Esa voz tan familiar

El Rebe Najman de Breslev enseña que la llamada del shofar, el cuerno de carnero, mitiga los juicios estrictos.

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Rabino Lazer Brody

Posteado en 18.09.23

“¡Feliz la nación que conoce el llamado del shofar!” (Tehilim 89:16, se dice inmediatamente después del servicio del shofar en Rosh Hashaná).

El Rabi Najman de Breslev enseña (Likutei Etzot, Moadei Hashem, Rosh Hashaná, 3), que la llamada del shofar, el cuerno de carnero, mitiga los juicios estrictos.

Lo más probable es que Rabi Najman se base en una carta de diez siglos de antigüedad de Rav Saadia Gaón, en la que se enumeran las diez razones para tocar el shofar en Rosh Hashaná, dos de las cuales se refieren a la mitigación de juicios estrictos. La tercera razón es que el shofar recuerda la llamada del shofar en Har Sinai (Monte Sinaí), cuando el pueblo de Israel aceptó voluntariamente la Torá. La sexta razón establece que el shofar, el cuerno de carnero, recuerda al carnero que sirvió como sacrificio sustituto cuando Abraham aceptó por amor cumplir el mandamiento de Hashem de sacrificar a su amado hijo Itzjak (Isaac).

Al tocar el shofar en Rosh Hashaná, Le recordamos a Hashem las virtudes de nuestros antepasados, y así mitigamos los severos juicios invocados por nuestras propias malas acciones realizadas el año anterior. La siguiente parábola nos ayudará a comprender la capacidad espiritual del shofar para mitigar los juicios estrictos:

En su juventud, el Rey había comandado personalmente el Ejército Real. Años atrás, estando al frente del regimiento de caballería real, el rey había estado a punto de perder la vida en una feroz batalla contra los vecinos hostiles del reino del norte. Sus tropas habían sido diezmadas, su caballo había sido asesinado y él estaba gravemente herido en la pierna.

Al caer la noche, un inquietante silencio se cernió sobre el campo de batalla. El ulular de una lechuza y el aullido de un lobo reemplazaron temporalmente el traqueteo de los sables y los gritos de batalla del enemigo. El Rey logró arrastrarse hasta un bosque cercano; herido y exhausto, ya casi había perdido el conocimiento.

La negrura de la medianoche pesaba mucho en el alma del rey. Y él anticipó un final amargo; si lograba sobrevivir a la noche, seguramente sería presa indefensa de una espada enemiga por la mañana. Todo parecía perdido, pero entonces…

El rey se asustó muchísimo: alguien le había tocado el hombro. No veía nada en la oscuridad; lo único que escuchó fue la voz benevolente de un joven soldado de infantería que le susurró: “Su Majestad, está usted gravemente herido. No se preocupe, porque lo llevaré a un lugar seguro. ¡Guarde total silencio, porque el enemigo acecha en cada esquina!”.

El joven musculoso, hijo de un pueblerino leal, cargó al rey en su espalda durante toda la noche hasta que llegaron donde habían acampado fuerzas amigas. El rey recibió atención médica y poco a poco se fue curando, hasta que finalmente recuperó la salud. En agradecimiento, el rey llevó al valiente joven soldado que le salvó la vida de regreso al palacio; le otorgó una medalla de honor y una vacante en la Real Academia Militar, la institución educativa y escuela de oficiales más prestigiosa del reino.

El muchacho nacido en el pueblo se destacó en sus estudios y recibió un encargo en el Ejército Real. Pero debido a que ascendió rápidamente en las filas, provocó los celos de sus compañeros oficiales, la mayoría de los cuales eran hijos de nobles y aristócratas. La gota que colmó el vaso fue cuando fue elegido en lugar de otro candidato, que era el hijo de un ministro real, para convertirse en el comandante de la Guardia Real. En ese momento, los aristócratas celosos no pudieron soportar más.

Los rivales de sangre azul conspiraron contra el oficial nacido en la aldea, a quien se referían con desdén como “el plebeyo”. Atrozmente, recolectaron un expediente completo de evidencia circunstancial, falso testimonio y cartas incriminatorias que le escondieron entre sus posesiones. Tras ser acusado de traición y conspiración para matar al rey, el nuevo comandante de la Guardia Real fue encarcelado vergonzosamente hasta su fatídico día en la corte.

Decenas de testigos y horas de testimonios parecían asegurar un veredicto seguro de muerte a cargo de un pelotón de fusilamiento. La evidencia circunstancial y ficticia no dejaba esperanzas. El comandante nacido en la aldea fue declarado culpable.

Como todos los prisioneros condenados a muerte, “el plebeyo” pudo pedir un último deseo: el joven solicitó comparecer ante el rey la noche anterior a su ejecución. De acuerdo con la ley real, su solicitud fue concedida.

“El plebeyo” pidió que todos guardaran silencio y que se apagaran momentáneamente las luces en la corte real. Atado con cadenas y fuertemente custodiado, se paró ante el Rey en la oscuridad y susurró: “Su Majestad, está usted gravemente herido. No se preocupe, porque lo llevaré a un lugar seguro. Garde absoluto silencio, porque el enemigo está acechando en cada esquina”

El Rey recordó aquella fatídica noche en la que no creía que volvería a ver la luz del día. Él sabía dentro de su corazón que el mismo muchacho del pueblo, que tan desinteresadamente se había puesto en peligro para llevar al Rey a un lugar seguro, nunca podría haber conspirado contra él. En ese mismo momento, el Rey rompió el veredicto, liberó al acusado y lo devolvió a su legítimo lugar de honor como comandante del Palacio, pero no antes de que prometiera desatar su ira sobre todos los oficiales malvados detrás de la difamación y las acusaciones falsas.

Las fuerzas de din, el juicio severo, conspiran contra el pueblo judío buscando castigos y veredictos duros. A menudo, de la larga lista de acusaciones en nuestra contra, ni siquiera sabemos cómo defendernos. Por eso tocamos el shofar en Rosh Hashaná. El llamado del shofar Le recuerda al Rey de reyes nuestras virtudes, así como el susurro del soldado nacido en la aldea le recordó a su rey la fatídica noche en el campo de batalla cuando le había salvado la vida.

“¡Feliz la nación que conoce el llamado del shofar!”

 Que todos merezcamos una maravillosa inscripción en el Libro de (una larga, feliz y saludable) Vida, Amén.

¡Ketivá Vejatimá Tová!

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