La vergüenza

La vergüenza mata. Mata la alegría, la motivación y la autoestima. Es una emoción paralizante que nos hace escondernos...

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Yehudit Channen

Posteado en 15.03.21

La vergüenza mata. Mata la alegría, la motivación y la autoestima. Es una emoción paralizante que nos hace escondernos de los demás y de nosotros mismos.

 

Yo me crie en un hogar en el que acto de avergonzar al otro era considerado una herramienta educativa. Seguramente mi padre habrá pensado que hacer que sus hijos se avergüencen de sí mismos iba a ser un elemento disuasivo para que no se portaran mal.

 

Yo creo que en un montón de casos esto solamente sirve para transformar la mala conducta en otras formas de mala conducta. El avergonzar al otro jamás es algo productivo.

 

Los padres tienen que saber que la vergüenza puede llevar al secretismo y la mentira. Puede llevar a adicciones, trastornos alimenticios y demás formas de auto-destrucción. La vergüenza es algo tan agonizante que los jóvenes están dispuestos a hacer lo que sea con tal de evitarla.

 

Como judíos observantes, la vergüenza es lo que tememos cuando nos imaginamos el mundo venidero, donde todo lo que hemos hecho o dejado de hacer será atentamente revelado y evaluado. Y el terror de la vergüenza es lo que hace que muchos de nosotros sigamos el camino de la rectitud, que es un camino muchas veces solitario, rocoso y oscuro. Por supuesto que también nos guiamos por las mejores motivaciones ─estar más cerca del Dios al que tanto amamos─ pero el concepto de la vergüenza es fundamental en la resistencia al pecado.

 

Mi padre era un hombre sensible y en sus últimos años su carácter se suavizó y era un placer estar en su compañía. Pero cuando yo era pequeña, muchas veces me sentí humillada por sus castigos y sus discursos sobre mi carácter. Supongo que no conocía otra forma de manejar su descontento.

 

Sin que mis padres o mis maestros lo supieran, yo de niña sufrí de discalculia, que es un problema de aprendizaje que significa que el niño es incapaz de trabajar con números. Yo no lograba entender la matemática más simple, y mucho menos álgebra o geometría. Me pasaba horas sentada junto a mi padre exasperado con lágrimas cayéndome por el rostro, mientras él me explicaba problemas matemáticos una y otra vez. Yo no lograba entender nada y me sentía una estúpida. Por aquellos días, nadie entendía mucho acerca de problemas de aprendizaje. Si a alguien no le iba bien en la escuela, era porque no hacía el esfuerzo suficiente. O porque era un tonto.

 

Como si ya no sufriera suficiente, me enviaron a clases de música. Mi padre decidió que yo tenía que aprender a tocar el violín, que es un instrumento que llegué a odiar. Finalmente, al cabo de tres años, la maestra le explicó a mi padre que yo no tenía futuro musical y que nunca iba a tocar en la orquesta sinfónica, lo cual hizo que mi padre inmediatamente me transfiriera a clases de clarinete, que es otro instrumento que llegué a odiar. Yo hacía como que tocaba y al final me sentí tan incapaz que mi vergüenza se intensificó y empecé a sentir furia. ¿Por qué me obligaban a hacer cosas que no me interesaban y en las que no tenía éxito? ¿Por qué me obligaban a fracasar una y otra vez?

 

Fue durante aquellos seis años de clases de música y problemas con la matemática que empecé a comer de más, desarrollando un problema alimenticio a la edad de doce años. Esto no hizo más que agregar vergüenza a la vergüenza que ya sentía, y sentí desesperación por sentirme mejor respecto a mí misma. Había muy pocas cosas que realmente disfrutaba. Una era leer, otra era escribir historias y poemas y la tercera era la relación que tenía con mis hermanos y con mis amigas. Finalmente me di cuenta en qué era buena. Y así fue como me transformé en madre de una gran familia, en escritora y editora profesional y coach. Porque si uno persiste en lo que le gusta hacer, sí o sí va a tener éxito.

 

Hashem implanta en cada uno de nosotros una tendencia hacia algo para lo cual tiene talento. Así es como Él nos ayuda a hallar nuestra misión en la vida.

 

Sin embargo, incluso en las cosas para las cuales tenemos afinidad, necesitamos entrenamiento y muchas horas de trabajo para poder llegar a ser expertos. Según algunos investigadores, hacen falta 10.000 horas para poder ser un experto en el oficio.

 

Además hace falta humildad para poder aprender de otros. Si no dejas que nadie perciba tus deficiencias, jamás lograrás mejorar. Yo tengo la bendición de tener un mentor que es muy paciente y persistente y entiende mi temor al fracaso. Yo te propongo que encuentres a alguien en quien confías para que te dé aliento a que desarrolles tus talentos. Todos necesitamos a alguien que crea en nosotros y en los dones que nos dio Dios.

 

Mucha gente tiene problemas al principio y fueron avergonzados en la infancia por infracciones que en realidad eran normales para esa edad. Yo tengo muchos clientes a los que hicieron sentir unos inútiles por no haber sobresalido en la escuela o en las tareas hogareñas. A veces un niño que no es atractivo físicamente puede ser un motivo de vergüenza para los padres, igual que un hijo que abandona el camino de los padres o que no es lo suficientemente atlético o popular. Los niños se dan cuenta muy pronto de lo que quieren sus padres y tratan de dárselo pero si no lo logran, entonces piensan que son un fracaso. Jamás se les ocurre que sus padres tal vez son irrealistas o están mal aconsejados.

 

Pero Hashem sí sabe quiénes somos y a diferencia de los padres físicos, Hashem no necesita que seamos algo que no somos. Él todo el tiempo nos coloca en las situaciones indicadas para que podamos aprender lo que necesitamos para llevar a cabo la rectificación de nuestras almas.

 

Al mirar atrás, y ver mi dura infancia, cuando me sentí tan poco amada y tan humillada, sé que hay un motivo por el cual tuve que pasar por todo eso. Porque me dio una perspectiva diferente, y porque me hizo tener compasión. Y me dio sabiduría. Y lo mismo con todas las cosas que tuve que pasar en la vida, ya sean felices o no.

 

Estas experiencias me convirtieron en la persona que soy hoy y me continuarán acompañando en mi viaje espiritual, siempre sabiendo que Hashem me ama exactamente tal como soy pero aun así me empuja para que mejore más. Y eso no es una contradicción.

 

Es una lección… con beneficios.

 

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