El Hombre Banana

Todos en Tel Aviv conocían al Hombre Banana, porque vendía bananas todo el año. Pero un día, alguien abrió un puesto de bananas justo enfrente de él…

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Rabino Lazer Brody

Posteado en 05.04.21

En el viejo mercado del sur de Tel Aviv siempre había un montón de fruteros y verduleros, pero había uno que vendía solamente bananas. No importa de qué mes del año se tratara, él siempre tenía un stock de bananas. Cómo lo lograba… nadie tenía idea. Para el caso, nadie sabía quién era realidad Yankel Bialastotzky, el amable y barrigón judío polaco al que todos conocían simplemente como “el Hombre Banana”.

Vendiendo bananas, el Hombre Banana logró no sólo casar a sus cuatro hijas con eruditos de Torá sino que además ayudó a subsidiar los estudios de Torá de cada uno de sus cuatro yernos. En virtud de su honestidad y su rectitud, jamás había hablado una mala palabra de nadie. Siempre les sonreía a los clientes y uno no podía resistir comprarle una bolsa de bananas, más allá de si te gustara comer bananas o no.

Un día fatídico, la vida tranquila del Hombre Banana se enfrentó a una aguda amenaza existencial. Un joven de unos veintipico de años que hacía poco había terminado el servicio militar, abrió un puesto de bananas justo enfrente de él.

“¿Cómo es posible que ese mocoso tenga el descaro de quitarme el sustento?”, pensó el Hombre Banana. “¡Yo vendo bananas desde 1963! ¿Acaso esa es la forma de comportarse con un hombre mayor?”. La clásica sonrisa del Hombre Banana se fue disipando para transformarse en un ceño fruncido. Cada día que pasaba iba perdiendo más y más clientes y el competidor iba ganando más. En pocas semanas, lo único que le quedaba en el puesto no eran más que unas pocas bananas negras pasadas de maduras que no le interesaban a nadie, excepto a unas cuantas moscas…

El Hombre Banana se sumió en una profunda y peligrosa melancolía. Un día, mientras rezaba el rezo de la mañana, la frase Matzmíaj ieshuot – que hace fructificar las salvaciones – le saltó frente a los ojos. Con los ojos llenos de lágrimas, el Hombre Banana la pronunció una y otra vez, matzmíaj ieshuot, matzmíaj ieshuot… . ¡Hashem trae la salvación! Lleno de renovado optimismo, una idea le iluminó el cerebro: “Ve a ver al Rebe de Kalinov! Él es un gran tzadik, él va a saber qué hacer…

El Hombre Banana fue corriendo a la casa del Rebe y golpeó a la puerta. Con una sonrisa llena de compasión y de amor fraternal, el Rebe lo recibió y lo hizo pasar al estudio. Abrumado por tanta emoción contenida, el Hombre Banana se puso a llorar como un bebé. El cuerpo le temblaba de estremecimiento. ¿Cómo era posible que Hashem le hiciera algo así? ¿Acaso esa era la recompensa por una vida de rectitud?
El Rebe asintió con la cabeza y escuchó cada palabra con gran atención y genuina empatía. Le dio al Hombre Banana un pañuelo de papel y luego un vaso de agua. Una vez que este se calmó y recobró la compostura, el Rebe le preguntó: “Entonces entiendo que perdiste a muchos de tus clientes, ¿me equivoco?”

“No ‘muchos’, Rebe, ¡¡casi todos!!”.

“Yankel, cuánto tiempo pasas pensando en el competidor de enfrente?”.

“Prácticamente todo el día… es algo que me obsesiona. Me pregunto a mí mismo de dónde consiguió una provisión de bananas cuando no es la estación y de dónde consigue bananas mejores que las mías, y cómo hace para venderlas a un shekel menos que yo por kilo…”.
“Entiendo, Yankel. Ahora quiero que hagas una cosa”.

“Sí, Rebe, voy a hacer todo lo que usted me diga”.

“A partir de este momento, quiero que te concentres única y exclusivamente en tu propio puesto de bananas. Tu negocio fue en bajada porque lo descuidaste. Pero no te preocupes – Hashem es un Padre afectuoso que solamente quiere enseñarte una importante lección. Cuando nos metemos en los asuntos ajenos, no nos va bien, porque estamos descuidando nuestros propios asuntos. Así que ahora vuelve a tu puesto y pon todo tu esfuerzo para que tu puesto vuelva a ser el mejor puesto de bananas de todo Tel Aviv, y con la ayuda de Dios, lo vas a lograr. ¡Tienes mi bendición!”.

Feliz de la vida, el Hombre Banana se olvidó de todo el protocolo y le dio un abrazo enorme al Rebe. Y con la energía de un niño de diez años, salió corriendo de la casa del Rebe y a partir de es momento siguió su consejo al pie de la letra. El negocio volvió a repuntar y una vez más la sonrisa le iluminó el rostro. Y aprendió la lección, tal como había dicho el Rebe  – no metas las narices en las bananas de los demás…

***

Cuántos de nosotros desperdiciamos nuestra energía mirando lo que hacen los demás, fijándonos todo el tiempo qué están haciendo, cuando podríamos estar usando esa misma energía y ese mismo tiempo en nuestros propios asuntos.

La envidia y la codicia ciertamente no traen bendición. No pueden traer bendición, porque son transgresiones muy graves de la Torá que conducen a más transgresiones aún. ¡No conviene entrar en eso! Si nos dedicamos a nuestros propios asuntos y nos sentimos contentos con lo que nos tocó en la vida, estaremos invocando todas las bendiciones, tanto en lo material como en lo espiritual.

Y la próxima vez que comas una banana, recuerda la historia del Hombre Banana. Sonríe y dile “gracias” a Hashem, feliz por lo que tienes, porque es la verdadera emuná.
 

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1. Nancy

9/22/2019

NECESITAMOS dedicarnos a nuestros asuntos propios, a lo q nos toco en la vida, invocaremos con ello la bendición de HaShem. MIL GRACIAS POR LA GUÍA DE LOS RABINOS Y EL ARDUO TRABAJO DE EQUIPO…ETERNAMENTE AGRADECIDA CON HASHEM

2. anonimo

6/02/2014

excepcional! excepcional el articulo …! y muy verdadero…!shekoiaj! me vino muy bien..!

3. Anónimo

6/02/2014

excepcional el articulo …! y muy verdadero…!shekoiaj! me vino muy bien..!

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