Los Cuatro Ángulos de la Compasión

Traten de recordar qué persona tuvo más influencia en su vida. Tal vez un maestro o un familiar o un abuelo; un guía espiritual o un comandante…

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Rabino Lazer Brody

Posteado en 05.04.21

Traten de recordar qué persona tuvo más influencia en su vida. Tal vez un maestro o un familiar o un abuelo; un guía espiritual o un comandante…

Los cuatro ángulos de la compasión

Traten de recordar qué persona tuvo más influencia en su vida. Tal vez un maestro o un familiar o un abuelo; un guía espiritual o un comandante. Si prestan atención, advertirán que esta persona en particular tenía ciertas cualidades que ustedes simplemente adoraban, si bien esa persona no siempre les hacía la vida fácil. Tratemos de reconstruir esas cualidades y anotarlas:

1. Tú no tenías la más mínima duda de que esta persona en forma categórica te quería y quería únicamente lo mejor para ti.

2. Esta persona creía en ti en forma absoluta, incluso cuanto tú no creías en ti mismo.

3. Siempre te daba la impresión de que esta persona sabía exactamente cómo te sentías.

4. Esta persona sabía escuchar.

Curiosamente, estos cuatro puntos que hemos mencionado son una excelente definición de la palabra “compasión”: que nos importa del otro; que queremos lo mejor para el otro; que creemos en él, que sabemos cómo se siente y que lo escuchamos.

Los cuatro puntos mencionados son la clave para el éxito en cualquier situación en la que uno tiene que educar y entrenar a otra persona, tanto si es un entrenador atlético como si es un comandante en el ejército o un padre.

Machos, cálmense…. Ya sé. Ustedes quieren decirme que si actuaran de ese modo con los soldados de su pelotón o con sus subordinados, no habría disciplina. Permítanme estar totalmente en desacuerdo. En todo el mundo ha habido comandantes egocéntricos y de mano dura que fueron muertos por un disparo de rifle en la nuca. Si no me creen, pregúntenle a cualquier veterano de Vietnam. Sin embargo, también ha habido comandantes compasivos  – si bien necesariamente estrictos- a los que les importaba cada uno de los individuos que se encontraban a su comando. Los rígidos límites que establecieron fueron con el solo propósito de salvar vidas.

Nunca olvidaré a mi entrenador de lucha libre de la escuela secundaria, que, muy curiosamente, obtuvo un doctorado en Educación. Él era extremadamente estricto con nosotros; él también nos puso límites muy bien definidos que nadie se atrevía a cruzar. Una vez él expulsó del equipo al campeón del estado por comportarse en forma arrogante. Más que ejercicios en la colchoneta, él nos enseño cómo ganar en la vida. Yo era un chico con sobrepeso y un historial de asma y no mucha capacidad física que digamos. El entrenador pasó por alto todas mis desventajas y perfeccionó el único regalo que Di-s me había dado a mí y que no muchos tenían: una increíble fuerza de voluntad. El entrenador trabajó conmigo; perdí todo mi exceso de peso y me volví esbelto como un lince y casi tan veloz como él. Él creyó en mí y me mostró cómo aprovechar al máximo las herramientas que Di-s me había dado.

La mayoría de los demás entrenadores nunca hubieran permitido que un chico como yo probara para el equipo. Nuestro entrenador no tuvo la bendición de tener hijos: nosotros éramos sus hijos.

Cuando pienso en cuál es la fórmula del éxito para ser un buen padre, lo primero que me viene a la cabeza es la compasión. Como dijo el Rey Salomón en Proverbios, debemos educar a cada niño de acuerdo con sus aptitudes y sus aspiraciones, no según lo que nosotros esperamos de él. No podemos alimentarlo a la fuerza con nuestras propias aspiraciones.

Por eso ahora tratemos de evaluarnos a nosotros mismos como padres: ¿de veras podemos decir que cumplimos con los cuatro puntos de compasión mencionados con cada uno de nuestros hijos? ¿Acaso no nos gustaría que para la posteridad nuestros hijos piensen en nosotros como la influencia más positiva que tuvieron en sus vidas? ¡Porque eso es precisamente lo que deberíamos ser! ¿Quién no quiere ayudar a cada uno de sus hijos a alcanzar su máximo potencial mientras va construyendo en base a sus buenos puntos? Si no es así, entonces tenemos que cambiar nuestro plan de juego como padres.

Hagamos una auto-evaluación punto por punto:

1. ¿Nos importa de nuestro hijo? ¿Queremos solamente lo mejor para cada uno de nuestros hijos? No digas que sí tan rápido. ¿A cuántos padres les importa únicamente de su propio prestigio y del honor que les confiere su hijo, si  sentir verdadera compasión por la felicidad y el bienestar del niño? ¿Cuántos padres “aman” a sus hijos únicamente cuando traen a casa un examen en el que se sacaron 94 o solamente si se ganaron el papel principal en la obra teatral de fin de año? ¿Cuántos padres desprecian a sus hijos si no se convierten en el as del equipo universitario o si no forman parte de la asociación de alumnos sobresalientes de la facultad? Eso no es amar a un hijo; eso es amarse egoístamente a uno mismo a expensas del niño. Eso es pura y absoluta crueldad, no compasión. Este punto tiene que ser una idea central en la autoevaluación y la autocorrección de los padres. Felices de aquellos que aman a sus hijos en forma incondicional, tanto si el chico es autista como si es el mejor alumno de toda la escuela…

2. ¿Acaso tenemos fe en cada uno de nuestros hijos? No podemos tener fe en cada uno de nuestros hijos si no tenemos emuná y no nos damos cuenta de que HaShem crea a cada hijo con cualidades especiales y únicas que no tiene ninguna otra persona. El padre o la madre que no logra ver en su hijo las cualidades especiales que le confirió Di-s no tiene la menor idea acerca de la identidad espiritual de ese niño. Pero para que el padre o la madre verdaderamente pueda conocer a su hijo, hacen falta dos cosas: una, que deje a un lado su propio ego y dos, que le dedique al niño la mayor cantidad de tiempo individual y atención posibles. La pregunta es: como padres, ¿somos capaces de pasar esta prueba? Si la respuesta es no, entonces tenemos que reordenar nuestras prioridades.

3. ¿Acaso sabemos cómo se sienten nuestros hijos? El padre que actúa con empatía y con simpatía puede difuminar situaciones potencialmente traumáticas en sus hijos con el solo hecho de mantener los canales de comunicación todo el tiempo abiertos. Cuántos padres están demasiado “ocupados” para escuchar a sus hijos… La madre que está más ocupada con Facebook y con los jueguitos de la computadora que con su hijo nunca va a saber qué es lo que les molesta. Y el padre que  tiene la cabeza puesta en el mercado de valores más que en su propio hijo nunca va a saber qué es lo que le causa felicidad. El hecho de que le compre a su hijo su propio Ipod no es sustituto para la compasión paterna que se pone de manifiesto sabiendo antes que nada cómo se siente el niño. ¿Acaso podemos afirmar que sabemos cómo se siente nuestro hijo en un momento determinado?

4. ¿Acaso escuchamos a nuestros hijos? Este es un tema que resulta decisivo para la salud emocional del niño. Los hijos cuyos padres no los escuchan crecen con resentimiento e inseguridad. “¿Por qué papá todo el tiempo se ríe y hace chistes con los tipos con los que juega al bowling pero para mí nunca tiene tiempo? O… ¿por qué mamá habla con sus amigas horas enteras pero no tiene cinco minutos para mí? Entonces los padres que no saben escuchar reaccionan muy indignados, encogiéndose de hombros y preguntando por qué el chico se fue a buscar amor y comprensión en los bajos fondos… ¿Les suena conocido? Que sepan que todo esto no hace falta… Los padres que escuchan con compasión a sus hijos pueden esperar tener hijos felices y equilibrados.

Llévate esta lista de cuatro puntos de autodiagnóstico a tu próxima sesión de plegaria personal. Si lo haces, te aseguro que verás grandes milagros en las próximas semanas…

Ayer, cuando estaba haciendo Hitbodedút (Plegaria Personal en Aislamiento), evalué a HaShem como Padre: Él es el Padre Perfecto. A nadie le importa de nosotros como a Él. Él cree en nosotros más de lo nosotros creemos en nosotros mismos. Él siempre sabe cómo nos sentimos. Y además no hay nadie en todo el mundo que sepa escucharnos como Él. ¡Papá, cómo te queremos!

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