Totalmente perdida

Cuando empecé a asistir a las clases de conversión, quise participar del rezo comunitario. Este había sido siempre una gran traba para mí, debido a mi educación católica...

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Tali Mandel

Posteado en 04.04.21

En la sinagoga seguimos un orden en el rezo que está escrito en el sidur (libro de plegarias) y es diferente según el momento y el día de la semana en el que nos encontramos. A simple vista, parece muy fácil seguir el orden que va marcando el jazán (persona que guía el rezo en la sinagoga) pero en la práctica es un poco más complicado.

 

Cuando empecé a asistir a las clases de conversión, tenía mucho interés en participar del rezo comunitario. Este había sido siempre una gran traba para mí, ya que debido a mi educación católica tenía muchas dudas y frustraciones. Yo no quería dirigirme más que a nuestro Creador, y no a otra persona ni a vírgenes ni a santos, pero ya que en el catolicismo las oraciones van dirigidas también a ellos debí hacerlo a mi manera. Cuando al fin encontré el judaísmo estaba ansiosa por saber cómo podía rezar “con propiedad”. Hasta ese momento, mis plegarias estaban dirigidas a Di-s de una forma personal y, sobre todo, íntima ya que no le decía a nadie a Quien le estaba rezando con el fin de evitar dar explicaciones que yo misma no sabía argumentar. Al progresar en el estudio sobre judaísmo, aprendí que existe un libro de rezos que todos siguen y que la plegaria más importante también estaba ahí reflejada. También aprendí que lo que yo siempre había hecho se llama hitbodedut, y que no había nada de erróneo en ello. Esta había sido mi forma de dirigirme al Creador a lo largo de toda mi vida, y no sabía que estaba haciendo algo tan importante. Entendí que esto era de gran valor y la he seguido practicando. No obstante, tenía mucha ilusión por “aprender a rezar” en hebreo y poder seguir el rezo en la sinagoga para participar con todos los demás del ensalzamiento a Di-s que realizamos a través de los salmos y oraciones especiales que se hacen en la sinagoga.

 

Después de unos meses de clases con mi rabino, él accedió a que empezara a asistir a los servicios en la sinagoga. Recuerdo con mucha emoción esos primeros días en los que llegaba al lugar y sentía su santidad. Al entrar, pensaba en los rollos de Torá que estaban ahí guardados, en los libros de oraciones ordenados en las estanterías y sentía la pasión, el entusiasmo y la alegría que se había vivido en ese sitio y literalmente ¡me estremecía de emoción! Sin embargo, al principio estaba un poco perdida y no sabía ni siquiera dónde podía sentarme, ya que había escuchado que en la sinagoga cada persona ocupa siempre el mismo lugar y no quería sentarme en el asiento de alguien. Pero Di-s sabe de nuestros pensamientos y siempre pone el remedio antes del inconveniente, así que enseguida vi a algunas mujeres que conocí en las clases y me invitaron a sentarme con ellas. Me indicaron cuál era el libro que debía seguir y me ayudaban cada vez que me perdía, lo cual no era algo infrecuente.

 

Me resultó más complicado de lo que pensaba ya que, a pesar de que ya estaba aprendiendo hebreo con una profesora particular, el ritmo me resultaba demasiado rápido. Seguía los rezos ayudada de la transcripción fonética para saber por dónde íbamos en cada momento. En casa, procuraba leer en español los rezos porque quería entender lo que decía. Y así, poco a poco, asistía cada Shabat al rezo de arbit con kabalat Shabat para dar la bienvenida a este “nuevo” día de descanso para mí. Me afanaba por seguir el ritmo y eran unas horas muy intensas ya que estaba pendiente de mi libro de oraciones y del de mis amigas, mirando en todo momento la página y el párrafo en el que estábamos leyendo. Me perdía continuamente y tardaba varios minutos en encontrar el lugar en el que estaba rezando el jazán y de nuevo volvía a perderme unas líneas más abajo. Fue un trabajo duro y debo agradecer la paciencia que Di-s le dio a mis amigas en ese momento, esas personas cariñosas enviadas por Di-s que, con mucho amor, me indicaban a cada instante y con mucha sutilidad la línea que debía leer. Guardo un recuerdo muy bonito de la calma y el cariño con el que me hacían entender la importancia de cada momento del rezo y de la paciencia con la que explicaban una y otra vez que era normal que me perdiera, que no me agobiara y que a todas les había pasado lo mismo. En ningún momento me hicieron pensar que era muy lenta o que las exasperaba repetirme una y otra vez el significado de cada plegaria. Teniendo en cuenta todas las preguntas que les hacía a cada rato, es un detalle que quiero remarcar ya que ¡constantemente les preguntaba cosas! Además, cuando luego se incorporaron más personas a nuestra clase, me llegó la oportunidad de enseñarles a otras y procuré hacerlo de la misma forma que habían hecho conmigo y como a mí me gustaba que me explicaran, tal y como habían hecho ellas, con amor y paciencia.

 

Una de las partes más importantes del rezo es el momento de la amidá, esta es una plegaria muy especial que cada uno realiza de forma individual y en el momento que la persona la hace existe una fuerte conexión con Di-s. Al saber la importancia de esta plegaria, la hacía lentamente con mucha concentración. En consecuencia, tardaba más que la mayoría de los asistentes y a esto le tenía que sumar el tiempo extra que suponía la iniciativa de abandonar la transcripción fonética y leer en hebreo. Como resultado de ello, a veces aún continuaba de pie terminando mi rezo de amidá ¡cuando ya se estaban marchando todos de la sinagoga! Esto también fue muy bien comprendido y me animaron a que continuara así. Con el tiempo, empecé a leer hebreo con más fluidez y finalmente conseguí acabar a la vez que los demás.

 

Había partes que me resultaban confusas y sobre todo en las festividades como Rosh HaShaná o Pesaj necesitaba repasar antes de ir a la sinagoga el orden de los rezos para poder seguir correctamente la plegaria. Con el paso del tiempo, he aprendido gracias a Di-s que no hay que agobiarse porque uno no sepa todo desde el principio. Él siempre pone a nuestro alrededor a personas amorosas que con mucho cariño nos van a ayudar cuando lo necesitemos. Él siempre cuida de nosotros y nos indica la línea y el párrafo en el que tenemos que fijarnos.

 

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