La prueba final

De los miles de postulantes que se ofrecieron a servir en la guarda de élite, solamente veinte habían pasado la rigurosa selección y el arduo programa de entrenamiento

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Rabino Lazer Brody

Posteado en 17.03.21

De los miles de postulantes que se ofrecieron a servir en la guarda de élite, la unidad selecta de operaciones especiales del ejército real, solamente veinte habían pasado la rigurosa selección y el arduo programa de entrenamiento que había durado casi dieciocho meses. Los que los pasaron iban a recibir la prestigiosa insignia de custodios de la corona, que era una genuina marca de excelencia y distinción.

 

La prueba se llamaba “la prueba de la lealtad”. Los candidatos eran conducidos a un río embravecido y traicionero. Sin balsa, sin salvavidas y sin ningún otro dispositivo del cual depender, fueron saltando dentro del río uno por uno. Si lograban sobrevivir las rocas y los rápidos cinco minutos, el Rey les enviaba su equipo especial de rescate para sacarlos del agua.

 

A veces ocurría que un cadete sucumbía a los rápidos y pagaba con su vida. Entonces se le preguntaba al candidato siguiente en saltar al río si todavía estaba dispuesto a correr el riesgo, ya que tal vez le aguardaba un destino similar. Los valientes aceptaban de buen modo el desafío, porque lo único que les importaba era lograr su objetivo de llegar a ser un miembro de la élite del Rey. Pero también estaban aquellos que se descorazonaban al ver morir a sus precedentes.

 

De los veinte que quedaron, doce habían pasado la prueba. Muchos salieron del agua con cortes y heridas muy profundas en todo el cuerpo. De los doce que pasaron la prueba, dos recibieron su insignia postmortem: habían muerto en los rápidos pero habían demostrado valientemente su lealtad al Rey. Siete de los cadetes, a pesar de haber pasado con éxito la prueba increíblemente difícil del programa, se descorazonaron al ver a dos de sus compañeros perder la vida en el proceso.

 

Entonces llegó el turno del vigésimo candidato. Los comandantes le preguntaron si estaba dispuesto a someterse a la prueba de lealtad y dijo que sí.

 

El último candidato caminó hacia el río. Él pensó que había sido astuto y que se había burlado del Rey y de los comandantes. Tomó un trozo de sedal de pesca del bolsillo, se lo ató a la cintura y entonces lo ató a un árbol muy robusto que había junto a la orilla. Entonces saltó al río, confiado en que el sedal iba a evitar que el río lo llevara y se golpeara en las rocas y muriera.

 

 

Durante los primeros tres minutos en el agua, el sedal aguantó sin problemas. El candidato hizo una actuación excelente, simulando una lucha ardua contra la marea. Entonces pasó otro minuto más y él sabía que la salvación llegaría en apenas sesenta segundos, cuando el equipo de rescate lo iba a sacar del agua.

 

Mientras tanto, el Rey había visto todo. Él envío a uno de sus oficiales a la orilla, quien con un corte rápido cortó el sedal. El pobre candidato, que había depositado toda su confianza en el hilo, ahora estaba a la completa merced de la naturaleza. No sabemos si sobrevivió o no, pero ciertamente no tuvo el mérito de que el equipo de rescate del rey lo sacara del agua…..

  

Esta parábola es acerca de la emuná. Cuando uno deposita su confianza en cualquier otra cosa que no sea Hashem, significa que su emuná y su confianza en Hashem son débiles.

 

Rabí Jaim de Volozhyn dice que el más grande recurso espiritual en momentos de peligro es decir Ein Od Milvado: no hay nadie fuera de Hashem! ¿Por qué esto es tan efectivo? Porque cuando la persona recuerda que efectivamente no hay nada fuera de Hashem, y se dirige a   Él con completa emuná y confianza, entonces Hashem le responde medida por medida y acude en ayuda de esa persona.

 

Pero, por el contrario, cuando uno deposita su confianza en los médicos, los remedios, los abogados, los banqueros, su cuenta bancaria, sus influencias, su poder, etc, es como atarse al árbol con un sedal de pesaca. El árbol no lo va a salvar, ni tampoco el sedal, proqeu Hashem corta a la persona de su objeto de confianza.

 

Por eso, conviene que oremos a diario por tener una emuná completa. Es verdad que tenemos en la vida mensajeros que nos ayudan en distintas situaciones pero tenemos que confiar en Hashem, no en los mensajeros. Esa es la emuná completa.

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