¡Un verdadero prodigio!

Únicamente cuando la persona está todo el día alegre, puede permitirse a sí misma quebrantarse el corazón una hora por día.

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Rabino Shalom Arush

Posteado en 08.11.21

Hay un fenómeno que me deja maravillado y que tiene lugar después de cada charla de gratitud, en la que aprendemos que todo es para bien y que solamente tenemos que dar las gracias y que al hacerlo obtenemos todas las salvaciones y nos salvamos de todos los problemas. Yo estoy seguro de que la cosa terminó ahí – que después de una charla así no voy a tener que recibir al público, porque todos van a salir de la charla y van a ir directamente a hacer hitbodedut y trabajar sobre su emuná en que todo es para bien, etc….

 

Yo doy una charla así y digo “Listo…. Todo el que escuchó la charla, recibió el mensaje y ahora va a tener emuná en Hashem, va a estudiar Torá y va a vivir una vida buena”. Pero no es así. Apenas termina la charla, la gente viene a verme y sigue quejándose. Y yo no entiendo: “Pero hace cinco minutos escuchaste la charla, ¿no? ¿Qué está pasando? ¿Acaso se trata de personas con problemas de audición? ¿O es que no quieren entender? ¿O tal vez no prestaron atención, no oyeron bien? No es lógico. ¿Para qué vienen a verme? No logro entender: después de haber escuchado un mensaje tan poderoso, que la vida es hermosa, que la gratitud es la solución para todos los problemas, no importa cuáles sean… ¡Den las gracias y van a vivir felices!”.

 

Y no vienen solamente a lamentarse; incluso me aseguran que tienen toda la razón en estar tristes y deprimidos y encima quieren convencerme también a mí para que esté de acuerdo con ellos: “Escuche, Rabino, mire qué problemas tengo. Deme autorización para estar triste, deprimido, desesperado, confundido… Deme autorización de que no estoy en condiciones de rezar ni de estudiar. Mire qué problema que tengo. Seguramente usted estará de acuerdo conmigo en que el camino correcto es solamente estar triste. Después de que yo le cuento todos estos problemas, ¿usted para colmo me dice que tengo que dar las gracias? Máximo puedo quedarme callado un rato, pero ¿dar las gracias?”. En su opinión, él se siente completamente justificado en desconectarse de Hashem. Tiene problemas… ¿y cuál es la solución según él? Desconectarse de Hashem…

 

Tal como expliqué en repetidas ocasiones, cuando uno está triste, se desconecta de Hashem. Y nuestros Sabios (Pesajim 117:1) enseñan que la Presencia Divina se posa únicamente sobre la persona que está alegre. En base a este principio, podemos entender las palabras que dijo Rabí Najman con respecto a sí mismo: “Así como ustedes me ven (que soy un tzadik perfecto), si, Dios no lo permita, yo hiciera el peor pecado imaginable, voy a seguir estando alegre y después voy a hacer teshuvá”. ¿Por qué? Rabí Najman escribe (Sefer Hamidot): “Por medio de la tristeza, el Santo Bendito sea no está con la persona”, o sea, aquel que no tiene alegría, ¡sus plegarias no son respondidas!

 

Y no se puede hacer teshuvá, porque cuando uno está triste, no puede hablar con Hashem ni confesarse ni pedir perdón, y mucho menos puede sentir remordimiento en el corazón y muchísimo menos comprometerse a no reincidir. Por eso Rabí Najman dijo: “Es un gran precepto estar siempre alegres” – “Es un gran pecado estar tristes”. Tenemos que tener bien en claro que incluso si comete un pecado, no obstante debe conservar la alegría y después hacer teshuvá, porque la tristeza expulsa a la Presencia Divina.

 

Escribe también Rabí Najman (Likutey Moharán 178): “Sabrás que es necesaria la confesión, porque es necesario detallar el pecado y hay que confesarse con palabras cada vez por cada cosa que hizo y esto tiene muchos obstáculos y para eso es necesaria la alegría del cumplimiento de un precepto, como por ejemplo, una boda…”. Vale decir que incluso para la primera parte de la teshuvá hace falta la alegría. Por eso, la persona que no está alegre no puede hacer teshuvá. Únicamente cuando la persona está todo el día alegre, puede permitirse a sí misma quebrantarse el corazón una hora por día.

 

Por lo tanto, no hay ninguna razón valedera para estar tristes. Por ejemplo: alguien dijo que su hijo está muy enfermo, así que está todo el día triste. Otro dice que está endeudado… Cada uno tiene sus motivos para estar triste.

 

Tenemos que servir a Hashem con alegría y valorar cada precepto. Por eso dije que cada uno debe tomar varios cuadernos bien gordos y escribir cien agradecimientos por día, todos los días sin falta, y también hay que escribir algunos de los preceptos que cumplió, ya que resulta imposible escribirlos todos. Cada bendición que uno pronuncia, cada pequeño precepto que cumple, cada buen pensamiento, cada hora de estudio, cada fortalecimiento espiritual, se van acumulando hasta sumar miles y miles –e incluso millones– de preceptos por día. ¿Cómo podemos calcular un solo Shabat? 26 horas multiplicado por 60 minutos multiplicado por 60 segundos multiplicado por 613 preceptos: hace falta una calculadora científica para calcular la cantidad. Eso es lo que enseñan nuestros Sabios en Pirkey Avot – La Ética de los Padres (capítulo 1): “Dice Rabí Janania ben Akashia: el Santo Bendito sea quiso concederle méritos a Israel; por eso les dio Torá y preceptos en abundancia”.

 

Cuando después venga el Instinto del Mal a infundirle tristeza, uno deberá decirle de inmediato: “Señor Instinto del Mal, venga y siéntese a leer, estudie los cuadernos que tengo… Cada día, cien agradecimientos. Cada día cientos de miles de preceptos”. El Instinto del Mal va a entrar en un cuadro depresivo. Es por eso que el Arizal dio testimonio de sí mismo que todo lo que logró fue en virtud de haber cumplido los preceptos con alegría. ¿Por qué? Porque él sabía valorar cada uno de ellos y se alegraba con cada uno. Por eso dijeron: le vamos a dar más. La persona que no valora los preceptos, no sólo que no le dan sino que se lamentan de lo que ya le dieron.

 

Es por eso que escribí en el libro Las Puertas de la Gratitud y lo repetí en varias ocasiones: la gratitud es el buen atributo sobre el que se apoya todo lo bueno que tiene la persona y que tiene el mundo entero. Y viceversa: la ingratitud es el mal atributo sobre el que se apoya todo lo malo que hay en la persona y en el mundo. Cada destrucción en el mundo comenzó con una ingratitud.

 

Cuando uno comete un pecado, está siendo ingrato. Hashem le da la vida; le da aire para respirar… ¿y después él va y hace lo contrario a Su voluntad? ¡Eso es pura ingratitud! Si la persona tuviera un mínimo de valoración por las cosas que Hashem le da, no haría cosas en contra de Su voluntad, excepto por supuesto en casos en que es forzado o se trata de una persona con problemas mentales. Por eso, cuando la persona tiene gratitud hacia el Creador, le resulta fácil pedir perdón. Y es por eso que la gratitud conecta al ser humano con el Creador de forma inmediata, lo conecta con las puertas de la santidad, con las puertas de la pureza, con las puertas de las salvaciones.