Doble estándar

¿Por qué será que hay padres que les exigen en forma excesiva a sus hijos pero con ellos mismos son tan indulgentes?

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Rabino Shalom Arush

Posteado en 05.04.21

En el ámbito de la educación infantil, nunca debemos olvidar que el niño es simplemente eso: ¡un niño! Idealmente los padres deberían recordarse a sí mismos que ellos también fueron alguna vez chicos y que hacían exactamente las mismas tonterías y que a su cerebro infantil jamás se le hubiese ocurrido que lo que hacía tenía algo de malo.

Por desgracia, hay padres que están cansados de la vida y muy amargos y que miran a sus hijos desde la perspectiva equivocada. Se lo toman todo en forma personal y no juzgan a sus hijos en forma favorable. Se enojan con ellos y a veces hasta llegan a odiarlos!

Hay padres que despiertan a sus hijos con reproches y gritos “¡Dormilón! ¡Levántate ya de una vez! ¡Empieza a moverte de una vez por todas! ¡Siempre tienes que estar molestando! ¿Quéeee? ¡¿Todavía no te levantaste?!”. Esta clase de padre o madre se cree que es un sargento del ejército que le exige a su hijo que se ponga de pie inmediatamente y le haga la venia…

Yo a ese padre o esa madre le preguntaría: ¿Ustedes no se levantan tarde también a veces? ¿A ustedes les está permitido pero a su hijo le está prohibido?”. El padre que tenga un mínimo de integridad y sinceridad se va a dar cuenta de que todas las críticas que les dirige a sus hijos en realidad debería dirigírselas a sí mismo. Porque no es justo que emplee un doble estándar. Él mismo no ha logrado perfeccionarse como persona y le exige a su hijo que actúe como un adulto, lo cual es totalmente imposible, y además es algo que él mismo todavía no logró.
El niño no actúa con intenciones de lastimar a nadie; simplemente vive dentro de su propio mundo. Pero los padres egoístas y egocéntricos no se dan cuenta de eso y en vez de tratar de entenderlo, le exigen al niño que él entienda al padre! No le permite vivir su propia infancia!

Los padres no tienen que tomar lo que les hacen sus hijosen forma personal sino que tienen que entender que ese es el mundo infantil: él necesita saltar, correr, hacer locuras, reírse, bailar, cantar… Es esencial que se le dé la oportunidad de liberar todas sus energías.

Los problemas empiezan cuando el padre quiere que el hijo salga de su mundo infantil y entre al mundo adulto. Pero el hijo no nació adulto. Y el niño normal hace tonterías. Por eso, tenemos que centrarnos en los buenos puntos del niño, en todo lo bueno que hace, como ir a la escuela, hacer los deberes, ayudar un poco en la casa, etc. Y las travesuras tenemos que encararlas con amor y con cariño.

A ningún padre se le ocurriría esperar un cierto comportamiento de un bebé recién nacido ni le gritaría a un bebé por haber ensuciado el pañal. Pero una vez que ese bebé crece y empieza a entender más, ahí entra en juego la Mala Inclinación, haciendo que los padres se enojen cuando el hijo no actúa como ellos esperan.

Por eso, los padres tienen que acabar con este círculo vicioso de enojo y nervios cada vez que su hijo no se comporta según la etiqueta y el protocolo de Su Alteza Real el Príncipe de Asturias…Cuando al niño por accidente se le derrama el vaso de leche, ¡no griten! Deténganse un momento a pensar: “¿Estoy tratando con un adulto o con un niño?”. A cada edad, los padres tienen que tener en cuenta las capacidades que tienen los niños a esa misma edad y hay que tener mucho cuidado de no exigirles más de lo que son capaces de hacer. Porque cuando se les exige algo que está más allá de su capacidad, esa presión les causa daño a sus almas y peor aún si eso va acompañado de gritos e insultos… Lo que hace el niño es no hacerle caso al padre, porque si él hiciera caso de todas las críticas, podría volverse loco o incluso morir, Dios no lo permita!

Los padres insensibles se muestran indignados: “¿Por qué mi hijo es tan rebelde? ¿Por qué tengo que repetirle lo mismo una y otra vez como si le estuviera hablando a la pared?”. Pero como el padre no deja de exigirle cosas todo el tiempo, el hijo deja de hacerle caso, porque sencillamente no es capaz de absorber tanto! Por eso, los padres tienen que filtrar todo aquello que no sea absolutamente necesario. Cuando sus exigencias tienen sentido y se transmiten con cariño y con total consideración por la edad y la capacidad del niño, ¡él los va a escuchar! Pero si no, entonces el niño se desconecta.

Siempre conviene empezar cada pedido con palabras de alabanza, felicitándolo al niño por todo o bueno que hace: “¡Qué diligente que eres! ¡Qué bien que te portas! ¡Qué excelente trabajo acabas de completar!”. En ese caso, el hijo sí va a estar dispuesto a escuchar. Acabemos entonces con el doble estándar y hablémosles a los chicos por lo menos de la misma manera que nos gustaría que nos hablen a nosotros.

 

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