La increíble historia de Jaim

Creía que me iba a desmayar. Como zarpazos llegaron a mi corazón los recuerdos que tanto me había costado olvidar...

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Señora Sara Gonzalez

Posteado en 17.03.21

Agradecer a Hashem por las cosas buenas que nos suceden es, aparentemente, un ejercicio sencillo, que nace del reconocimiento de su inmensa bondad.

 

Pero ¿agradecerle también por lo malo? ¿No es suficiente con perdonar, que de sí ya lleva un esfuerzo sobrehumano?

 

Cuando escuché esa propuesta del Rab Yonatan D Galed sentí -de golpe, en un solo instante- todo el dolor sufrido durante los últimos 16 años por mi hijo Jaim, por mí y por sus hermanos, que nos ha acompañado desde el momento en que Jaim recibió un disparo mientras caminaba con una charola de platos rumbo a la cocina del restaurante donde trabajaba como mesero. Su columna vertebral se partió en dos y sus sueños, los de un adolescente de 17 años, en mil pedazos.

 

Parecía una propuesta tan dolorosa, tan descabellada, que no pude seguir escuchando al rav y apagué la computadora. Fue en vano porque seguía escuchando las palabras del rabino. Y quería callar esa voz que me repetía "agradecer a Hashem por todo" con la furia que nace de la impotencia que me ha invadido desde que ese policía drogado y borracho escogió a mi hijo para practicar tiro al blanco. No, el rabino no hablaba de perdonar. El rabino hablaba de ¡dar las gracias!

 

Creía que me iba a desmayar. Como zarpazos llegaron a mi corazón los recuerdos que tanto me había costado olvidar, todas las ocasiones que mi hijo ha estado en las salas de urgencias o en terapia intensiva, los años que he pasado a su lado, en los hospitales, durmiendo, a veces en una silla, a veces en el piso, escuchando las voces de tantos médicos que me decían que agonizaba, anegado en charcos de sangre…

 

La furia y el dolor me ahogaban. Vaya! Y la propuesta, dulce, amable, gentil, era ¿agradecer por esto? Ya no quedaba nada de la paz, la alegría que empezaba a experimentar apenas desde dos meses antes, cuando conocimos en un hospital a una maravillosa pareja de judíos, y de haber celebrado con ellos por vez primera la más maravillosa experiencia espiritual de Shabat.

 

Darle gracias a Hashem por quince años que vivimos día a día en medio de intensos sufrimientos que para mí empezaron con la brutal noticia que mi hijo había sido herido de bala y que sí sobrevivía nunca volvería a caminar, era devastador.

 

Agradecer significaba nada menos que reconocer que no hubo ningún error, que Hashem no se equivocó.

 

Me pregunté si quizá había entendido mal. Y volví a escuchar al rav. Aguanté hasta el final. Por sí acaso, busqué entonces algún vídeo de nuestro amado rabino Shalom Arush, no fuera a ser que el rav Galed hubiera interpretado mal; imposible, sí, pero más valía asegurarse… lo hice, y al terminar de escucharlo ya no tuve para dónde voltear. Le dije a Hashem, con mi cara hundida en una almohada para que Jaim no me escuchara: No Te entiendo. No Te entendí cuando tenía bien identificado, con nombre y apellido al que creía culpable de este sufrimiento. No Te entendí cuando me dijiste que debía perdonar y no sabía si al que está en la cárcel, o a Ti. Menos ahora, que dices que hay que las gracias por todo esto. Pero está bien. Sé que debo hacerlo, aunque no te entienda. Sí, sí, ya lo sé, hacer y luego entender. Pero eso significa traicionar a mi hijo, si mi dolor ha sido tan grande, cuánto más para él, que lo ha llevado, física, emocional y espiritualmente en su propia carne.

 

Mis pensamientos fueron interrumpidos por la voz del rabino Yonatan y me di cuenta de que Jaim estaba escuchando el mismo vídeo que yo escuché unas horas antes. Quise distraerlo para que no lo escuchara o pedirle la computadora para escribir un correo, pero me quedé quieta, observando de reojo, a la expectativa.

 

Él se miraba muy serio. Desde niño hasta hoy solo lo he visto llorar tres veces. Tal vez, como yo, espera a que me duerma para no preocuparme. No lo sé. Una fue cuando me vio al salir de una cirugía que tuvieron que hacerle sin anestesia; la otra cuando me pidió que le dijera a los médicos que ya no lucharan por conservarle la pierna derecha, que si no se podía hacer nada para reparar la vena femoral (lesionada por una fístula para hemodiálisis), mejor la amputaran.

 

Me miró profundamente y me dijo "vamos a hacerlo". Yo fui la primera en orar. Fue muy difícil porque sentía que arrancaba cada palabra desde el fondo de mis entrañas, pero pude hacerlo, aún sin entenderlo cabalmente. En su turno, él también agradeció a Hashem: Por el disparo que lo confinó a una silla de ruedas, por cada una de las 30 cirugías que le han realizado (tres de ellas sin anestesia), porque ha vivido en hospitales la mayor parte de estos casi 16 años, porque no camina, porque está en diálisis, porque no se ha casado, porque no ha tenido hijos, porque necesita un trasplante de riñón, por el dolor de sus piernas…

 

Abrí los ojos y lo miré derramando su corazón ante su Creador, su Dueño, reconociendo que Él es él único que tiene el control. Miré a mi muchacho, (que se ha convertido en hombre entre las paredes de los hospitales), llorar y darle las gracias a Hashem por todo, sin entender muy bien, pero convencido de que debía hacerlo.

 

Y pasó lo increíble: nuestro mundo se abrió. Los cielos se abrieron. Las bendiciones fluyen una a otra. Desde que empezamos a guardar shabbat pareciera que Hashem nos ha colocado en una dimensión diferente dónde todo se resuelve de manera mágica.

 

Pero "Gracias Hashem" se ha convertido en nuestro grito de batalla, en nuestra más potente arma de guerra en medio de circunstancias difíciles y adversas. No es un "gracias Hashem" que sale de la boca, sino de lo más profundo de nuestra alma,tanto más grave sea cualesquiera situación que enfrentemos. Y son palabras que tienen una mágica respuesta a cualquier tribulación, pues bien las pronunciamos reconocemos de inmediato que Aquél que tiene el poder de sostener todo lo que existe, lo tiene –tanto para enviarnos esa tribulación- como para quitarla, si fuera su voluntad, o para darnos fortaleza para enfrentarla.

 

Esa se ha convertido en nuestra gran victoria: Que darle gracias a Hashem en todo, y por todo, nos llena de paz no importa el resultado. Aunque cabe reconocer, con humildad, que agradecer a Hashem nos ha colmado de grandes bendiciones en cada aspecto de nuestra vida, no solo en el plano físico, sino más importante, espiritualmente, pues nos ha revestido de fortaleza y poder, de humildad, de conocimiento profundo que nada de lo que nos pasa es casualidad, de que cada circunstancia buena o adversa, está prevista por Él y es para nuestro bien. Y lo miramos -lo imaginamos- sonriéndonos cuando lo descubrimos ahí, en el centro de la adversidad, de la alegría, de las buenas noticias, de todo. Y no podemos hacer más nada, sino solo corresponderle su tierna y amorosa sonrisa y decirle ¡Gracias Hashem! ¡gracias Amado! ¡Gracias Padre!

  

Ya han pasado varios meses y mi hijo se sigue recuperando. Aunque los milagros han pasado a formar parte de nuestro diario vivir no podemos dejar de maravillarnos cada día. De forma increíble las cosas aparentemente malas se convierten en bendiciones, como  cuando su silla de ruedas, construida con partes de otras, parecía estar a punto de desarmarse y, al dar gracias a Hashem por ella, casi de inmediato recibió la autorización de una nueva. Cuando se la trajeron, dos  semanas después, Jaim creía que costaba como mil dólares y yo le dije, no yo creo que dos mil, y el técnico que la entregó  nos aclaró que su costo era superior a los ¡25 mil dólares!

 

Recientemente extravié una mochila con mi cartera, el dinero que semanalmente nos envía Bruno para nuestros gastos, las llaves del cuarto qué rentamos y nuestras identificaciones. Pregunté en todas partes y nadie la había visto. Me sentí apesadumbrada y mi hijo me dijo, vamos a comer algo. Ahí, mirándome a los ojos, me dijo: no has aprendido. Me sonrió y empezó a dar gracias por la maleta, las llaves y el dinero qué se perdieron, porque esa noche no tendríamos cómo entrar a la casa ni dinero para hablar a un cerrajero, porque tal vez pasaríamos la noche en un refugio para indigentes. Y de inmediato empezamos a sentir una alegría inexplicable. Más tarde hablé nuevamente  al lugar dónde había olvidado la maleta y una voz de mujer me dijo qué sí, qué ya la habían encontrado. Fui por ella pero la encargada me dijo que no estaba, que desde temprano la buscaron y nadie la había visto. Yo le dije que una persona me confirmó lo contrario, así qué volvieron a buscar, sin resultado. Me recargué sobre un mueble, pensando sí mi mente me había engañado. ¡No, yo estaba segura qué una persona me dijo qué aquí estaba! Dónde, dónde? Aquí! Escuché de nuevo y me agaché y vi un cajón, lo abrí y ¡sí! ahí estaba. Hasta hoy, no hemos encontrado a la persona qué contestó el teléfono para decirme qué ya habían encontrado la mochila.

 

Es como si los Rabinos Yonatan y Shalom Arush nos hubieran dado el mapa de un tesoro.  Se requiere de esfuerzo empezar a cavar, pero encontramos una mina de diamantes.  Y empezamos  a compartir este mapa del tesoro con la familia, con los amigos, con quién esté dispuesto a escuchar la historia de una madre que llegó a Estados Unidos con su hijo moribundo,  26 dólares y la ropa que llevaban puesta, y que juntos decidieron abrir ese mapa, seguir las indicaciones y excavar.  Y no nos ha faltado ropa para vestir ni  comida para comer. Y vida para vivir. Y encontramos nuestro judaísmo, y el amor y la inmensa Misericordia de nuestro Creador. Aquí tienes el mapa y las herramientas no importa que no lo creas, ni cuánto te duela. Solo necesitas darle gracias por todo, y Hashem nos colmará de bendiciones.

 

Toda, gracias Hashem!

 

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1. Monica Jara

7/26/2019

Graciasssssssss HASHEM por Sara y Jaim .

2. Becky

11/07/2018

Gracias Hashem

He leído esta historia en mi celular mientras espero mi turno en una oficina del gobierno, es la tercera vez que regresó por el mismo trámite y siguen saliendo retrasos, al llegar vi que faltaban 45 turnos antes que el mío y me sentí malhumorada y protesté para mis adentros quejándome de la mala gestión, luego leo esto y me ha confrontado tanto, me tocó el corazón tanto que sin poder evitarlo me puse a llorar acá en mi silla rodeada de gente por todos lados que no tiene idea que me pasa. Yo quejándome por el fastidio de esperar turno por una gestión que tarde o temprano se resolverá y esta madre, sigo llorando, fue capaz de dar gracias por 16 años de una vida en hospitales y ver a su hijo sufrir. Tengo un hijo de 19 años sano, que estudia en la universidad y trabaja y está lleno de sueños que espera cumplir, después de leer esto he pedido perdón a Hashem por mis quejas y he dado gracias también. Gracias Sara, me encantaría conocerte y a tu hijo y de pronto en algo ayudar.

3. Becky

11/07/2018

He leído esta historia en mi celular mientras espero mi turno en una oficina del gobierno, es la tercera vez que regresó por el mismo trámite y siguen saliendo retrasos, al llegar vi que faltaban 45 turnos antes que el mío y me sentí malhumorada y protesté para mis adentros quejándome de la mala gestión, luego leo esto y me ha confrontado tanto, me tocó el corazón tanto que sin poder evitarlo me puse a llorar acá en mi silla rodeada de gente por todos lados que no tiene idea que me pasa. Yo quejándome por el fastidio de esperar turno por una gestión que tarde o temprano se resolverá y esta madre, sigo llorando, fue capaz de dar gracias por 16 años de una vida en hospitales y ver a su hijo sufrir. Tengo un hijo de 19 años sano, que estudia en la universidad y trabaja y está lleno de sueños que espera cumplir, después de leer esto he pedido perdón a Hashem por mis quejas y he dado gracias también. Gracias Sara, me encantaría conocerte y a tu hijo y de pronto en algo ayudar.

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