La alabanza oculta – Emor

En los 210 años de esclavitud, hubo un solo caso aislado de infidelidad matrimonial, que la Torá da a conocer con luces de neón. E incluso eso fue accidental.

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Rabino Lazer Brody

Posteado en 17.03.21

La Torá habla en forma directa, sin adular ni “adornar” la historia de nuestro pueblo. Pero cuando la Torá condena a nuestros antepasados en realidad esa es la más grande alabanza. Por ejemplo, en la parashat Ki Tisa, la Torá relata el fiasco del Becerro de Oro. Sin embargo, de los 600.000 hombres judíos adultos, solamente 3.000 adoraron el Becerro de Oro. O sea que apenas uno de cada doscientos o un 0,5 % cayó en esta transgresión. Por el contrario, el 99,5 % de los hombres judíos adultos y el 100% de las mujeres judías adultas Le fueron fieles a Hashem y le fueron fieles a Moisés, y no tuvieron nada que ver con el erev rav (la multitud mezclada), que fueron los que tuvieron la idea del Becerro de Oro y que habían aprovechado la oportunidad de salir de Egipto junto con los israelitas recién liberados.

 

Aquí también, en la parashá de la Torá de esta semana, la condena vuelve a ser la más grande alabanza. En los 210 años de esclavitud en Egipto que se extendieron por más de cinco o seis generaciones incluyendo a millones de judíos, hubo un solo caso aislado de infidelidad matrimonial, que la Torá da a conocer con luces de neón. E incluso eso fue accidental. ¿Cómo fue? Shlomit bat Divri estaba durmiendo. Un hombre entró a su cama; ella estaba segura de que era su marido, pero no lo era. Era el capataz de su marido que había forzado a su marido a trabajar toda la noche y lo había golpeado con tanta fuerza que este había muerto. En medio de la noche, el egipcio se metió de incógnito en la cama y sorprendió a la mujer del israelita. Un hijo fue concebido aquella noche.

 

Moisés, que era un príncipe de viente años que vivía en el palacio del Faraón, fue a caminar un día para ver cómo estaban sus hermanos de nacimiento. Y entonces vio a un capataz egipcio golpeando sin piedad a un esclavo israelita. Ese fue el mismo egipcio que había torturado y asesinado al marido de Shlomit bat Divri. Moisés mató al egipcio en el momento.

 

Varios meses más tarde, Shlomit dio a luz a un hijo cuyo padre biológico era el capataz egipcio tal com nos cuenta la Torá en este pasaje. Rabí Ovadia de Bartenura explica que el hijo de Shlomit, que ya era un joven, quiso establecer su tienda dentro del campamento de la Tribu de Dan, la tribu de su madre. Los danitas no se lo permitieron. Él preguntó por qué y ellos le dijeron que su padre no era un miembro de su tribu y que la pertenencia tribal es por línea paterna, no materna. El joven respondió que jamás había llegado a conocer a su padre. “Por supuesto que nunca lo conociste”, le respondió uno de los danitas. “Tu padre fue un egipcio y tú eres un hijo ilegítimo, un mamzer”.

 

El joven se enfureció. “Demuéstramelo”, dijo. “¿Dónde está mi padre?”

 

El danita le dijo: “No puedo revivir a un muerto. Moisés lo mató”.

 

Entonces empezaron a pelearse entre los dos. El hijo de Shlomit, blasfemó el Nombre Sagrado y fue ejecutado.

 

Una vez más vemos que la condena de la Torá es en realidad un gran elogio. Las maldiciones de aquel joven eran algo nuevo que gracias a Dios nadie había hecho, ni siquiera los notorios Datan y Aviram, que cometieron un gran número de transgresiones, hablando mal de los demás y profanando el Shabat. Los israelitas no sabían qué hacer con una persona que blasfemaba, porque no tenían precedentes, así que le preguntaron a Moisés.

 

Vemos entonces que la condena que hace la Torá de nuestros antepasados es en realidad su más grande alabanza. Provenimos de una nación de personas justas y rectas que no sólo Le son leales a Hashem y a Su Torá sino que son leales los unos a los otros con impecable fidelidad matrimonial. Estos son los valores que fluyen en nuestros genes. Es nuestra tarea activar esos genes, fortalecer la emuná y la santidad personal y acercarnos a Hashem para que Él reconstruya el Templo Sagrado y pueda habitar nuevamente en nuestro medio, y esta vez, para siempre. Amén!

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