La Alfombra

Adam era un chico muy inquieto que buscaba algo pero no sabía qué.Cuando era joven, Adam no encontró lo que buscaba en las lecciones de piano

3 Tiempo de lectura

Dr. Zev Ballen

Posteado en 05.04.21

Adam era un chico muy inquieto que buscaba algo pero no sabía qué.

Cuando era joven, Adam no encontró lo que buscaba en las lecciones de piano, las actividades de boy scout, las lecciones de karate ni las clases de natación.

Si bien esperaba encontrar ese “algo” en la universidad, tampoco lo encontró allí. Durante un tiempo, Adam encontró algo en la meditación oriental, pero eso solamente duraba mientras estaba senado con las piernas cruzadas.

Un día, Adam vio algunas personas rezando afuera arrodillándose en alfombras. Eso sí que le gustó: Adam decidió que él también quería probar. Adam se compró una alfombra y empezó a asistir a sus clases y a participar de sus sesiones de rezos. Ellos hablaban inglés y al principio fueron muy amigables con Adam, si bien este era judío. Cuando Adam ya estuvo más experimentado, decidió que iba a encontrar lo que buscaba en la Meca.

Entonces Adam tomó su alfombra y comenzó su peregrinaje a la Meca. Adam era un joven muy empecinado y de alguna manera logró entrar la ciudad cuyo acceso está prohibido para los no judíos.

En la Meca, Adam pensó que finalmente había encontrado lo que tanto estaba buscando. Se sintió aceptado y feliz.

Un día, Adam oyó decir que en la Meca había un pequeño cementerio judío. Adam decidió ir de visita a buscar la tumba de un familiar. Una mujer musulmana vio que Adam, vestido de árabe, entraba al cementerio judío y le preguntó sin rodeos: “¿Tú eres judío?”. De pronto, Adam temió por su vida. Se fue corriendo de allí y retornó a su vida en Brooklyn.

Tras su odisea en Arabia Saudita, Ada hizo un viaje a Israel para continuar allí sus prácticas islámicas.

Un día, Adam fue de visita al Muro de los Lamentos, el famoso Kotel, en la ciudad vieja de Jerusalén. Al ver el Muro, Adam se emocionó tanto que quiso sacar la alfombray ponerse a rezar, pero algo dentro de sí mismo le dijo que no era muy buena idea. Justo en ese momento se le acercó un rabino muy simpático con una sonrisa de oreja a oreja. Adam no lo sabía, pero el Rabino era famoso por acercar a los jóvenes judíos a sus raíces y había iniciado su propia yeshivá con tal propósito. El Rabino tenía muchísima experiencia hablando con jóvenes como él.

El rabino charló con él de varios temas y finalmente empezó a contarle historias muy interesantes acerca del judaísmo. Adam le dijo al rabino que él practicaba otra religión. La verdad es que esperaba que el rabino se quedara boquiabierto, pero no fue así.

El rabino le dijo: “Está bien. Puedes venir a estudiar con nosotros en la yeshivá, eso no entra en conflicto con nada de lo que estás haciendo. Puedes vivir con nosotros en la residencia estudiantil y hacer todo lo que quieras”. Adam sintió que el Rabino era muy sabio y muy perspicaz, pero la verdad es que no veía para qué le convenía vivir en una yeshivá.

Dijo Adam: “Conviene que sepa que tengo una alfombra y rezo en él cinco veces al día”.

El rabino se rió y le respondió: “entonces trae el alfombra. Te prometo que nadie te va a molestar. Úsalo en tu habitación y haz lo que quieras”.

Adam se mudó a la residencia estudiantil. Baste con decir que él no era el típico estudiante de yeshivá. Cuando los compañeros de habitación vieron a Adam arrodillándose en elalfombra, fueron a quejarse al Rabino. Este les dijo que lo ignoraran y que fueran amigables con Adam. Los jóvenes respetaban y amaban a su rabino e hicieron tal como él les dijo. Todos lo dejaron tranquilo. Adam ya no tenía contra qué rebelarse y se vio “forzado” a examinar sus verdaderas creencias.

El rabino se interesó mucho en Adam y todo el tiempo se puso a su disposición. Adam empezó a encariñarse con el rabino y a reunirse a charlar con él a menudo. Cada vez hablaban de otro tema. Con el poder de su ejemplo personal, el gran Roshyeshivá se transformó en el punto central de la vida de Adam. El Rabino jamás dijo una palabra en contra del Islam sino que simplemente le mostró a Adam el bellísimo patrimonio cultural del cual él descendía.

El rabino se transformó en el padre que Adam nunca tuvo, a su propio ritmo. Adam renunció por completo a sus prácticas islámicas. Y con la ayuda del rabino, Adam se casó con una joven judía religiosa y hoy vive en Israel con sus cinco hijos, que ya están todos casados. Y continúa estudiando en la misma yeshivá, AishHaTorá, donde empezó su vida espiritual de la mano de uno de los más grandes rabinos de esta generación: Rabí Noaj Weinberg, de bendita y santa memoria.
 
 

Escribe tu opinión!

Gracias por tu respuesta

El comentario será publicado tras su aprobación

Agrega tu comentario