Mi visita a los barrios bajos….

Pensé: oh Dios mío. Yo no debería estar en un barrio así. El sol estaba a punto de ponerse y yo empecé a regañarme mentalmente por mi imprudencia.

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Yehudit Channen

Posteado en 17.03.21

Estábamos de visita en la casa de mi familia en Baltimore. Entramos a una tienda de segunda mano, donde uno siempre puede encontrar cosas de calidad a buen precio. Mi cuñada, Tova, me llevó en el auto y me dio instrucciones precisas de que la llamara cuando terminara la compra. Ella sabía que yo no sabía cómo volver a casa.

 

Me pasé una hora en la tienda, y encontré un par de prendas de vestir muy lindas para mis hijos. Después de pagarle a la vendedora, le pedí si podía usar el teléfono. Me dio ocupado. Esperé unos minutos y traté de nuevo. Seguía ocupado. Me quedé ahí parada, mirando los árboles enormes que adornaban esa cuadra tan bonita de antiguas casonas. Era una bella tarde de otoño. Pensé que era un lindo día para ir de caminata. ¿Para qué molestar a mi cuñada? Yo sé ubicarme bastante bien. Ya voy a encontrar el camino a casa.

 

Le di las gracias a la vendedora y salí del negocio.

 

¡Qué divertido estar de vacaciones! ¡Qué bueno tener un poco de aventuras! Seguí caminando por la calle en la dirección que habíamos llegado, disfrutando de los jardines tan perfectamente podados y de las bellas entradas. Doblé a la derecha y luego a la izquierda, segura de que estaba yendo por la misma ruta que había tomado Tova para llegar. Solamente habíamos viajado unos diez minutos.

 

Sin embargo, después de un rato empecé a ponerme nerviosa. De pronto, nada parecía estar bien. El escenario era bastante diferente. Empecé a ver edificios de hormigón abandonados y estacionamientos vacíos. Un montón de ventanas rotas y basura en la vereda.

 

Pensé: oh Dios mío. Yo no debería estar en un barrio así. El sol estaba a punto de ponerse y yo empecé a regañarme mentalmente por mi imprudencia. No tenía teléfono y no tenía idea de dónde estaba. Me sentí completamente vulnerable.

 

Entonces las cosas se pusieron peor. Al llegar a una esquina, vi un grupo de matones apoyados en la pared de un edificio. Estaban fumando y riéndose y tenían botellas de cerveza en la mano. Me vieron y se quedaron mirándome. Obviamente yo no tenía aspecto de ser del barrio, con mi pollera larga y mi pañuelo en la cabeza, por no mencionar el color de mi piel.

 

Bueno, pensé, se acabó. (en ese momento pensé que las últimas palabras que había pronunciado en este mundo habían sido “gracias” y “adiós”).

 

 

Traté de mantener la calma. O bien me salvo de esta o bien no. Eso depende de Dios. Pero lo que sí puedo hacer es tratar de establecer una conexión con estos tipos. Puedo encararlos con confianza y respeto. Así que fue caminando hacia ellos y con una gran sonrisa en el rostro les dijo: “Hola, ustedes dan la impresión de conocer la zona. ¿Podrían ayudarme por favor? Iba a mi casa y ahora me perdí y me siento como una tonta. ¡Gracias a Dios que los encontré!”.

 

“Dulce, somos todos tontos, no te preocupes”, me respondió uno de ellos.

 

“¿Adónde tienes que ir?”, me preguntó otro. Les dije el nombre de la calle de mi hermano y ellos decidieron ir caminando conmigo hasta que llegara a algún punto en el que reconociera la zona. Allí estaba yo, una mujer blanca religiosa rodeada por un grupo de temibles hombres afro americanos, que no podrían haber sido más amables.

 

Ellos contaban bromas y cantaban y así me escoltaron durante diez minutos más o menos hasta que llegamos a la entrada del barrio de mi hermano. Ahora ya sabía dónde estaba.

 

“¡Ustedes son unos ángeles!, les dije, pero ellos se encogieron de hombros. “¡Que tengas una linda noche, dulce!”, me dijeron mientras se alejaban. Yo había vuelto justo cuando Tova estaba a punto de entrar a su auto a sondear las calles. Cuando les conté lo que me había sucedido, ella se quedó pasmada: “¡Te metiste en uno de los peores barrios de Baltimore!”, me explicó. “¡No puedo creer que esos tipos te hayan acompañado hasta acá!”.

 

Ya sé que tuve suerte. Ya sé que Dios me ayudó. Pero también sé que no todo el que tiene aspecto temible tiene malas intenciones. Y también sé que muchas veces cuando apelamos a la naturaleza superior del ser humano, su alma responde…

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