Todo es relativo

Nuestro edificio está hecho de piedra de Jerusalén y hay algunos árboles frondosos junto a la ventana de la cocina...

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Yehudit Channen

Posteado en 17.03.21

Para viajar a Australia y de vuelta lo más barato posible, mi marido y yo compramos boletos con parada en Addis Adaba, la capital de Etiopía.

 

Teníamos la opción de quedarnos en el Hotel Beacon las diez horas que nos quedamos allí y la aceptamos. Una camioneta nos fue a buscar al aeropuerto y nos llevó durante veinte minutos por la ciudad. Era temprano a la mañana y las rutas estaban llenas de autos y de autobuses. Mi marido se puso a conversar con otro pasajero mientras que yo miraba por la ventanilla el paisaje. Yo estoy segura de que algunas partes de Etiopía deben ser muy lindas pero nada de lo que vi aquel día podía calificarse siquiera de “pasable”.

 

Cuando llegamos al hotel, yo quise ir a buscar algún mercado en el que pudiera encontrar algunos souvenirs. Mi marido y yo salimos de paseo y lo primero que vimos fue una vaca enorme comiendo tranquilamente basura de un tacho.

 

En Israel tenemos gatos que hacen eso mismo así que para mí, una vaca parecía un chiste y le pedí a Don que sacara una foto. Inmediatamente después, una mujer sin dientes se nos acercó sonriendo y se puso a acariciarle el brazo a mi marido. Él apretó bien el celular y yo le quité a la mujer la mano de su brazo. Nos habían advertido que acá robaban mucho. Al alejarnos de ella,  me di cuenta de que la gente nos miraba y no supe decir si era porque éramos obviamente judíos, blancos, turistas, o las tres cosas juntas. Entonces empecé a sentirme incómoda. Mientras seguíamos caminando con cuidado por las veredas rotas, vimos muchísimos lisiados y enfermos mendigando en la calle sentados en frazadas con agujeros y sosteniendo latas oxidadas donde guardaban las monedas que recibían.

 

Una anciana apiló varias papas junto con varios ajíes picantes y se sentó junto a ellos a esperar que llegaran los clientes. Las calles estaban repletas de gente y el ruido era infernal pero a mí me daba la impresión de que todos iban en cámara lenta. La gente nos miraba mientras caminábamos pero nadie nos sonreía ni nos saludaba.

 

Después de unos minutos, le insistí a mi marido que volviéramos al hotel. No encontramos el mercado y no encontramos los souvenirs.

 

Nos pasamos el resto del día en la habitación de hotel, descansando y mirando las noticias en una televisión enorme. Al mediodía nos llamaron para avisarnos del almuerzo y yo fui a ver si había algo de fruta fresca. No había. No había nada que pudiéramos comer pero no nos sorprendió. Teníamos sándwiches en mi bolso así que le damos las gracias a la mujer que servía y nos fuimos.

 

Qué alivio cuando por fin llegó la camioneta para llevarnos de nuevo al aeropuerto. Cuando llegamos, nos dimos cuenta de que no había aire acondicionado y nos sentamos transpirando en las duras sillas de plástico.

 

Subimos a las Aerolíneas Etíopes en el vuelo de regreso a Israel. El avión era lindo y grande y las azafatas eran muy amables. En el vuelo de regreso a casa (la música y el vídeo no funcionaban) tuve mucho tiempo para pensar y estaba segura de que Hashem me había enviado en este desvío por un motivo.

 

Irme de Australia tras unas vacaciones de tres semanas no fue fácil. No sólo que me costó despedirme de mi hijo y su familia sino que el ver toda la riqueza y toda la belleza natural de aquel país (todos los árboles frondosos, las lagunas, los parques…) siempre me hace despertar la mala inclinación. Después de pasar varias semanas en casas “como corresponde” con alfombras y vestidores, grandes ventanales y jardines con césped verde fragante, mi departamento en Israel me resulta pequeño y bastante simplón. En la zona donde vivo siempre están construyendo, que es bueno, pero produce una enorme cantidad de polvo que se filtra por las persianas. Y como hay cientos de niños jugando afuera, las veredas están siempre llenas de envoltorios de golosinas y objetos olvidados, que es algo que jamás van a encontrar en las calles de Melbourne. En Israel no hay domingos placenteros para disfrutar haciendo asado con la familia en el patio de atrás (qué patio?).

 

Pero esas horas que pasé en Etiopía me devolvieron a la realidad. La pobreza que vi allí era tanto dolorosa como inquietante. Me dolió ver a los niños ayudando a sus madres a mendigar por la calle.

 

Muchas horas más tarde, llegamos a Ramat Beit Shemesh y miré a mi alrededor llena de aprecio. Nuestro edificio de departamentos está hecho de piedra de Jerusalén y hay algunos árboles frondosos junto a la ventana de la cocina. Comparado con la mansión australiana, nada del otro mundo. Pero comparado con Etiopía, el paraíso!

 

Pero incluso más que llegar a casa con una nueva perspectiva, llegué a casa con una comprensión más profunda de que, en medio de mis hermanos, en una tierra que siento que es mi propiedad personal, todo lo que tengo es un regalo.

 

Todo es relativo y está todo bien…

 

 

 

 

 

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