En Busca de la Infelicidad

El otro día decíamos que algo está fallando. No hablábamos del lavarropas ni del refrigerador, sino de nosotros mismos...

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Judi Rimon

Posteado en 05.04.21

El otro día hablábamos acerca de que algo en el mecanismo debe estar fallando. No nos referíamos ni al lavarropas ni al refrigerador, sino a nuestra propia vida…

En busca de la infelicidad

El otro día hablábamos con mis amigas acerca de que algo en el mecanismo debe estar fallando. No nos referíamos ni al lavarropas ni al refrigerador, sino a una maquinaria mucho más sutil y delicada: nuestra propia vida. Desde que nos sentamos frente a un plato repleto de brownies no dejamos de preguntamos cuál era el error que cometíamos, porque aunque nuestra vida es como una epopeya no podemos dejar de sentirnos en un drama.

Una indicó que la culpa era del esfuerzo. Porque (por lo menos en Israel) no tenemos ayuda doméstica, así que mientras regamos las plantas, criamos a nuestros hijos, recibimos invitados en Shabat y también nos ofrecemos a cocinar para nuestra vecina parturienta cuando volvemos del trabajo.

Dos directamente enumeró los básicos de revista femenina y denunció que la mala alimentación, el poco tiempo de descanso y la falta de ejercicio físico son la causa del descontento que nos invade. Que una mujer que come la sobras del plato de sus hijos, duerme a intervalos de tres horas y el único ejercicio que realiza es al bajar la basura, no le está dando a la máquina el combustible que necesita.

En ese momento Tres protestó (a ella nadie la llama máquina) y proclamó que la variedad es la sal de la vida. Dijo que el problema es la rutina y la negatividad, y que la solución es dejar de levantarse cada mañana pensando que ese día será igual al anterior. Que así sólo se termina marchita murmurando por la casa “pobrecita de mí”.

Cuatro se aclaró la garganta y sin ninguna vergüenza le echó la culpa a nuestra educación. ¿Qué otra cosa se puede esperar de una generación educada con delirios de grandeza?, nos preguntó. Si casi todas fuimos educadas con aires de princesas a las que el mundo les rinde honores mientras saludan sin dejar caer la corona. Si fuimos educadas para rechazar todo lo que hoy tenemos. Y agregó mientras volvía a llenar su taza, que por más que nos esforcemos por borrarlos, los mandatos recibidos en algún lugar resuenan: “no serás ama de casa, nunca ama de casa, ama de casa, jamás”. Que no nos queda otra que resignarnos a esa dualidad. Que somos “bovaristas” (aquí Tres se indignó, pero luego le explicamos el sentido de esa palabra). Que sufrimos porque sentimos que no tenemos la vida que merecemos.

Y por último Cinco dijo que quizá sea sólo una cuestión de timing, que habría que ajustar el mecanismo del reloj, porque el problema es que en tiempo real nos vemos esquivando los baches con el cochecito del bebé cargando las bolsas del mercado, pero si reproduciríamos en cámara lenta nos veríamos caminando por el campo con nuestras familias mientras una suave brisa nos trasporta el aroma de los jazmines.

La cuestión es que hasta el momento de repartirnos el último brownie no habíamos llegado a ninguna conclusión y tampoco es que pretendiésemos encontrar el origen de la infelicidad en una charla con amigas, pero sea como sea, al final todas coincidimos en que hoy era el día propicio para proponernos el cambio y rezar por ello.
 

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