Sobre la Parashá – Vaieji

Es intrínseco a nuestra naturaleza el perpetuo afín de mejorar. El ser humano nunca está contento con simplemente ser…

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Rabi Menajem Mendel Schneerson

Posteado en 06.04.21

Es intrínseco a nuestra naturaleza el perpetuo afín de mejorar. El ser humano nunca está contento con simplemente ser…

 

Jacob y Raquel

La Lectura de la Torá de Vaiejí (Génesis 47-50) narra los sucesos finales de la vida terrenal de Iaacov (Jacob): sus bendiciones e instrucciones de despedida a sus hijos, su desaparición, funeral, y entierro.
 
Vaiejí comienza con Iaacov pidiendo a Iosef (José) que su cuerpo sea sacado de Egipto para ser sepultado en la Tierra Santa, en la Cueva de Majpelá en Jevrón, donde lo están los Patriarcas y las Matriarcas de Israel. Consciente de que esto seguramente enfrentaría la resistencia del Faraón, Iaacov insiste en que su hijo jure solemnemente cumplir este pedido.
 
Poco después Iosef trae a sus dos hijos para recibir la bendición de Iaacov. Pero éste, antes de bendecirlos, le habla a Iosef, evocando las circunstancias alrededor de la muerte de la madre de Iosef, Rajel (Raquel), aproximadamente unos 50 años atrás:
 
"Y yo, cuando llegué de Padán, Rajel se me murió en la Tierra de Canaan, sobre el camino, a corta distancia de Efrat; y allí la sepulté, sobre el camino a Efrat, que es Betlejem (Belén)" (Génesis 48:7).
 
Rashi explica que Iaacov estaba diciendo a Iosef: Pido que te tomes la molestia de llevarme a ser sepultado en la Tierra [Santa]… pese a que no hice lo mismo por tu madre. Ella murió cerca de Betlejem… y yo ni siquiera la llevé a Betlejem, a [un lugar habitado en] el país. Sé que en tu corazón hay resentimiento hacia mí [por esto]. Pero has de saber que fue por mandato Divino que la sepulté allí, para que ayudara a sus hijos cuando Nevuzaradán los lleve a exilio y pasen por allí. Entonces Rajel saldrá sobre su sepultura, sollozaré y suplicaré piedad para ellos, como está escrito:
"Una voz se oye en Ramá, [lamento y amargo llanto]; Rajel llora por sus hijos…" (Jeremías 31:14); y Di-s le contestará: "Hay recompensa por tu obra… Los hijos retornarán a sus fronteras"(íd. vers. 15).
 
Masculino y Femenino
 
Es intrínseco a nuestra naturaleza el perpetuo afín de mejorar. El ser humano nunca está contento con simplemente ser: el pensamiento mismo de una oportunidad desperdiciada o de un potencial no concretado no le da descanso, espoleándolo al esfuerzo incesante y a una persistente ambición que llama "vida".
 
"Él", dijimos, pues aunque el impulso de auto-perfección está presente en cada individuo de nuestra especie, pertenece al aspecto "masculino", o activo-afirmativo, de nuestra personalidad. Pero para nada menos integral en nosotros es nuestro elemento "femenino", nuestra capacidad para la receptividad y el sacrificio, nuestra convicción de que no hay grandeza mayor que la abnegación del Yo en aras de un objetivo superior.
 
Tan integrada está esta dualidad dentro de nosotros que indiscutiblemente aceptamos su paradoja en cada área de la vida. Enaltecemos la abnegación incluso cuando glorificamos el ser propio. Igualamos "bueno" con "altruista" incluso cuando reconocemos al ego como el principal motivador de todo logro positivo. Nos esforzamos por el "éxito", la "plenitud" y la "realización" incluso cuando declaramos que todo lo hacemos "por los niños".
 
Pues así fuimos formados por la mano de nuestro Creador: "Di-s formó al hombre, polvo de la tierra" (Génesis 2:7), productivo como el suelo bajo sus pies, "y El sopló en sus narices hálito de vida" (íd.), el impulso a aspirar, crecer y lograr. Di-s luego "tomó al hombre que había hecho, y lo puso" en Su mundo "para trabajarlo" y desarrollarlo, pero también "para guardarlo" y nutrirlo (íd. vers. 15).
 
El hombre, así, es una criatura con no uno, sino dos, centros en su ser; una entidad con no uno, sino dos, núcleos en su corazón. Es espíritu girando sobre un eje de egoísta procura de plenitud, así como también un alma centrada en un núcleo de abnegación. En las palabras del versículo: "Masculino y femenino El los creó… y llamó su nombre Hombre" (íd. 5:2).
 
Como judíos, heredamos esta dualidad de Iaacov, "el selecto de los Patriarcas" (Midrash Raba, Génesis 76:1), y Rajel, la madre esencial de Israel. De Iaacov – cuya vida de logro es coronada por una procesión real (Véase Rashi a Génesis 50:10) al corazón de la Tierra Santa- derivamos nuestro potencial para la auto-perfección. Y de Rajel -la joven madre que murió al dar a luz y que mora en una solitaria sepultura a la vera del camino a fin de dar mejor testimonio del sufrimiento de sus hijos- recibimos nuestra capacidad para el compromiso y la auto-trascendencia.
 
 
– Comentarios del Rebe de Lubavitch M.M. Schneerson, www.jabad.org.ar. Basado en Likutei Sijot, Vol. XXX, pgs. 239-240, y en otros lugares –
 
(Con la amable autorización de www.Torá.org.ar)

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