Súbete al caballo

Incluso con las mejores intenciones del mundo, puede suceder que veamos que nos hemos caído del metafórico caballo de la espiritualidad.

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Jaia Ovadia

Posteado en 05.04.21

 “Enséñame, oh Dios, Tus caminos, para que pueda andar en Tu verdad. Unifica mi corazón para que tema Tu Nombre” (Salmos 86:11).

 

Lo que la gran mayoría de nosotros está buscando es felicidad y dicha. Exploramos toda clase de caminos de vida y nos vemos forzados a ahondar en lo desconocido a fin de descubrir la clave de nuestra propia liberación personal. La gente literalmente vuela a los cuatro confines del globo en busca de sus sueños pero en la mayoría de los casos se queda con las manos vacías. Y si bien no todos llegan a las mismas conclusiones, si somos sinceros con nosotros mismos, vamos a entender que existe un solo medio para este fin: la aceptación de que estamos en este mundo para cumplir con la voluntad de Dios y no solamente para pasarla bien. Además, una vez que internalizamos que Hashem está en control de todo, todas nuestras dificultades se vuelven mucho menos terribles. (Y si todavía no leyeron En el Jardín de la Fe, entonces les propongo que empiecen por ahí).

 

Al iniciar nuestro viaje espiritual, muchas veces surgen dudas e interrogantes. Cuando se resuelve uno, el otro ya está esperando ansioso a ser respondido. Poco a poco, vamos obteniendo más conocimientos, que necesitamos enormemente para llenar el corazón de calma y de alegría. Una vez que abrimos la puerta del granero, por así decirlo, el alma anhela obtener más y más sabiduría. Ya sea si estudiamos a través de libros o asistiendo a charlas y conferencias, tenemos un mismo deseo inherente: otro “poquito” de verdad.

 

“Cuando uno se satisface con querer solamente lo que Dios quiere, entonces está coronando a Hashem Rey. Pero cuando uno desea algo distinto a lo que desea Dios, entonces esto les da poder a las fuerzas impuras. Uno tiene que anular su propia voluntad hasta el punto de no tener ningún deseo por nada excepto aquello que desea Hashem” (Likutey Moharán I: 177).

 

La única manera real de tener paz interior es someterse a la voluntad de Dios y esforzarse por ser uno con Él. Alcanzar ese objetivo no es cosa fácil. En El Camino de Dios, el Ramjal (Rabí Moshe Jaim Luzzatto) afirma que “La vida no es sino una serie de desafíos de distintos tipos y niveles, que la persona debe superar, y que ponen a prueba su lealtad y su devoción a Hashem”.

 

Al fin y al cabo, somos solamente seres humanos. Incluso con las mejores intenciones del mundo, puede suceder que veamos que nos hemos caído del metafórico caballo de la espiritualidad. Y por más que lo intentemos, la vida sigue presentando más y más desafíos, hasta que finalmente ya no tenemos deseos de volver a subirnos al caballo. Se trata de una lucha constante en la que repetidamente perdemos, dejando que nuestro ietzer hara, nuestro instinto al mal tome control de las riendas y nos lleve por el mal camino.

 

Como dice el refrán, cuando uno se cae del caballo, tiene que volver a subirse enseguida. Cuando nos caemos en el sentido espiritual del término, deberíamos usar esa caída como ímpetu para crecer, para “volver a subirnos al caballo” y seguir cabalgando. Y por más difícil que pueda parecer, tenemos que juntar toda nuestra energía y dar un salto enorme para volver a subirnos. Esto requiere de mucho esfuerzo y de mucha ayuda Divina, pero vamos a ver que con cada viaje sucesivo vamos a hacerlo con más facilidad. Y con las riendas nuevamente bien firmes en nuestras manos, el trote del caballo muy pronto llegará a ser una melodía serena.

 

A nivel nacional, muchas veces nos dejamos llevar por los acontecimientos y nos olvidamos de apreciar al Creador. Estamos tan preocupados con la política, con la tecnología, con las finanzas, que todo el propósito de la creación es dejado a un lado. Pero cuando ocurre algo terrible, Dios no lo permita, todos nos unimos y tratamos de ser mejores. Nos comprometemos a hacer más mitzvot (preceptos, buenas acciones), damos más tzedaká (dinero para caridad) y pasamos más tiempo orando. De repente todas nuestras diferencias se esfuman y la unidad que sentimos en nuestro pueblo es fantástica. Esto nos acerca a lo que Hashem espera de nosotros. De nosotros depende generar esa misma armonía sin necesidad de catástrofes y trastorno.

 

Dios quiera que todos podamos merecer galopar rumbo a la puesta del sol, siguiendo los pasos de nuestro líder Divinamente designado, el justo Mashíaj, cuando este nos guíe rumbo a nuestra Redención Final y nuestro Templo reconstruido, muy pronto en nuestros días, Amén!

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