Perdida en Budapest

Los húngaros no quieren que haya musulmanes en su país, tras ver los cruentos asesinatos perpetrados en Inglaterra, Alemania y Francia...

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Yehudit Channen

Posteado en 16.03.21

 

Mi marido y yo acabamos de volver de Budapest. Pasamos allá unos días en un viaje de negocios pero igualmente encontramos unos momentos para relajarnos, gracias a Dios.

 

Es un lugar muy interesante, Budapest. Tiene edificios altos, antiguos y coloridos y muchos de ellos tienen también estatuas.

 

Nuestro pequeño hotel se llamaba Reina María y esta situado en lo que alguna vez fue el guetto judío. Las paredes que rodeaban el guetto ahora ya no están pero las calles viejas siguen allí, oscuras, angostas y lúgubres.

 

Mientras íbamos por la calle rumbo a la pizzería kasher (el Café Tel Aviv), me imaginé a los judíos atrapados allí, sin comida, sin calefacción y con un temor constante. ¿Qué hicieron para sobrevivir las condiciones tan difíciles, cuántas plegarias salieron de esta ciudad maldita, cuántas personas murieron en sus calles, enfermas, hambrientas, destrozadas?

 

Pero aquí estábamos nosotros, relajados, contentos y yendo a la pizzería sin ningún nazi a la vista. Budapest casi no tiene habitantes musulmanes (todos los Amalek matan en la misma forma salvaje)

 

Los húngaros no quieren que haya musulmanes en su país, tras ver los cruentos asesinatos perpetrados en Inglaterra, Alemania y Francia a manos de los mismísimos refugiados que aceptaron con tanta santurronería. Podría sentirme mal por estos países, pero no. Ellos nunca se sintieron mal por nosotros.

 

En nuestro segundo día en Budapest, mi marido y yo fuimos de compras al supermercado kasher, que está repleto de productos israelíes. Compramos algunas bebidas y volvimos al hotel, que queda a quince minutos.

 

Mi marido de repente decidió rezar minjá en la sinagoga local así que yo volví al hotel. Le dije a mi marid que lo veía en el hotel. Famosas últimas palabras…

 

Por algún motivo, me desorienté. Caminé y caminé pero no podía encontrar el hotel. Estaba oscureciendo y yo empecé a preguntarle a la gente cómo llegar a esa dirección, pero la mayoría no hablaba inglés y otros eran turistas, igual que yo. Nadie tenía la menor idea de dónde quedaba mi hotel.

 

Empecé a sentir ansiedad. Esto no tenía ninguna lógica. Yo sabía cómo ubicarme y no era la primera vez que estaba allí. ¿Acaso esto es lo que uno siente cuando tiene Alzheimer? ¡Tal vez era un primer síntoma!

 

Finalmente decidí volver a la zona judía, donde había rezado mi marido y donde hay tres restaurantes kasher. Allí iba a estar segura y probablemente alguien me iba a ofrecer ayuda. Podría usar el teléfono de alguien, porque había dejado el mío en el hotel

 

Abrí la puerta del Carmel, donde la noche anterior habíamos comido una cena deliciosa. Qué calentito que estaba adentro. Enseguida me relajé y el sonido del hebreo me calmó los nervios. Me acerqué a un mozo que estaba charlando con otra persona y les dije que me había perdido. Ellos empezaron a indicarme cómo llegar al hotel. Entonces el amigo del mozo, David, se ofreció a acompañarme, insistiendo en que de todos modos tenía que irse. Yo le di las gracias y salimos del restaurante. La verdad es que me dio un poco de vergüenza, pero estaba muy preocupada de que mi marido estuviera realmente preocupado.

 

Después de caminar varios minutos, vi a mi marido caminando rumbo a nosotros. “¡Ahí está mi marido!”, le dije a David y después de presentarlos, y de darle las gracias a David, este se fue y nosotros volvimos al hotel. Mi marido estaba muy aliviado y nos reímos bastante. Pero yo todavía no había logrado entender cómo había podido confundirme en una zona tan pequeña, dando vueltas en círculo durante casi una hora.

 

Gracias a Dios, había sabido cómo volver al barrio judío. Y entonces me acordé de algo que leí en uno de los artículos del Dr. Ballen.

 

Al tratar de determinar si la foca es un animal terrestre o marino, los sabios determinaron finalmente que era un animal marino. Y qué criterios usaron? Después de todo, la foca pasa la mitad del tiempo en la tierra, donde está tan cómoda como en el agua. La respuesta es que el hábitat natural se determina por el lugar al que va cuando se siente amenazada. La foca siempre vuelve al agua cuando tiene miedo o está confundida. Esa es la prueba. Y cuando yo me perdí en Budapest, lo primero en que pensé fue en volver al barrio judío, donde sabía que iba a estar a salvo. Sabía que me iban a ayudar, y así fue.

 

Perdida en Budapest, instintivamente busqué a mi propio pueblo, que a pesar de tanto sufrimiento y tanta dispersión, son capaces de mostrarme el camino a casa.

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