Dos Pasos Adelante, Un Paso Atrás

Uno nunca crece en una línea recta. La regresión es parte necesaria de la vida. Es por eso que la Torá dice que “la caída debe preceder a la subida”...

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Dr. Zev Ballen

Posteado en 05.04.21

Uno nunca crece en una línea recta. La regresión es parte necesaria de la vida. Cuando la Torá dice que “la caída debe preceder a la subida”, está expresando ese mismo concepto a un nivel espiritual.

Existe una gran diferencia entre el niño que se quedó estancado en una determinada etapa de desarrollo y otro niño que ya dominó esa misma etapa pero luego sufre una regresión y vuelve a ella en una etapa posterior…

Muchas veces los padres se preocupan cuando aproximadamente a la edad de ocho meses, tras haber mostrado las primeras señales de ser capaz de separarse de su madre, su bebé de pronto exhibe “ansiedad ante personas desconocidas” cada vez que alguien que no es su madre lo alza en brazos. Es posible que mamá esté solamente a un par de metros de distancia, pero si el tío Marcos levanta al bebé, este se pone duro como una piedra y se pone a llorar. “No entiendo qué le pasa”, dicen los padres, preocupados. Antes el bebé dejaba que todos lo alzaran y nunca lloraba si la abuela o el abuelo o cualquiera de los tíos lo alzaban.

La respuesta es que el bebé ahora se graduó a un nivel más avanzado de desarrollo, en el que puede reconocer más claramente las personas y diferenciar entre una y otra. La ansiedad ante desconocidos propia del octavo mes de vida es una señal segura de que el bebé reconoce a su madre como una persona más separada que se diferencia claramente de las demás.

Todas las clases de desarrollo  -ya sean físicas, emocionales o espirituales-  progresan en una progresión según un patrón de dos pasos adelante, un paso atrás, dos pasos adelante. Ese es el diseño de Dios. Uno nunca crece en una línea recta. La regresión es parte necesaria de la vida. Cuando la Torá dice que “la caída debe preceder a la subida”, está expresando ese mismo concepto a un nivel espiritual. Esto significa que la caída espiritual debe necesariamente preceder a todo crecimiento espiritual. De hecho, únicamente cuando uno cae (sufre una regresión),  uno puede continuar elevándose. Los psicoterapeutas establecen una diferenciación entre dos clases de regresiones: la regresión patológica, en la que la persona se queda estancada en un nivel anterior, y lo que se llama “regresión al servicio del ego”, que es una forma de regresión sana y deseable, ya que promueve un nuevo crecimiento.

Cada logro en el desarrollo puede basarse únicamente en el hecho de haber completado las etapas anteriores. Si poseemos un buen dominio de aquello que ya hemos experimentado, entonces pasa a ser un sólido cimiento sobre el cual podremos seguir construyendo. A veces alcanzamos un nuevo nivel y Dios ve que por algún motivo necesitamos retornar a un nivel anterior, a fin de rectificar algo. Una vez que se logra tal rectificación, la persona puede aprender y progresar incluso con mayor rapidez a niveles más avanzados de crecimiento espiritual.

Hay una persona que conozco desde hace un tiempo, digamos que se llama David, que tiene una historia médica de grave ansiedad y ataques de pánico. David solía sufrir de estos ataques con gran frecuencia. Le podía pasar en cualquier parte: en la sinagoga, en la casa, en el trabajo o incluso al conducir el auto. Por supuesto que estos ataques de ansiedad lo debilitaban mucho y le causaban muchas restricciones en la vida diaria, como por ejemplo, no viajar lejos de su casa. Con el tiempo, David se volvió mucho menos ansioso. A medida que fue madurando espiritualmente, se volvió mucho más dedicado a su esposa y a sus hijos, empezó a participar en forma activa en la comunidad y se convirtió en socio en la empresa de su familia. La vida iba lo más bien y hacía ya mucho tiempo desde que había tenido un ataque de pánico o una sensación fuerte de ansiedad. David pensó que por fin había conquistado esta enfermedad de una vez por todas.

Un día le ocurrió a David algo aparentemente fantástico, pero él no lograba entender por qué no se sentía tan feliz por el tema. Acababa de reunirse con su padre, quien le había dado de regalo una suma considerable de dinero como expresión de amor por su hijo y su deseo de contribuir a la adquisición de su primer departamento.

 

 

 

 

 

Poco después, David tuvo uno de sus “peores” ataques de ansiedad en años. Me llamó absolutamente presa del pánico sin saber lo que le estaba ocurriendo. Me dijo que no sólo que no podía ir al trabajo ni funcionar en forma normal sino que además sentía que era un rotundo fracaso que después de todo este tiempo no había alcanzado ningún logro. Sentía que había retornado al mismo punto en el que había estado hacía años.
Gracias a Dios, David muy pronto se dio cuenta de que eso no era verdad y que su actual ansiedad era de un carácter completamente diferente a lo que había experimentado en el pasado. Antes, la ansiedad había sido precipitada por la sensación de ser emocionalmente dependiente, en contraste con su padre, que era un hombre exitoso y de gran popularidad. El más mínimo conflicto con su padre, a quien percibía como su “salvador todopoderoso” le causaba pánico, por temor a que su padre no estuviera a su lado en caso de que él se lastimara o se debilitara.
No obstante, en la actual situación, David ya había pasado a ser socio de la empresa familiar y ya había iniciado muchos cambios necesarios que le exigían oponerse –obviamente del modo apropiado y con el máximo respeto-  a su padre y a los otros socios principales en las reuniones de negocios. David era ahora consciente de que no sólo que su padre no era omnipotente sino que además, dada su mayoría de edad, necesitaba la joven energía de su hijo para mantener el negocio en pie frente a la creciente competencia.

La actual ansiedad de David era una forma del concepto de “caída en pos de la subida”. Ayudamos a David a comprender que en cierta forma él incluso había superado a su padre y que Dios ahora lo estaba preparando para que se convirtiera en el confidente de su padre y en su mejor encargado. Dios eligió a David en forma especial entre todos los familiares para que jugara un rol tan especial en relación con su padre. Lo que Dios quería ahora era que David sobresaliera en una misión que jamás había soñado que podría llevar a cabo.

Rabi Najman dice que dentro de nuestras debilidades y nuestros “peores” rasgos de carácter se ocultan nuestras mayores capacidades y nuestros tesoros espirituales. Con los meses, David se transformó en el enviado de Dios que ayudó a su padre, ahora ya viejo y enfermo, a mantener la dignidad y la serenidad que llegan únicamente con la genuina fe.

Tenemos que ser muy suaves con nosotros mismos y con los demás y recordar que nuestro crecimiento espiritual requiere muchos altibajos, muchas subidas y muchas bajadas. Tal vez no siempre nos demos cuenta, pero todo, absolutamente todo, es para bien.
 

 

 

 

 

 

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