Él no es como tú

El Sr. Cohen vivió una vida completamente secular durante 20 o 30 años de su vida.

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Dr. Zev Ballen

Posteado en 15.03.21

El Sr. Cohen vivió una vida completamente secular durante 20 o 30 años de su vida. Trabajaba en Wall Street, tocaba la guitarra eléctrica en una banda de rock y esperaba con ansias que saliera la próxima película de Batman.

 

Entonces, un día descubrió a Dios y entonces renunció a todo y se volvió religioso. Ya no hacía nada de todo lo que tanto le gustaba. Dejó de ir a clubes y discotecas; dejó de tomarse vacaciones en hoteles de cinco estrellas; tiró a la basura todos sus discos de Grateful Dead.

 

Todo eso pasó a ser parte de su pasado, de su personalidad, su experiencia y su recuerdo, pero él no quería tener absolutamente nada que ver con todo eso…

 

Quince años más tarde, ahora el muy religioso Sr. Cohen se ha mudado a Israel y vive en un barrio súper religioso, herméticamente cerrado a toda influencia externa. De repente, un día el Sr. Cohen ve que su hijo adolescente se interesa por la música no judía y por salir con chicas y que empieza a hacer todo tipo de cosas que lo asustan bastante. Y entra en pánico, porque se da cuenta de que su hijo le hacer acordar a como era él cuando tenía su misma edad.

 

¿Cuál es la reacción normal? La mayoría de nosotros retamos a nuestros hijos dándoles un sermón de una hora entera. Les decimos que lo que están haciendo es terrible y entonces ellos menos quieren hacernos caso. Encuentran motivos para llegar tarde a la noche y para pasar el menos tiempo posible en casa para no tener que escuchar nuestros sermones. ¿Y quién puede echarles la culpa? Nadie quiere pasarse horas escuchando el futuro horrible que le espera si sigue haciendo lo que está haciendo.

 

El problema del Sr. Cohen, y de la mayoría de nosotros, es que proyectamos nuestro pasado en nuestros hijos. El problema es que sus vidas no mantienen un paralelo exacto con las nuestras. Lo que a ti y a mí nos parecen señales de peligro, basados en nuestra propia experiencia, pueden no serlo en el caso de nuestros hijos. Por ejemplo, cuando escuchábamos música no judía en nuestra adolescencia, la música iba mezclada con otras tantas actividades anti-Torá.

 

Entonces entramos en pánico y empezamos a pensar que nuestros hijos van a empezar a hacer todas esas cosas horribles que hicimos nosotros, pero no es así! Entonces paramos un momento, respiramos profundo y nos damos cuenta de que al retornar al judaísmo hemos criado a nuestros hijos en un ambiente mucho más religioso de aquel en el que nos criamos nosotros y por lo tanto se han llenado de mucha más santidad que nosotros.

 

Eso no significa que debamos darle carta blanca a cada cosa que se les antoje hacer, mirando hacia el otro lado y esperando que no pase nada malo.  A veces tenemos que advertir lo que pasa e intervenir pero no siempre. Nuestros hijos transitan por su propio camino, por el camino por el que Dios los está llevando y es posible que tengan que pasar por momentos de baja espiritualidad antes de que puedan alcanzar las alturas espirituales que tan desesperadamente queremos para ellos.

 

Pueden ser bajones pequeños, como por ejemplo si tu hijo te pide que por favor le compres ese perrito. Tú te criaste con un perro a tu lado y sabes lo increíble que es tener un compañero que no te juzga y no se enoja contigo, alguien con quien poder jugar y a quien poder abrazar, especialmente después de haber tenido un mal día. Pero ¿ahora? ¡Ahora eres religioso! Ahora no quieres correr el riesgo de sufrir todas las clases de contaminación espiritual que conlleva criar animales. NI siquiera quieres tocar a un perro o a un gato, mucho menos comprar uno. Pero eso es lo mejor para ti. Y curiosamente, lo que es mejor para ti no siempre es lo mejor para tus hijos, especialmente si cuando tenías su misma edad tú sentiste lo mismo que ahora sienten ellos.

 

Seamos sinceros: cuando éramos chicos teníamos mascotas, y las amábamos, y eso era parte de nosotros y ahora ese “ingrediente” se transmitió a nuestros hijos y no podemos detenerlo. A un nivel más profundo, ¿por qué vamos a querer detener eso y hacer que todo sea “perfecto”? Todas estas imperfecciones, todos estos errores, son experiencias de aprendizaje, partes de la vida y partes de la voluntad de Dios.

 

Si nosotros, los padres, lo manejamos de la manera correcta, con mucha ayuda del Cielo, nuestros hijos ya no van a querer más el animalito. Pero si no, entonces van a terminar trabajando en un zoológico, solamente para llevarnos la contra!

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