Una Alacena Ilimitada

Hagan un alto y piensen un minuto: ¿alguna vez les faltó de dónde obtener comida? ¿Alguna vez se pasaron todo un día sin comer? No estamos hablando acá de un ayuno público, como Yom Kipur o Tishá BeAv, en que nos abstenemos voluntariamente de comer mientras la heladera está abarrotada con todo tipo de manjares esperando a que termine el ayuno. Tampoco estamos hablando de cuando estamos manejando por la carretera y de pronto sentimos hambre y tenemos que esperar una hora más hasta que lleguemos a la próxima estación de gasolina, y la cantina. Acá estamos hablando de HAMBRE, cuando no hay comida a la vista. Gracias a Dios, son muy pocos sufrieron alguna vez tal privación.

Durante los muchos años que estuve en el servicio militar, y en especial en las épocas de guerra, hubo momentos en los que los camiones con provisiones no podían llegar al lugar donde estábamos. Pero de una manera u otra, nunca nadie se murió de hambre. En una ocasión, tuvimos que acampar y nos dimos cuenta de que teníamos al lado un algarrobo. Para nosotros, ese algarrobo era mejor que una mina de oro! Durante tres días comimos algarrobas. En otra ocasión, nos refugiamos detrás de un matorral que alguna vez había sido una viña. Les puedo asegurar que encontrar racimos intactos de suculentas uvas violetas en medio de la guerra era mejor que ganarnos cincuenta millones de dólares en la lotería. Hubo veces en las que no pudimos encontrar fuentes de agua, pero entonces encontrábamos hojas de ortiga, cuyas raíces tienen un sabor parecido al apio y contienen un 90 % de agua y una abundancia de hierro, calcio y fibras alimenticias. Esas hojas nos mantuvieron en pie hasta que llegaron los camiones con las provisiones. Así es como hoy, muchos años más tarde, todavía estoy aquí para contar el cuento y dar mi testimonio de que no nos morimos de hambre.

En el judaísmo existe el concepto de jazaká, que es una pauta establecida. Todo lo que sucede tres veces consecutivas se denomina “jazaká” o pauta establecida. Por ejemplo, si una persona logra realizar algo tres veces consecutivas, entonces se determina que es competente en esa área. Por lo tanto, si obtener licencia para conducir fuera algo sujeto a la ley judía, uno tendría que conducir un cierto trayecto y estacionar tres veces consecutivas para poder pasar el examen.

El año tiene 365 días. La mayoría de nosotros comemos tres comidas por día. Cada tanto nos salteamos una comida y en otras ocasiones, comemos también entre las comidas. Por eso, en términos aproximados, comemos alrededor de mil comidas por año. Por lo tanto, una persona de treinta años ha comida treinta mil comidas consecutivas.

Ahora bien: si Hashem nos dio de comer tres veces seguidas, entonces se ha fijado una pauta establecida de que siempre continuará dándonos de comer.

Pero no: Hashem no nos dio de comer solamente tres veces consecutivas. Él nos dio pan veinte, treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta, setenta, y ochenta mil veces consecutivas, dependiendo de la edad que tengamos.

¿No les parece que llegó la hora de confiar en Él? ¿Acaso Él no ha demostrado fehacientemente que es un buen proveedor? Si nosotros, los seres humanos, le hacemos un favor a alguien solamente una o dos veces, pero a pesar de eso el otro no nos da las gracias ni confía en nosotros, nos indignamos terriblemente. ¿No les parece injusto que le hagamos lo mismo a Hashem?

Al tener bitajón, o sea, confianza en Hashem, de que Él va a ponernos la comida en la mesa cuando tengamos hambre igual que lo hizo ya miles de veces, nos libramos de todas las preocupaciones. El Rabino Arush explica que esto se demuestra en los asuntos financieros.
No se preocupen pensando de dónde vendrá su próxima comida. La alacena de Hashem es ilimitada!