó a latirme como un tambor. “¡Por favor, ayúdenme! ¡Me equivoqué de avión!¡Yo viajo a Baltimore!”.

 

La azafata vino en mi ayuda. Yo abrí mi cinturón de seguridad y tomé a mi hija, que justo entonces se despertó y se puso a llorar histéricamente. Todos se me quedaron mirando pero no me importaba. Con solamente cincuenta dólares en el monedero, una beba a la que amamantar y un terrible resfrío, yo NO iba a ir a la helada Boston, donde no conocía absolutamente a nadie. Y NO me iba a perder otro día más de la shivá por mi padre!

 

El piloto logró detener el avión y la azafata me hizo salir del avión lo más rápido posible, pidiéndome disculpas por la confusión. Yo me di cuenta de que por más estúpida que me sintiera, ellos se sentían todavía peor por no haber chequeado el boleto con más cuidado.

 

Media hora más tarde ya estaba sentada en el avión correcto, y yendo en la dirección correcta. No sé si negarme a quebrar mi compromiso de observar el Shabat fue lo que me salvó pero nunca tuve la menor duda de que al observarlo, estaba yendo por el camino correcto, el camino sagrado.

 

Y si ustedes también siguen por el camino que Hashem les puso, Él se asegurará de que ustedes también terminen en buen destino!

 

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