La más grande recompensa

¿Cuál es la más grande recompensa que puede tener una persona? Según la sobreviviente del Holocausto Frida Berger, “Si eres sano, eres rico”.

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Lori Steiner

Posteado en 04.04.21

¿Cuál es la más grande recompensa que puede tener una persona? Según la sobreviviente del Holocausto Frida Berger, “Si eres sano, eres rico”. Entonces – qué tenemos que hacer para poder tener longevidad y buena salud? Dios nos promete que si hacemos lo que Él quiere, ciertamente seremos bendecidos. Bueno, nosotros sabemos que Hashem ama la Shalom, la paz, la conducta ética, la moralidad y la práctica de los valores. Él nos bendice cuando adherimos a los principios que Él define como justos y luego se los transmitimos a nuestros hijos. El camino rumbo a una sociedad pacífica empieza con temor a Hashem y cuando Le tememos, no tenemos necesidad de temer a nadie más. Ninguna ley humana, ni siquiera el juramento de Hipócrates, o la jura ante una corte de ley puede garantizar que cumpla con la justicia, pero Hashem sí lo asegura. Por lo tanto, el compromiso con Hashem ciertamente nos ha de traer la más grande recompensa, cuando transmitimos Sus enseñanzas a nuestros hijos y a las futuras generaciones.

 

La Torá enseña que la más grande recompensa que Dios puede darle a una persona son los hijos, nietos y bisnietos. Debemos tomar este regalo con mucha seriedad. Aquellos a quienes les enseñamos y las buenas acciones que llevamos a cabo entran en esta misma categoría. Shifra y Púa, que más tarde son identificadas como Yojeved, madre de Miriam, Moisés y Aaron, y la propia Miriam, hermana de Moisés, eran parteras que ayudaban a las madres a dar a luz y luego cuidaban a los bebés recién nacidos. Ellas ignoraron el decreto del Faraón, según el cual los varones nacidos de madres judías debían ser ahogados en el Nilo. En lugar de eso, ellas alimentaron y cuidaron a los recién nacidos con plegarias y les cantaban canciones de cuna. El Midrash describe cómo ellas cuidaban y trataban a los bebés enfermos. El nombre Shifra signfica “mejorar” y Púa se refiere a la suavidad con que Miriam les hablaba a los bebés, calmándolos y haciendo que dejaran de llorar.

 

Primero dice: “Las parteras temían a Dios y no acataron (el edicto del Faraón)” (Éxodo 1:17). Luego la Torá dice: “Y fue debido a que las parteras temían a Dios que Él les hizo casas” (Éxodo 1:21). Así que dos veces dice que las parteras temían a Dios. Para ellos, obedecer a Dios era de primordial importancia. Ellas sabían con total certeza que había que obedecerle, por la simple razón de que Él así lo había establecido. Su excusa ante el Faraón por no acatar su mal decreto era que las madres judías eran rápidas en dar a luz sus propios bebés y que los bebés ya habían nacido para cuando ellas llegaban.

 

¿Qué tienen que ver las “casas” en el versículo citado? Representan las generaciones de Kohanim (reyes y sacerdotes) que descendieron de los bebés varones que ellas salvaron y también de los de las propias Shifra y Púa. Esa era una recompensa secundaria. La principal recompensa era la najat (felicidad, placer, orgullo) que estas dos mujeres tuvieron de sus propios hijos y nietos, porque trataron a los bebés como a sus propios hijos y actuaron como sus madres. Por eso se las recompensó con ser madres, abuelas, bisabuelas y tatarabuelas y ver los frutos de su labor y ver la prosperidad y el crecimiento del pueblo judío.

 

Lo único que anhelaban estas dos mujeres abnegadas era la perpetuidad y la continuidad del pueblo judío, salvar a la nación judía y verla prosperar. La más grande recompensa no es la riqueza ni las posesiones materiales sino sentir najat de nuestros hijos y nietos, en la perpetuación del judaísmo y la aplicación práctica de los valores judíos. El temor a Dios, Quien nos mandó que no se debe robar ni matar ni cometer adulterio, es lo que hace que la sociedad acate las leyes. Y la nación que acata las leyes es una nación sana.

 

Dios es la Suprema Autoridad y debemos difundir la fe en Él, porque las leyes seculares no poseen el poder espiritual necesario para convencer a la gente de que sea moral y ética. Ni la bondad ni la compasión ni ninguna promesa – verbal o escrita- de no hacer daño, ni la lógica pueden evitar que se produzcan crímenes. Únicamente el temor a Dios puede hacer eso. Y cuando escuchamos Su voz, Él nos ayuda no sólo con nuestros desafíos personales sino con todo lo que estamos enfrentamos hoy en día. Y la más grande recompensa que recibiremos será gracias a que sabremos que debemos enseñarles a nuestros hijos a temer y a amar a Dios, ahora más que nunca.

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