A La Luz del Shabat – Toldót

"¡Mamá, mamá! Llegó el Rab! ¡Mamá, mamá! ¡Ven a ver! ¡El Rab llegó!". Yo no sabía a quien estaba dirigido este recibimiento…

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Maór HaShabát

Posteado en 06.04.21

Dime Cómo Enseñas Y Te Diré Que Aprenderán

 
“¡Mamá, mamá! Llegó el Rab! ¡Mamá, mamá! ¡Ven a ver! ¡El Rab llegó!”.
Yo no sabía a quien estaba dirigido este recibimiento
 
 
 “Vaieehav Itzjak et Esav” –Y amaba Isaac a Esaú” (Génesis 25-28)
 
Un directivo de una Yeshivá de Israel, llegó en cierta oportunidad a la casa de un conocido donante, en Ramat Gan.
A pesar que este acaudalado señor tenía una forma de vida muy moderna, y su aspecto no era el de una persona tan religiosa, demostraba un impresionante cariño hacia la Torá. Hasta tal punto, que cualquiera que se acercara a él podía percibir la gran pasión que ardía en su corazón cuando le nombraban algo relacionado con su estudio.
 
No sólo los finos y delicados objetos que adornaban su hogar atestiguaban el amor por la Torá que reposaba en su corazón, sino la forma extrema en que este millonario apoyaba a las Yeshivot y a las instituciones de Torá daban cuenta de ello.
 
El director de la Yeshivá tenia claro que un cariño como este no se adquiere por sí solo, sino que debe provenir de un origen determinado y decidió preguntarle a esta persona cual era.
Al magnate le gustó la pregunta, y le contestó que el inmenso cariño que sentía por la Torá, había comenzado con una experiencia inolvidable vivida en su juventud, y que a su vez da testimonio del inmenso amor por ella, que palpitaba en las personas de la generación anterior.
 
 
 
-Era yo un joven de 12 años, cuando mis padres me enviaron a estudiar a una Yeshivá en un pueblo cercano a Vilna -comenzó a contar el millonario -Era un largo camino hacia allí, y ya en medio del trayecto el hambre comenzó a punzar en mi estómago intensamente.
 
Cuando finalmente llegué a la Yeshivá, tomé conocimiento que en cuanto al tema de la comida, que era proporcionada por algunas familias del pueblo que tomaban a su cargo cierta cantidad de jóvenes, ya era tarde… ´los bajurim (jóvenes) que llegaron antes que tú, ya fueron todos ubicados, y a ti no te quedó nada´, me dijo el responsable de la Yeshivá.
 
Puesto que me puse a llorar amargamente, mientras le confesaba que estaba hambriento, volvió a mirar su lista, donde figuraban las familias que aceptaban recibir a los alumnos de la Yeshivá para las comidas.
Finalmente me dijo: Mira, encontré una casa donde aceptarán invitarte, pero te aviso que en principio, se trata de una viuda con muchos hijos, y que no tiene nada en su casa. A pesar de la pobreza en que viven, nos ruega que le enviemos alumnos para las comidas, normalmente no lo hacemos para no molestarla, pero siendo el tuyo un caso especial, no tenemos alternativa, y te vamos a acercar a su casa.
Debes poner atención que se trata de una familia de huérfanos, y hasta que no te sirvan en tu plato, no debes hacerlo solo, porque le estarías quitando la comida a ellos.
 
Ud. podrá comprender -se dirigió el millonario al director de la Yeshivá,-que mientras mi estómago hacia ruido por el hambre, y me llevaban a la casa de la viuda con instrucciones de no servirme de comer, no tenía otra opción, por eso me dirigí hacia allí con mis últimas fuerzas.
En el camino no podía dejar de llorar, asustado por mi suerte, y sin saber como saldría de esta situación tan difícil que me había tocado vivir.
 
Cuando llegué a la casa, me detuve frente a la entrada y me enjugué las lágrimas.
Golpeé la puerta. Era el mediodía.
Unos cuantos niños pequeños, se acercaron a la puerta y la abrieron. Al verme a mí comenzaron a gritar:
– ¡Mamá, mamá! Llegó el Rab! ¡Mamá, mamá! ¡Ven a ver! ¡El Rab llegó!
 
Yo no sabía a quien estaba dirigido este recibimiento. Miré detrás de mí buscando a alguien que cumpliera con los requisitos para ostentar el título de Rab. Yo solo tenía 12 años. Mientras, continuaban los niños regocijantes de alegría, llamando a voces a su madre para que viniera a ver al Rab que había llegado…
He aquí que la viuda se asomó a la puerta, y me recibió acogedoramente, me invitó a sentarme a la mesa y a comer junto a sus hijos.
Ocho huérfanos había en esa casa.
 
Sobre la mesa estaban apoyados, además de la bandeja principal, ocho platos, y uno más, vacío, ubicado en el centro de la mesa. Cada niño tomó una porción de la bandeja y la puso en su plato, una vez que todos se hubieron servido, la madre se dirigió a ellos y les preguntó: -Queridos hijos, ¿quién sabe para quien está destinado este plato vacío? Todos contestaron al unísono en una explosión de alegría: Para el Rab! Para el Rab!
En ese momento comenzó entre ellos una competencia en la que todos querían ser el primero en sacar de su plato para poner en el plato del Rab- y quien sacaría más…
 
En segundos mi plato estuvo completo hasta desbordar, con manjares que se separaron los huérfanos de sus propios platos. Puedo asegurar que la porción que comí en ese almuerzo, era equivalente a una comida de dos o tres días de los buenos tiempos en mi casa. Hacía mucho tiempo que no comía tan bien.
Como si esto fuera poco, en medio de la comida estallaron los niños en un baile entusiasta, con cantos y versos de alabanza en agradecimiento al Creador del Universo, como si fuera, que por participar en su almuerzo les hubiera otorgado el regalo más grande que anhelaban recibir.
 
Al final de la comida, me rogaron que volviera, y no me dejaron hasta que les prometí que así lo haría…
Durante meses comí en la casa de la viuda, y esas impresionantes figuras de amor a la Torá que allí había, se grabaron dentro de mí, y con ellas pude pasar todos los horrores de la guerra, y conservar mi Emuná  (fe) en el Creador del Mundo.
 
Reconozco y no me avergüenza, que solo por el mérito de estas figuras que se grabaron dentro de mí seguí siendo un judíocompleto, y decidí donar de mis riquezas a las Yeshivot en las que se esfuerzan por el estudio de la Torá.
Cual es el secreto para inculcar en nuestros hijos amor verdadero por la Torá, y lograr que se encaminen en la senda de las Mitzvot (Preceptos).
 
Esta semana estudiamos acerca de las bendiciones que Itzjak Avinu (Isaac nuestro Patriarca) tenía preparadas para Esav (Esaú), y que finalmente entregó a Iaacob (Jacob).
La pregunta es: ¿Acaso Itzjak Avinu no sabía quien era Esav?
¿Cómo podemos pensar que Itzjak se equivocó? Una de las respuestas es que Itzjak Abinu sabía todo, estaba al tanto de todo. Entonces, si sabía quien era Iaacob y quien era Esav, como pudo decidir que las bendiciones fueran para Esav?
 
El Sifte Cohen, Rabí Mordejai HaCohen de Aram Tzova, uno de los discípulos del Ari z”l, nos da una explicación basándose en una palabra que se repite sistemáticamente en la conversación entre Itzjak y Esav, cuando le pidió a su hijo que cazara un animal y volviera con él para recibir sus bendiciones.
 
Esav fue y regresó después de una hora, un tiempo muy corto para Itzjak, que como sabemos estaba ciego, y le pregunta a su hijo primogénito: “Mi Atá Bení” (“quien eres tú hijo mío”). Le responde Iaacob, que se había presentado en lugar de su hermano mayor: “Anojí, Esav Bejoreja”  (“Yo, Esav tu primogénito”).
 
En la conversación que se desarrolla entre ambos, ocho veces Itzjak se dirige a Esav llamándolo Beni (hijo mío).
Itzjak sabía muy bien quien era Esav, sabía que no estaba yendo por la senda trazada por su abuelo Abraham Avinu. El estaba conciente que tenía un hijo que se estaba desviando del camino. ¿Y qué debe hacerse? ¿Qué podemos hacer? Acercarlo.
 
Todos deseamos que se escuche nuestra voz, que se acaten nuestras órdenes, tanto por parte de nuestros alumnos como de nuestros hijos, naturalmente, nuestra primera reacción cuando no se comportan como es debido es de rechazo y censura, pero no es alejándolos como tendremos éxito.
 
Cuando queremos que alguien obedezca nuestras órdenes, que escuche nuestra palabra, primero debemos convencerlo que él va a ganar con esto.
Cuando se trata de la educación de un hijo, lo más importante a tener en cuenta para que no haya resistencia a nuestra guía, es hacerle saber que lo valoramos, lo respetamos y lo amamos, y sobre todo que es muy importante para nosotros.
 
 
 
– Editado por Maor Hashabat, de la comunidad Ahabat Ajim, Lanus, Argentina. Editor responsable: Eliahu Saiegh –
 
 (Con la amable autorización de www.Torá.org.ar)

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