La crueldad de la avaricia

Uno de los rasgos de carácter más terribles que existen, y que más daño causan a la armonía matrimonial, es la avaricia. El avaro ama tanto su dinero que ni siquiera es capaz de sentir el sufrimiento del prójimo. Y por eso actúa con crueldad y no se apiada de los demás ni los ayuda. No da caridad ni por error y ni siquiera se da cuenta de que está siendo cruel. ¡Al contrario! Está convencido de que hace lo correcto. El amor al dinero lo enceguece, tal como está escrito: “El soborno enceguece los ojos de los sabios y deteriora las palabras de los justos”. Es por eso que, en términos generales, la gente no aguanta a los avaros y a menudo hasta los maldicen, lo cual obviamente no les trae nada de bendición ni a su vida ni a su sustento.

¡Es todo mío!

La avaricia se origina en el concepto de “Mi fuerza y el poder de mi mano me han traído toda esta riqueza” (Devarim 8:17), o sea, cuando uno piensa que él es el que está a cargo de su sustento. Esta falta de emuná se manifiesta de dos maneras:

1) El hombre rico que piensa que obtuvo su riqueza por sus propios medios y que por lo tanto le pertenece únicamente a él y por lo tanto no desea compartirlo con nadie. No sabe que fue Hashem el que le dio el dinero para que lo use, no sólo para sí mismo, sino también para todos los que dependen de él. Pero si Hashem ve que esa persona no comparte su riqueza con los demás, entonces se la quita, ya que Hashem es el que enriquece o empobrece a la persona.

Esa persona no sabe que, mientras Hashem siga queriendo que sea rico, entonces, por más que gaste, siempre va a seguir teniendo dinero y obvio que no va a sufrir ninguna pérdida a causa de la caridad que dona. Pero si Hashem no quiere que sea rico, entonces hasta la estrategia más ingeniosa no le va a servir de nada. Incluso si deposita su fortuna en cien cajas de seguridad diferentes, Hashem se va a encargar de que se quede sin un solo centavo.

2) El hombre pobre tal vez piense que debido a que es pobre, no tiene necesidad de dar caridad a los demás ni de alentar a sus familiares a que den caridad. No sabe que Hashem lo está supervisando, y que si actúa con generosidad, es muy probable que el Creador le envíe dinero aunque no lo merezca, tal como enseñan nuestros Sabios: “Cuando incluso el pobre da caridad, no se le muestran señales de pobreza”. Pero si piensa que el dinero le pertenece y que solamente sirve para suplir sus propias necesidades, entonces no hay motivos para que el Creador le dé más de lo que se le asignó en primer término.

Existen varias clases de personas avaras:

1. Están los que son avaros con personas desconocidas, pero que con su propia familia no lo son.

2. Están los que, al revés, con los demás son generosos pero con sus propios familiares son avaros.

3. Están los que son avaros con todo el mundo, tanto con los desconocidos como con sus propios familiares, pero en lo que refiere a ellos mismos gastan sin ningún problema y se dan todos los gustos.

4. Por último, están los que son avaros con todos, incluso consigo mismos. No se dan ningún gusto y suelen guardar todo su dinero en algún lugar secreto. Al final, o bien todo el dinero se pierde o bien lo reciben otras personas, que disfrutan de su uso.

La avaricia es uno de los rasgos que cada mujer que contempla casamiento debe evitar a toda costa en los pretendientes. El otro es la ira.