¡Por Favor, Sin Reprimendas!

Mi madre, que en paz descanse, jamás fue a hacer un curso para padres para aprender a criar a sus hijos pero ella era el epítome del amor…

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Rabino Shalom Arush

Posteado en 05.04.21

El gran Rabino Iser Zalman Meltzer, de santa y bendita memoria, una vez les hizo una prueba a sus alumnos de la Yeshivá “Etz Jaim” en Jerusalén. Uno de los alumnos cometió un error y entonces el Rabino Iser Zalman quiso salvar las apariencias, para que el alumno no quedara mal, y le dijo: “Ah… entiendo. ¿Tú quieres decir que…?”. El alumno no entendió la indirecta y respondió: “No, maestro. Yo quise decir exactamente lo que dije”.

Entonces el Rabino otra vez volvió a darle pie para que saliera de la embarazosa situación en forma honorable, pero el chico otra vez no entendió y continuó insistiendo en que eso era exactamente lo que quería decir. Mientras tanto, los otros alumnos empezaron a perder la paciencia.

Entonces el Rabino le pidió al jovencito que esperara unos cuantos minutos porque tenía que salir a hacer algo. El Rabino efectivamente salió y empezó a caminar de un lado para el otro, repitiéndose a sí mismo en forma enfática: “¡El precepto de que tenemos que respetar a todas las criaturas de HaShem también incluye a los niños pequeños! ¡El precepto de que tenemos que respetar a todas las criaturas de HaShem también incluye a los niños pequeños!”.

Este rabino se cuidaba muchísimo de no dañar la dignidad de ninguna persona, ni siquiera de un niño obstinado que no se da cuenta de que el maestro estaba tratando de corregir en forma honorable el error que él había hecho. Y es que el Rabino Iser Zalman amaba a cada uno de sus alumnos como a un hijo.

El amor tiene algo mágico y en especial en la educación de los hijos. Empieza con el amor entre marido y mujer, porque allí donde hay amor entre marido y mujer entonces por supuesto que también hay amor a los hijos y entonces no hay necesidad de estudiar para saber cómo criarlos. Porque el amor es algo Divino, el amor es HaShem. En una casa llena de amor, automáticamente los niños crecen en la forma debida.
Mi madre, que en paz descanse, jamás fue a hacer un curso para padres para aprender a criar a sus hijos pero ella era el epítome del amor. No tengo forma de explicar la cantidad de amor que ella nos prodigó. Ella ni siquiera aprendió a leer y escribir, pero los profesores de educación habrían podido aprender mucho de ella. ¡Mi madre poseía un amor y una paciencia increíbles! Y mi padre era una persona muy justa y muy recta, con muy buenos rasgos de carácter, y además era sumamente compasivo y tenía un enorme deseo de dar a los demás. Esta atmósfera hogareña tan sana nos moldeó el carácter a mis hermanos y a mí.

Todo el amor y el deseo de dar que tengo para con la humanidad provienen del hecho de que me criaron con tanto amor y con tanta paciencia. Todos los aspectos intelectuales que salvan a tantos niños a mí me llegan en forma natural, sin que yo haya estudiado educación, gracias a que recibí de niño tanto amor y tanta calidez. Así es como yo también aprendí la forma debida de educar.

Todas las personas que absorben bondad de niños pueden reciprocar con bondad de adultos. A ellos les resulta fácil dar a los demás. Y desgraciadamente también ocurre lo contrario: aquel que es criado en forma cruel acabará tratando a los demás con crueldad.

La persona que fue criada con críticas, con gritos y con enojo por lo general carece de la fortaleza emocional para poder enfrentar la vida ni tampoco tiene la capacidad de dar a los demás. Y dado que es un “incapacitado emocional”, no puede dar, porque él mismo sufre de un déficit emocional. Como no recibió, no tiene nada que dar. Y aunque se esfuerce mucho y dé, eso le cuesta un montón. Por su parte, la persona emocionalmente sana sabe dar con facilidad, porque tiene lo que dar.

La persona que fue criada con críticas es incapaz de aceptar reprimendas, porque es emocionalmente inválida. Su alma ha sufrido un daño a causa de los daños repetidos y tan dolorosos que sufrió. Y el amargo resultado de todo este daño emocional es que ahora no logra construir un hogar ni una relación. Ante los comentarios más mínimos va a responder en forma feroz, como si acabara de estallar una guerra. Desde allí hasta la separación el trecho es muy corto.

La esencia de la educación infantil es criarlos con amor. Es obvio que cada padre y cada madre aman a su hijo, pero el amor que los padres sienten por los hijos no necesariamente les da a los padres el entendimiento necesario para saber cómo criarlos con amor. Vemos así que muchos hijos crecen sintiendo una falta de amor de parte de sus padres, por lo que es necesario que definamos de qué modo conviene expresar el amor de los padres a los hijos.

Otro ejemplo de la casa de mi madre: ella nos crió sin reprimendas y sin tensión nerviosa. Nuestros padres eran gente de fe que no sabían lo que era enojarse. Y por eso nunca fuimos víctimas de la ira ni de ataques de furia. Éramos niños en todo el sentido de la palabra, lo cual significa que éramos traviesos y para nada unos “angelitos” y hacíamos lío, como todos los chicos. Pero nuestros padres tenían mucha paciencia y nosotros sentíamos que nos amaban tal como éramos. Así fue como crecimos en un ambiente libre de reprimendas, críticas y enojo. Crecimos amando la vida.

Por eso, incluso cuando ya éramos grandes y les causábamos mucha pena a nuestros padres porque no íbamos a la sinagoga ni seguíamos sus pasos, mi madre, de bendita memoria, se empecinaba en aceptarnos con amor y con cariño tal como éramos, sin reprochar y sin quejarse. Simplemente nos aceptaba y listo. Y le solía decir a mi padre: “¡Pase lo que pase, estos son nuestros hijos!”. Por eso nosotros nunca les ocultamos nada sino que compartimos todo con ellos. Y finalmente sus plegarias, su paciencia y su amor nos hizo retornar a la buena senda.
El Rabi Najman dice que está prohibido reprochar, porque eso no es educar. Educar significa darle al niño el deseo, la motivación y el aliento necesario para que se encamine en la dirección correcta. El padre debe enseñarle al hijo a que se regocije en todas las bendiciones que le da Dios, diciendo por ejemplo: “Qué suerte que tienes de tener el privilegio de estudiar”. Y cuando el hijo es desobediente, los padres deben alentar ese buen comportamiento diciendo “¡Qué bien que te portas! ¡Qué obediente y qué buen niño eres!”. Así es como uno obtiene los resultados que desea. Las alabanzas y los premios son muchísimo más eficaces que los castigos. Sin embargo, hay veces en las que tenemos necesidad de utilizar el castigo para establecer los límites. No obstante, esto debe ser muy de vez en cuando.

Es obvio que todos los padres aman a sus hijos, pero tienen que aprender a expresar ese amor, para que los hijos no interpreten el comportamiento de los padres como falta de amor. Las reprimendas, los castigos y mucho más los insultos, las humillaciones, los gritos desaforados y los golpes se interpretan como una falta de amor. Muchas veces el padre tiene que hacer “la vista gorda”, sin reprender al hijo, pero rezando por él, y sirviendo para él de ejemplo.
 
 
 

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