“Tú”: ¡Único e Irrepetible!

¿Acaso conocemos la complexión emocional y la estructura mental individual de nuestros niños? ¿Tenemos en cuenta las necesidades particulares de cada joven que tenemos bajo nuestra custodia?…

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Rabino Daniel Oppenheimer

Posteado en 05.04.21

¿Acaso conocemos la complexión emocional y la estructura mental individual de nuestros niños? ¿Tenemos en cuenta las necesidades particulares de cada joven que tenemos bajo nuestra custodia?…
 

Alan se levantó temprano como todos los días, pero la mamá le avisó que no llevara la mochila. "Hoy no vamos a la escuela" – le dijo.

 

"¿Por qué?" – preguntó Alan.
 
"Porque tenemos que ir a hacerte el documento" -respondió mamá, y, sacando una libretita verde, agregó: "Péinate bien porque te tienes que sacar una foto que van a pegar en la primer página".
 
Después de esperar en la fila durante un buen rato, les tocó el turno y se presentaron. Alan ya estaba impaciente por terminar este dichoso trámite. Había que firmar papeles, responder preguntas, y, al final, la mujer que los atendió tomó una plancha con tinta y lo tomó a Alan de la mano.
 
Arrimó uno de los pulgares y lo enchastró con tinta. "Flojito" -dijo la señora. “No te va a doler”. Inmediatamente presionó el dedo de Alan sobre cierto sitio de la libreta y sobre otros papeles.
 
 "Ya está, ahora se puede lavar las manos. Buenos días. Chau Alan (era amable)".
 
Una vez afuera, Alan preguntó: "Mamá, ¿para qué era eso de ensuciarme los dedos?".
 
"Era para tomarte las huellas digitales" – respondió la mamá.
 
"¿Qué es eso?" -insistió Alan.
 
"Es para que no se equivoquen de persona" – fue la respuesta.
 
"¡Pero tú nunca me confundiste a mí con otro niño!".
 
"Es verdad, pero es porque yo te quiero mucho. Sin embargo, imagínate que ocurriría si hubiera gente con malas intenciones, ladrones u otras personas malas. ¿Cómo se hace para reconocer si fueron ellos los que estuvieron en una casa y la robaron? Para eso, los policías miran con lupa las marcas que dejaron los ladrones y las comparan con los registros de las personas".
 
No obstante, Alan no era de los que se convencen fácil: "¿Y si yo tengo las mismas huellas digitales que el ladrón, entonces me llevan preso a mí?" – preguntó preocupado.
 
"No hay dos personas con las mismas huellas" – respondió la mamá.
 
Caminaron varias cuadras, mientras Alan seguía mirándose los dedos que no se habían acabado de limpiar, fascinado con el tema de las huellas. Dado que pertenecía a una familia muy creyente, llegó a la conclusión: "¡Entonces HaShem nos hizo huellas distintas a cada persona para poder encontrar a los verdaderos ladrones!" – estableció triunfante, como si  hubiera hecho un gran descubrimiento.
 
La mamá, ya un poco cansada de la charla, solo atinó a murmurar: "No creo que sea exactamente así…".
 
Y tú, querido lector: ¿qué opinas? ¿Nunca te pusiste a meditar sobre el tema? ¿Cuántas veces te dijeron – o les dijiste tú a otras personas: "Eres un calco de tu mamá, hermana, etc.", y sin embargo, a pesar de ser tan "idéntico", ¡nunca las huellas son iguales! ¿Qué sentido puede tener eso?
 
En las palabras de los Sabios, encontramos la siguiente frase (en momentos en que Moshé Le pide al Todopoderoso que elija la persona adecuada para que sea su sucesor, dada la dificultad de guiar al pueblo): "Del mismo modo en que sus rostros no son idénticos, tampoco lo son sus temperamentos" (Midrash Tanjumá, Pinjás 10).
 
Esto nos lleva a una consideración muy importante, en particular a padres y docentes que tenemos niños a cargo, con el objetivo de educarlos: ¿Acaso conocemos la complexión emocional y estructura mental individual de nuestros niños? ¿Tenemos en cuenta las necesidades particulares de cada joven que tenemos bajo nuestra custodia? ¿Entendemos la importancia de observar su particularidad? Dado que nosotros, los padres, no somos pedagogos de profesión ni tampoco seguimos una "carrera" similar ni nada por el estilo, tal vez esto resulte un poco extravagante. Pero sepan que es un tema crítico y al mismo tiempo delicado acerca del cual debemos ponderar durante largas horas, si verdaderamente queremos cumplir como es debido nuestra tarea de educar a los niños que Di-s, en Su inmensa Gracia, nos confió. Intentar educar con éxito a un niño sin tomar en consideración sus requisitos personales y exclusivos, es una total insensatez que y puede causar más mal que bien.
 
"¿Qué quieren de mí?" – pensarás tú- "Yo envío a mi hijo a una buena escuela, le digo todos los días que haga los deberes y que estudie para las pruebas, ¡hasta le prometí comprarle una moto si no se lleva materias a marzo!, pero no le da la cabeza… ¡No sé qué voy a hacer, estoy desesperado!".

Si estas palabras (no las de "la moto", afortunadamente) fueran anomalías de casos muy excepcionales, no diría nada. Pero no es así. Muchos, muchísimos jóvenes no caben dentro del sistema que la sociedad les creó. Y esto es algo natural pues "del mismo modo en que sus rostros no son idénticos, tampoco lo son sus temperamentos" tal como dijimos antes. Ningún sistema contiene ni puede abarcar a todos ni puede declararse el único o el mejor posible para todos. Es muy triste el hecho de que los padres no estemos despiertos a esta eventualidad para indagar y buscar caminos alternativos que ofrecer acorde a la capacidad e inclinación naturales de nuestros hijos.

Colocar obligadamente a un joven en un régimen que no lo contiene es algo agresivo y contraproducente. ¿En dónde radica el problema? En que hay un único sistema que conocemos y, por lo tanto, creemos que todos tienen que englobarse dentro de él. Cuántas veces oímos decir: "¡Si éste no me termina la secundaria, va a ser un desastre! ¡Nunca va a conseguir un trabajo!".
 
El Sr. Javier Kaufmann era ingeniero de profesión. Decidió con su esposa, Marisa, decorar su living con un cuadro que recibió como obsequio. Dado que Javier no era experto en pegar clavos en la pared, le pidió a su esposa que lo sujetara mientras él intentaba con el martillo golpear el clavo. La inexperiencia de Javier se hizo sentir en los dedos de Marisa. En el mejor de los intentos, el clavo entraba retorcido en la pared, doblándose cada vez más. La frustración y los comentarios de Marisa (“Decime una cosa, ¿qué aprendiste en tantos años de pos-grado?") solamente logró que Javier se empeñara aún más en insertar su clavo por la fuerza, torciéndolo cada vez más… ¿Es así como queremos educar a nuestros hijos? ¿Analizamos alguna vez las posibles causas por las cuales les cuesta tanto el aprendizaje? ¿Tenemos en claro el límite de lo que es la presión de obtener únicamente logros positivos siempre y a toda costa? ¿Sabemos alentar e incentivar sin abrumar ni causar angustia ante el posible fracaso?
 
Sin desmerecer el valor del estudio en la escuela media tradicional, que es la que les da a los niños un amplio espectro de conocimientos generales, aquél suele mostrarse perverso en muchos casos por no contemplar las necesidades particulares de jóvenes a quienes el estudio de ciertas materias con las cuales tienen gran dificultad, les impide progresar en otras que les serán igualmente necesarias en la vida. Esto, para citar uno de los posibles cuestionamientos que nos deberíamos hacer. ¿Es necesario insistir en que un pequeño sufra el malestar de repetidas frustraciones y fracasos que le hacen perder la fe en sus propias habilidades, haciendo que corra el riesgo de que, en ciertas instancias, lo identifiquen con personajes y con ideas sombrías y perjudiciales?
 
Lo que digo vale tanto para el régimen tradicional de estudio de las escuelas – de cualquiera de ellas y en cualquier nivel de estudio – como también, y en mayor medida, en la vida competitiva y en la práctica de saber valorar sus logros como individuos en todo orden de la vida. ¿Acaso les enseñamos a los niños que lo que verdaderamente importa es el esfuerzo y la honestidad, incluso más que los logros? ¿Ellos saben que valen, aun si no son los dueños del éxito, la celebridad y el renombre?
 
En la Parashá Bamidbar, leemos acerca de uno de los censos que se realizó durante la travesía del desierto. En aquel contexto, la Torá expresa las palabras "Se-ú et rosh" ("eleven" = cuenten cada cabeza). ¿Qué significa la idea de "elevar" cada cabeza? Asimismo, en el censo del desierto las personas se identificaban frente a Moshé y Aharón con sus nombres particulares. En los censos nacionales que conocimos y que son habituales en todos los países, el objetivo es saber el número de personas que habitan la nación, su forma de vida y otros datos estadísticos. ¿Qué sentido tiene presentarse con el nombre propio?
 
La respuesta radica en que la orden de Di-s no consistía en armar un simple registro de personas. Di-s sabe cuántos somos y podía informárselo a Moshé con menos esfuerzo.  Por el contrario, el objetivo era concientizar a cada individuo de su valor trascendente en relación con su tarea espiritual individual en el marco colectivo del pueblo (Rabi Shimshon Refael Hirsch, Sforno). En ese sentido, todos debemos convenir en que no existen "extras" en la obra de Di-s. Todos los actores son principales, figuren o no en la cartelera de los famosos del teatro humano. Esto incluye a cada uno, en su manera de apreciarse a sí mismo, como, a su vez, en la estima que les tiene a los demás. Si bien la insuficiencia en ambos casos es negativa, en el caso de uno mismo la falta de valoración propia tiene consecuencias nefastas.
 
Nuestro criterio para evaluar "éxitos y fracasos" es muy limitado. Tengamos en cuenta las palabras del Rabino Shlomo Wolbe zt"l en su libro Alei Shur: "Nunca hubo una persona exactamente igual a ti, ni la habrá hasta el final de los días. Cada persona debe recordar: "Soy una persona singular que posee una combinación precisa de talentos. Les nací a estos padres en este determinado momento de la historia y en este preciso lugar. Di-s me asignó una tarea específica. Gozo de una porción especial en la Torá. El mundo, en su totalidad, me espera. No existe otra persona que pueda cumplir mi misión particular en la vida".

"Eleven los ojos al cielo y miren Quién creó todos estos (los trillones de astros celestiales), a todos por su nombre los llama…ninguno de ellos está ausente" (Isaías 40:26).

Todos los padres tenemos una idea "del niño con quien soñábamos". En muchas oportunidades, esto nos dificulta apreciar y educar con ánimo al niño que sí tenemos. Respecto a nosotros mismos, o a nuestros seres queridos, "a todos por su nombre los llama… ninguno de ellos está ausente" – como dijo el Profeta Isaías.
 
 
– Rabino Daniel Oppenheimer  www.ajdut.com.ar –
 
(Gentileza de www.Torá.org.ar)
  
 

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