Lo que te está destinado

Hoy les voy a contar la historia de un hombre que tenía un negocio en el mercado...

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Rabino Shalom Arush

Posteado en 15.08.21

Hoy les voy a contar la historia de un hombre que tenía un negocio en el mercado abierto de Majané Yehuda en Jerusalén. El negocio era altamente rentable. Si bien el alquiler era muy alto, vendía muchísimo y tenía muchos ingresos, dada la ubicación central que tenía el negocio en el mercado, y por lo tanto valía la pena. Un día, Hashem decidió hacerle un gran favor a este hombre e hizo que otro hombre abriera un negocio exactamente igual al suyo, justo enfrente del de él.

 

Si bien es sabido que nadie puede tocar lo que está reservado para el otro, Hashem dispuso las cosas de forma tal que el primer negocio empezó a vender cada vez menos, mientras que el alquiler seguía siendo igual de alto que antes, hasta que llegó a un punto en el que los gastos eran mayores a los ingresos. Él era perfectamente consciente de que, si seguía así, iba a perder todos sus bienes.

 

Pues bien: este hombre fue a consultar al Rabino Shmueli y le contó todo lo sucedido – que alguien había abierto un negocio igual al suyo justo enfrente y que le había arruinado la vida, porque le quitó todo el sustento. El hombre estaba furioso e incluso le dijo que si le hubiera pasado eso mismo antes de que empezara a cumplir con los preceptos de la Torá, ¡habría asesinado al competidor! Tenía suerte de que le pasó después… Por supuesto que alguien que habla así no tiene idea de lo que es hacer teshuvá y arrepentirse sinceramente de sus faltas pasadas. Porque se hace mala sangre exactamente igual que antes y se pone furioso exactamente igual que antes. Solamente que ahora no asesina. Ah, bueno, muchas gracias…

 

Volviendo a la historia, el Rabino le dijo así: “Pero ¿qué te pasa? ¡Si todo lo que hace Hashem, lo hace para bien! ¡Hashem te hizo esto, así que es para bien! ¡No es ‘la competencia’ – es Hashem!”. Pero al comerciante le costaba aceptar eso. Hecho un manojo de nervios, se puso a gritar: “¡¿Cómo que Hashem?! ¡No es Hashem! ¡Es él!”. Pero como por lo menos tenía un poquito de emuná en el Rabino Shmueli, le preguntó: “¿Y ahora qué hago?”.

 

El Rabino le respondió: “Todo es para bien. Cierra este negocio y ábrelo en otro local, donde el alquiler no sea tan alto. Posiblemente no tengas las mismas ganancias que antes pero por lo menos vas a ganar algo. Acepta el decreto con amor…”.

 

El hombre se fue muy enojado, pero no le quedaba otra alternativa más que trasladar el negocio a un lugar más barato. Entonces se puso a buscar un local y después de unos días reinauguró el negocio en otro barrio, bastante cerca del barrio religioso de Mea Shearim.

 

Encima del nuevo negocio vivía una señora anciana y sola. El dueño del negocio se dio cuenta de eso y le dio lástima y así fue como empezó a darle comida y a ayudarla con todo tipo de trabajos que le resultaban difíciles de hacer. Él se volvió como un hijo para ella y la ayudaba en todo, sin esperar nada a cambio.

Un día la señora le pidió que subiera a su departamento, ya que quería contarle algo. Él estaba muy cansado después de todo un día trabajando, así que pensó en buscar alguna excusa para no ir, pero al final sí subió al departamento de la anciana. Entonces esta comenzó a contarle la historia de su vida, de cómo enviudó y perdió a su único hijo. Impaciente, el hombre miraba a cada rato el reloj. De repente, la anciana le dijo: “¡Deja de una vez por todas de mirar el reloj! Un poco más de paciencia. Ya me has dado tanto de tu vida, que lo único que te pido ahora es una sola hora más”.

Entonces la mujer fue al grano. Su tío había fallecido y le había dejado en herencia cinco millones de dólares y dado que ella no tenía herederos y dado que se dio cuenta de que él era el único al que le importaba de ella, la mujer decidió dejarle toda su fortuna. Lo único que le pidió fue que comprara una habitación en una yeshivá como un mérito para su alma, y que en esa habitación siempre hubiera alguien que estudiara Torá.

El hombre regresó a lo del Rabino Shmueli para comprar una de las habitaciones de su yeshivá.
 

El Rabino Shmueli le preguntó: “¿No me habías dicho que perdiste todo lo que tenías?”
 

El hombre le contó toda la historia y entonces se dio cuenta de que en virtud de haber seguido el consejo del Rabino, ahora había recibido toda esta enorme fortuna.

“¿Ves?”, dijo el Rabino Shmueli. “¿No te dije que todo es para bien? Hashem vio que te esperaba toda esta fortuna y dispuso las circunstancias de forma tal que pudieras recibirla – para eso tenías que dejar tu pobrecito negocio en el mercado y pasar por todas estas pruebas. Es verdad que tú pensabas que estabas sufriendo, que habías dejado en contra de tu voluntad un negocio muy redituable, pero el Causante de todas las causas sabía perfectamente por qué hacía lo que hacía…”.

 

Este es otro ejemplo más de lo que ya hemos dicho en repetidas ocasiones: no entendemos nada pero tenemos emuná en que todo es para bien. En el momento de la prueba, uno piensa que la situación no  podría ser peor. Por eso hace falta deshacerse de la “lógica” y aferrarse a la emuná en que todo es para bien y darle las gracias a Hashem con todas las fuerzas: “Gracias, Hashem, por haberme dado el sustento en abundancia durante tantos años y gracias por querer que me mude a otro local”. Solamente hay que estar alegres todo el tiempo, porque la persona tiene que someter su voluntad a la voluntad de Hashem, con alegría y de buena gana, y darle las gracias a Hashem por cada cosa que le pasa, tanto las cosas buenas como las cosas malas.

 

 

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