El clavo en la pared

Había una vez un viejo solterón muy rico pero también muy avaro que fue al casamentero y le pidió que le consiguiera pareja...

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Rabino Lazer Brody

Posteado en 04.04.21

Parábola Jasídica

 

Había una vez un viejo solterón muy rico pero también muy avaro que fue al casamentero y le pidió que le consiguiera pareja.

 

“¿Pareja?”, exclamó el casamentero. “Ninguna mujer va a aceptar dormir en el depósito trasero del negocio como tú. La mujer quiere una casa normal. Demuéstreme que usted tiene una casa normal y yo le voy a conseguir una buena pareja, siempre y cuando me garantice que me va a pagar la tarifa que me corresponde. Todo el mundo sabe que usted tiene muy mala fama en lo que a dinero concierne…”.

 

“No hay problema”, dijo el avaro. “Enseguida vuelvo con las llaves de una mansión espléndida”.

 

El avaro fue a ver a un conocido suyo, que también era un avaro terrible, y a quien llamaremos “Ebenezer”, vivía en una casa muy bella encima de una colina. La mujer de Ebenezer sabía cómo extraer los rublos de oro para todo lo que necesitaba.

 

Esa misma noche, el Avaro tocó a la puerta de Ebenezer. “Entra, mi amigo”, recibió Ebenezer al invitado. “¿En qué te puedo ayudar?”.

 

“¿En cuánto cotizarías tu casa?”, preguntó el Avaro.

 

Ebenezer, pensando que el Avaro quería comprarle la casa, le dio un precio diez veces más caro que el que en realidad valía. “Fácil puedo recibir un millón de rublos de oro por ella”.

 

“¿Sabes qué?”, dijo el Avaro, “En tus paredes probablemente hay espacio para colgar un millón de clavos, o sea que un millón de rublos de oro dividido por un millón de clavos equivale a un rublo por clavo. Me gustaría comprar la cantidad de espacio de las paredes de tu casa para colgar un clavo, y por ese privilegio, estoy dispuesto a pagar tu precio exagerado de un rublo de oro”.

 

“Te debes haber vuelto loco”, dijo Ebenezer. “Porque el privilegio de colgar un clavo en mi precioso y aristocrática pared posee un valor intrínseco adicional. Voy a tener que cobrarte cien rublos de oro”.

 

Buenísimo, dijo el Avaro. Él ya aceptó venderme el espacio. Ahora lo único que tengo que hacer es discutir el precio…

 

Ebenezer pensó que había hecho un gran trato cuando finalmente llegó a un acuerdo con el Avaro por el precio de diez rublos de oro. Y lo que es más, el Avaro se comprometió a pagar los gastos legales de redactar un contrato legal y hacerlo aprobar por el tribunal religioso local.

 

El contrato legal, firmado y sellado cuando el Avaro le pagó a Ebenezer los diez rublos de oro en la oficina del tribunal religioso, le confirió al Avaro el derecho de colgar un clavo en la mansión de Ebenezer y usar ese clavo tal como le placiera. Ebenezer se quedó encantado por tener ahora diez rublos de oro haciéndole ruido en el bolsillo sin haber tenido que dar nada a cambio. O por lo menos eso era lo que él pensaba…

 

Esa noche a medianoche, alguien golpeó fuertemente a la puerta de entrada, despertando a Ebenezer y a su mujer. “¿Quién es?”, gritaron ambos, de muy mal humor.

 

“Soy yo, el Avaro. Por favor abran la puerta. Quiero colgar mi sombrero en mi clavo”.

 

“¿Qué? ¿A esta hora?”

 

 

“Un contrato es un contrato. Abran la puerta”. Ebenezer no tuvo otra alternativa que abrir la puerta.

 

Los días siguientes fueron un infierno para Ebenezer y su familia. No tenían privacidad. El Avaro los molestaba de noche y de día. Él colgaba el sombrero y luego lo descolgaba. Luego colgaba el abrigo. Y lo descolgaba. Y así siguió hasta que…

 

Un día, Ebenezer y su mujer olieron un olor terrible que venía de la entrada de la mansión, donde estaba el clavo del Avaro. Qué raro. El Avaro no había tocado a la puerta hacía ya tres días, pero había dejado una bolsa colgada del clavo. Ebenezer se fijó qué había dentro de la bolsa y dio un salto atrás: en la bolsa había el cadáver de un gato muerto, cubierto con todo tipo de bichos repugnantes….

 

Dando un salto, Ebenezer tiró afuera la bolsa y la quemó. Una hora más tarde, volvió el Avaro, que tocó a la puerta y pidió su bolsa. “¿Qué me hiciste?” exclamó Abenezer como loco.

 

“Un trato es un trato”, respondió el Avaro lo más tranquilo. “En el contrato dice que puedo usar el clavo tal como me plazca. Si vuelves a hacer eso, voy a tener que venir acá con el juez y el jefe de la policía. ¡Y entonces sí que vas a estar en problemas!”. El Avaro colgó una nueva bolsa en el clavo, y esta vez con dos gatos….

 

Tres días más tarde, Ebenezer y su familia abandonaron la mansión. El Avaro, ahora con su propia llave, tiró la tierra, fumigó y descontaminó la mansión y volvió al casamentero con una sonrisa de oreja a oreja en el rostro. Sosteniendo la llave en alto, le dijo: “¡Ahora consígame una mujer!”.

 

Rabí Najman le dijo a Rabí Natan (véase LIkutey Moharán 1:112) que una vez que la mala inclinación obtiene aunque sea el mínimo acceso al dominio de la persona, la hace pedazos y la controla totalmente.

 

La gente se convence a sí misma de que por el sustento, por la salud, o por lo que sea, pueden comprometer su estudio de la Torá, que es su mansión personal. Una vez que la mala inclinación clava un clavo e la pared, al final acaba tomando posesión de toda la mansión y la pobre alma del dueño termina con un olor a podrido.

 

Por eso, la próxima vez que la mala inclinación te toque a la puerta y te ofrezca dólares de oro para colgar un clavo en tu pared, dale un portazo en las narices!

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