Estado de carencia

Yo tenía dieciocho años y estaba muy lejos de ser religiosa cuando mi padre me envió por primera vez a Israel como regalo de graduación.

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Yehudit Channen

Posteado en 04.04.21

El problema de usar los “instrumentos de adicción” es que proveen un placer que uno no se esforzó en obtener.

 

Es algo inmediato, sensual, y muy fuerte. No tienen nada de sutil los efectos del alcohol, las drogas, el azúcar o el cigarrillo. Y son una dura competencia para el sipuk hanefesh (la satisfacción del alma), la cual requiere tanto tiempo y tanto esfuerzo.

 

Yo tenía dieciocho años y estaba muy lejos de ser religiosa cuando mi padre me envió por primera vez a Israel como regalo de graduación.

 

Cuando terminé el verano en el kibutz en el que recolecté manzanas, comí pan con chocolate y repelí israelíes maleducados, me dirigí a Jerusalén a explorar la Ciudad Vieja. Esa misma noche fue al “Muro”.

 

Me acerqué al Kotel y puse la palma de la mano en las piedras blancas. Sabía que estaba en un lugar sagrado. A mi alrededor las mujeres se balanceaban hacia atrás y hacia adelante sobre los libros de oraciones, susurrando fervientes plegarias, y algunas incluso llorando. Me quedé allí parada un minuto, y para mi consternación, no sentí absolutamente nada.

 

Pensé: “No puede ser”. ¿Dónde está toda la emoción que esperaba, la sensación de estar conectándome con el resto de un templo judío? Me quedé anonadada ante la falta de sentimiento.

 

Me di vuelta, desilusionada, y fui caminando rumbo al hostel para jóvenes, que quedaba bastante cerca. Mientras pasaba por el mercado árabe, decidí que había estado aquí el tiempo suficiente. Israel había resultado ser una gran desilusión.

 

Cerca de cuarenta años más tarde, tuve el honor de trabajar en el Kotel y no podía creer que encima me pagaran para estar allí. La maravilla que sentí cada noche mientras estaba sentada mirando el Muro (cuando no estaba ocupada convenciendo a alguien de que se tapara) fueron momentos de intenso placer y tranquilidad. Cuando comparé esto con la forma en que me sentí la primera vez, el cambio era enorme. ¿Qué había sucedido? Me di cuenta de que la valoración de los lugares sagrados es algo que se va adquiriendo.

 

Y es por eso que me declaro en contra de ciertas actividades que proveen sensaciones temporarias de placer, como por ejemplo, fumar marihuana, especialmente en el caso de los más jóvenes.

 

Los placeres fáciles son un asunto muy riesgoso. Vienen en distintos tamaños, hay para todos los gustos y la mala inclinación es el máximo vendedor.

 

En la década del ’60 los jóvenes buscaban espiritualidad y esa búsqueda era sinónimo, en la mayoría de los casos, de drogadicción, en especial alucinógenos. Muchos adultos jóvenes y muchos adolescentes buscaban sinceramente una manera de experimentar algo superior a lo que podía darles el materialismo.

 

Pero hasta la más grande epifanía necesita una continuación y esa continuación no debería ser más uso de la misma actividad que te proveyó el sabor de lo sublime. A menos que esa actividad sea una mitzvá.

 

Tengo un par de jóvenes clientes, ambos adolescentes, que fuman marihuana. Les pregunté qué observaron entre sus amigos que fuman en términos de sus niveles de motivación y logros personales. (Siempre es más fácil fijarse en los demás si uno quiere ser objetivo).

 

Uno de ellos me dijo que varios de sus amigos tienen problemas para ahorrar dinero para cosas que quieren hacer o comprar. Sus otros amigos trabajan muy duro para ahorrar dinero para viajar, para pagarse la universidad o para comprarse un auto pero inevitablemente usan el dinero para comprar marihuana. Y se entiende. Les cuesta mucho postergar la gratificación instantánea.

 

Para obtener una gratificación más duradera, hay que hacer algo creativo. Piensen cómo se sienten cuando aprendieron a tocar una canción con la guitarra o plantaron un jardín o pintaron un cuadro o escribieron una historia o dieron una clase o superaron un conflicto en forma original.

 

Cuanto más nos sensibilizamos espiritualmente, más podemos apreciar todo, llámese gente, naturaleza, la presencia de Dios y la maravilla de poseer un alma divina. No hacen falta drogas para todo eso.

 

La primera vez que estuve en el Kotel no pude sentir felicidad porque no había invertido nada en mi relación con Hashem. No sabía nada de la Torá ni de la Tierra de Israel y había descuidado mi alma.

 

¿Cómo iba a sentir algo?

 

Cada vez que nos permitimos una actividad de los sentidos, ya sea comprar, comer, fumar, apostar, o usar los medios sociales, esto conlleva un peligro: que es un reemplazo de la satisfacción del alma. Es un “reemplazante” de la satisfacción plena y duradera que resulta de una continua inversión en uno mismo.

 

“Y amarás a tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todos tus recursos”. Piensen dos veces antes de que sacar la billetera y comprar algo que piensan que les va a dar un mejor estado de ánimo.

 

Por muy tentador que sea, no se conformen con imitaciones. Estos placeres llegan rápido pero jamás duran. En lugar de eso, esfuércense, rezen y aprendan a tener paciencia. Lo mejor aún está por venir.

 

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1. Viviana. Reyes

2/07/2019

bueno

Bueno. El comentario. Sobre la juventud que está en el placer mentiroso y. destructivo de las drogas.

2. Viviana. Reyes

2/07/2019

Bueno. El comentario. Sobre la juventud que está en el placer mentiroso y. destructivo de las drogas.

3. Cristina

11/14/2017

Hola llevo muy poco tiempo leyendo y viendo breslev, me podrían recomendar algo para leer que me ayude a dejar las drogas blandas, muchas gracias

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