¡BASTA CON EL DIVÁN!

Ésa fue la primera vez que recuerdo sentirme “deprimida”. Esa sensación de ser una perdedora, de ser un fracaso, de que al mundo le iría mucho mejor si no tuviera que lidiar con alguien como yo; que l

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Rivka Levi

Posteado en 05.04.21

Ésa fue la primera vez que recuerdo sentirme “deprimida”. Esa sensación de ser una perdedora, de ser un fracaso, de que al mundo le iría mucho mejor si no tuviera que lidiar con alguien como yo; que la vida era DIFÍCIL. 

    Cuando tenía alrededor de seis años, en mi escuela (no judía), todos los miércoles teníamos clase de gimnasia. Los alumnos de todas las clases tenían que participar por lo menos en una carrera y a mí me asignaron a la carrera de sacos.
 
Cuando el juez tocaba el silbato, teníamos que entrar a los sacos de papas que había en el suelo junto a nosotros y seguir saltando dentro del saco hasta llegar al punto de llegada de la carrera. Yo odiaba la carrera de sacos y no soportaba tener que ir saltando. Esa vez me acuerdo de que me caí y me llené de barro. Me puse a llorar y mi pobre mamá tuvo que pegarse la sonrisa ficticia que siempre tenía a mano para esas ocasiones en las que su hija súper-sensible no lograba ponerse a la altura de las circunstancias y arruinaba todo.
 
Ésa fue la primera vez que recuerdo sentirme “deprimida”. Esa sensación de ser una perdedora, de ser un fracaso, de que al mundo le iría mucho mejor si no tuviera que lidiar con alguien como yo; que la vida era DIFÍCIL.
 
A partir de ese momento, el “perro negro” de la depresión, según la famosa definición de Winston Churchill, fue un compañero constante. En la escuela, si yo no era la primera de la clase, me deprimía. Si un día las cosas me iban mal (y hubo muchos días como ésos…), me deprimía. Si no tenía dinero para comprar el último grito de la moda, me deprimía. Si había una fiesta de cumpleaños y no me invitaban (lo cual ocurría con demasiada frecuencia), me deprimía.
 
Entonces mi familia se mudó a Canadá y yo estuve deprimida durante tres años enteros. ¡Buuah, no tenía amigas! ¡Buuah, me podía pasar un autobús por encima y nadie se iba a dar cuenta! ¡Buaah, tenía que ir al colegio y pasar el examen de francés, y no entendía ni una sola palabra! ¡Buaah, no tenía nadie con quien salir el sábado a la noche, nadie con quien hablar por teléfono, nadie con quien compartir lo que sentía!
 
Cuando cumplí diecinueve, ya tenía una larga lista de quejas e injusticias sobre cómo me había ido en la vida hasta ese entonces. Pero me di cuenta de que era imposible seguir sintiéndome deprimida y triste para siempre, así que tomé la decisión de cerrar  todo eso, recobrar la compostura y tratar de arreglármelas lo mejor posible con las herramientas que tenía.
 
Si en ese momento hubiera sabido que existía un libro llamado "En el Jardín de la Fe", del Rabino Shalom Arush, o si hubiera escuchado un CD de Emuná (la pura y auténtica fe), tal vez se me habría pasado por la cabeza la idea de que en mi vida también había un montón de cosas buenas. Pero no fue así, así que la única opción parecía ser ignorar todo el dolor que sentía y toda mi desilusión y simplemente seguir adelante.
 
La universidad fue más fácil en algunas cosas y más difícil en otras. Pero cuando a los veintidós años conocí a mi futuro marido, un montón de cosas se arreglaron y me llené de esperanza de que nunca más volvería a estar triste, deprimida ni sola.
 
Pero no fue eso lo que ocurrió. Si en el trabajo todos recibían un ascenso y yo no, me deprimía. Si tenía una discusión con una amiga, me quedaba triste varias semanas. Si alguien hacía una fiesta de cumpleaños y no me invitaban (no se olviden: ahora ya era una mujer casada), de inmediato me daba un ataque de “A MÍ NADIE ME QUIERE” y me quedaba deprimida y de mala onda durante meses enteros.
 
A una edad más grande, me empecé a deprimir por cuestiones más serias: tenía problemas para tener hijos. En el trabajo sentía muchísimo estrés. No lograba entender el supuesto equilibrio entre el trabajo y la casa. Estuve complicada en el horrible divorcio de dos amigos nuestros. Mi mejor amiga se mudó a Australia, etc etc etc…
 
Si en ese momento hubiera sabido algo de Emuná, tal vez habría pensado que Di-s estaba tratando de que yo Le prestara atención y de que tenía que llevar a cabo una seria introspección. Pero no tenía Emuná, así que cuando empezaron a acumularse todo el estrés y todas las dificultades y tensiones de la vida cotidiana, empecé a sufrir de ataques de pánico y de dificultades para respirar.
 
Entonces fui a un “Programador Neuro-Lingüista” y durante varias semanas las cosas parecieron ponerse mejor. Pero dentro de mi alma sabía que en realidad no había resuelto el problema, sino que solamente le había puesto una Curita.
 
Las cosas llegaron a un extremo al cabo de unos meses, cuando estábamos a punto de hacer aliá. Los ataques de pánico ahora me atacaban con toda la fuerza y muchas veces me quedaba sin aliento y completamente estresada, hasta más no poder.
 
Un día me desperté y tomé la siguiente decisión: “Yo tengo que hacer algo”. Y la única opción que tenía enfrente, siendo una persona que tenía una relación muy distante con Di-s y prácticamente nada de Emuná, era ir a un terapeuta.
 
Esta terapeuta era excelente. Y era carísima. Al poco tiempo de empezar, me di cuenta de que lo que le pagaba a la terapeuta era lo mismo que le pagaba al banco por el crédito hipotecario. Pero la terapia por lo menos me ayudaba a respirar y también me ayudó a hacerme subir al avión a Israel que fue donde, en un lapso muy breve, me di cuenta de que la terapia también tenía sus limitaciones.
 
A los pocos meses de llegar aquí, mi vida se vino abajo. En dos días, habíamos perdido todos nuestros ahorros y mantuvimos una discusión muy fea por e-mail con familiares muy cercanos. La casa nueva que compramos todavía no estaba lista para ser habitada y yo ya estaba toda estresada pensando dónde íbamos a vivir durante los próximos meses. El abogado se equivocó en el cálculo de los impuestos de la casa, lo cual nos dejó con una deuda enorme que teníamos que tratar de cubrir de alguna forma. La tasa de cambio iba en nuestra contra desde que habíamos firmado el contrato de compraventa y ahora encima teníamos todo esto otro que pagar…
 
Yo traté de arreglármelas con el tema de la burocracia en un idioma extraño en el que no entendía ni una sola palabra, pero fue un total fracaso. No sabía ni dónde estaba parada… Los ataques de pánico volvieron con un estruendo, arrasando conmigo. Ahí fue cuando las cosas empezaron a empeorar: mi marido perdió su puesto en Inglaterra. Mis negocios se vinieron abajo. Nuestras deudas aumentaron de manera exponencial. Cada vez me costaba más y más arrastrarme a mí misma para salir de la cama. Pasaba horas enteras del día llorando y sintiendo lástima por mí misma.
 
Mi terapeuta estaba de acuerdo conmigo en que las cosas se habían puesto muy difíciles y por eso me sugirió que tomara pastillas, para “ayudarme a pasar la mala racha”. Yo le dije que no, pero por adentro empecé a sentirme completamente desesperada.
 
Todos esos años siempre había pensado que la terapia era la forma apropiada de resolver todos los problemas: era como el as en la manga, que siempre podía llegar a sacar cuando verdaderamente lo necesitara. Pero cuanto más hablaba con mi terapeuta tan recomendada, tan simpática y tan, pero tan, profesional, más me daba cuenta de que en vez de hacerme sentir mejor, cada vez me sentía peor.
 
Cuanto más hablaba de mis sentimientos y de las difíciles circunstancias que estaba atravesando, más atrapada y más abrumada me sentía. El problema era que no sabía qué otra cosa podía hacer.
 
Hasta que Di-s me tuvo compasión y me envió los CD's de Emuná del Rabino Arush. En un par de esos CD's el rabino hacía mención de la psicoterapia, explicando que todos los problemas emocionales que sufre la gente son producto de una falta de Emuná.
 
Cuando la persona piensa que todos sus éxitos en la vida son obra de sus propias manos y de sus propias capacidades, se vuelve muy arrogante y se llena de orgullo, sintiendo que alcanzó la cumbre del mundo. Pero después, cuando todo se derrumba y todo empieza a salirle mal, la gente cae en una tremenda depresión y melancolía.
 
Ahí fue cuando se me encendió la lamparita y vi el reflejo de mí misma: en Su infinita Compasión, Di-s me dio otras tantas pistas: si yo de veras quería solucionar mis problemas de raíz lo antes posible, tenía que ir al grano y actuar en forma directa.
 
Me di cuenta de que tenía que elegir. Tenía dos opciones: o bien continuar pagando una fortuna para hablar tres veces a la semana con un ser de carne de hueso que era muy inteligente pero que en realidad era incapaz de resolver mis problemas prácticos o bien podía tratar de hablar con Di-s todos los días, desahogándome y hablando con el Único en todo el universo que era verdaderamente Capaz de solucionar todos mis problemas.
 
Opté por lo segundo.
 
No me arrepentí. Aquellos primeros minutos de Hitbodedut (la Plegaria Personal en Aislamiento) fueron tan crudos y tan salvajes que la verdad es que no sé si se pueden considerar como una plegaria. Simplemente me la pasé vociferando ante Di-s y llorando y pidiéndole que me diera Emuná y que me ayudara a dejar de sentirme tan deprimida todo el tiempo.
 
Y Él me respondió. En cuestión de días la sensación de depresión había desaparecido y gracias a Di-s nunca más ha vuelto.
 
Ahora bien: en términos prácticos, después de que dejé de ir a la terapeuta, las cosas fueron de mal en peor. Todas las cosas que tenía terror de que ocurrieran, ocurrieron: tuvimos que vender nuestra casa porque ya no podíamos con todos los gastos. Mi marido estuvo sin empleo durante meses enteros. No teníamos nada de dinero, y apenas si podíamos ir al almacén a hacer las compras. Nos mudamos a otra comunidad. Y nos mudamos otra vez. Y otra vez más.
 
Pero gracias a Di-s, la depresión no volvió nunca más.
 
No estoy diciendo que la gente no debería ir al terapeuta. Si no quieren, o tal vez no pueden, hablar con Di-s en forma directa, entonces un terapeuta observante de la Torá y que profesa la Emuná ciertamente va a poder ayudarlos.
 
Pero tenemos que saber que la ayuda que uno recibe de un ser humano siempre e inevitablemente tiene sus limitaciones. Yo conozco mucha gente que se pasó años enteros “en el diván” y estaban seguros de que habían resuelto todos sus problemas, pero que el final siempre los volvían a encontrar al poco tiempo, esta vez con un disfraz diferente.
 
El buen terapista es excelente para tratar los síntomas. Pero las causas sólo Di-s es capaz de resolverlas. Di-s es el Único que puede ayudarte a ver lo bueno que se oculta en una situación traumática, difícil o imposible de soportar. Di-s es el Único que te da una escapatoria cuando el banco está a punto de ejecutar la hipoteca de tu casa. Di-s es el Único que puede hacer que tu hijo retome la senda de la verdadera santidad y felicidad y que puede hacerte acordar de por qué te enamoraste de tu pareja. Di-s es el Único.
 
Por eso, ahora que terminaste de leer este artículo, ¿qué te parece si cierras la portátil, desconectas el teléfono y te vas a charlar con Él? Aunque sea solamente unos cuantos minutos, aunque sea una sola oración, ése es el primer paso que conducirá al sendero de un espíritu tranquilo, un alma alegre y una genuina y permanente solución a todos tus problemas.
  
    

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1. Fanny

3/09/2024

Es así tan simple todo cuando tenemos a Hashem como centro principal?

Gracias por tu respuesta

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