Desechando la lógica – Parshat Vaiera

El sacrificio humano es precisamente lo contrario de lo que entendemos que el Creador espera de nosotros.

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Rabino David Charlop

Posteado en 08.11.21

La décima y última prueba de Abraham fue el extraordinario desafío de lo que se conoce como la Akeida. A Abraham se le ordenó ofrendar a su amado hijo Isaac como sacrificio a Hashem. Aunque Hashem al final le dijo a Abraham que no matara a su hijo, la voluntad de Abraham de seguir la voluntad de Hashem le valió una promesa de bendición espiritual y física para sus descendientes por todas las generaciones.

 

A pesar de su intensidad, esta historia es difícil de comprender para muchos de nosotros. El sacrificio humano es precisamente lo contrario de lo que entendemos que el Creador espera de nosotros. Aun así, la voluntad de Abraham de ofrecer a su hijo le valió una recompensa incalculable. Intentemos, con la ayuda de Hashem, comprender mejor todo este episodio.

 

Tal como se describe en el comienzo de Bereshit (Génesis), al primer hombre se le ordenó no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. Por alguna razón, Adán decidió ignorar el mandato directo de Hashem y comer el fruto. Los comentaristas debaten por qué comió del fruto, lo cual, aunque es importante, no es el tema que nos ocupa. Lo que es esencial para nuestra discusión es el proceso mismo por el que Adán decidió comer la fruta. Intentemos encarar este interrogante describiendo y analizando algunos de los conflictos de la vida.

 

Para la mayoría de nosotros, nos relacionamos con los requisitos de una vida de Torá con emociones encontradas. Algunos preceptos nos resultan más fáciles y hay otros que pueden ser más difíciles. Sentimos una tensión similar en el día a día. En ciertas partes de nuestra vida sentimos que nos llueve la bondad del Cielo, mientras que otras partes son difíciles de aceptar. Nuestras reacciones y sentimientos ante estas dificultades y desafíos pueden ser una fuente de gran angustia. No entendemos la “necesidad” del Creador de hacernos pasar por ciertas circunstancias difíciles.

 

En resumen, queremos una cosa y aparentemente Hashem quiere otra. Queremos conducir en Shabat y Hashem dice que no. Queremos ir con amigos a un restaurante no kosher y de nuevo Hashem dice que no. Queremos que ciertas situaciones en nuestras vidas sean distintas a la realidad actual y es claro que Hashem quiere otra cosa. Estamos nosotros y está Él. Dos opiniones enfrentadas.

 

¿Dónde comenzó históricamente este tira y afloja? Adán, al principio de la historia del hombre, fue el primero que eligió seguir su propio entendimiento comiendo la fruta en lugar de seguir la clara directiva de Hashem. El comienzo de la decadencia del hombre fue la decisión de hacer algo en contra de la orden de Hashem basándose en la suposición de que la otra opción parecía ser más razonable.

 

¿Cuándo y cómo se rectificó este error?

 

A Abraham se le dijo que sacrificara a su hijo. Era una orden aparentemente incomprensible para Abraham por muchas razones, especialmente siendo que se le había dicho proféticamente “a través de Isaac tendrás descendencia”. La dicotomía se estableció de forma muy similar a la de Adán en el Jardín del Edén. A Adán se le dijo que no comiera la fruta, pero él sintió que el camino preferido era sí comer de ella. Hashem le dijo a Abraham que sacrificara a su hijo y sin embargo no tenía mucho sentido “objetivamente”. Sin embargo, esta vez Abraham hizo una elección que creó los cimientos de un pueblo eterno. Se dio cuenta de que la voluntad de Hashem debía ser el camino correcto porque en última instancia no hay otra fuente de verdad fuera de Hashem. Por eso dejó de lado sus pensamientos y su propia lógica y se sometió de lleno a la voluntad del Creador. Hashem respondió con la promesa de que los descendientes de Abraham serían eternamente bendecidos. ¿Por qué? Lo único que es eterno es Hashem mismo. Si Abraham hubiera decidido seguir lo que tenía sentido para él, habría repetido el error de Adán y habría perdido la oportunidad de ceder completamente su limitado entendimiento a la voluntad y la verdad infinitas de Hashem.

 

Al dejar de lado su propia lógica, Abraham repitió y corrigió el error de Adán y le legó esta capacidad al pueblo judío.