El destino del falso testigo – Shoftim

¿Qué poder tienen nuestros pensamientos? Si alguien tiene intenciones malignas que nunca llegan a concretarse, ¿a dónde van esos pensamientos?

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Rabino David Charlop

Posteado en 09.08.21

¿Qué poder tienen nuestros pensamientos? Si alguien tiene intenciones malignas que nunca llegan a concretarse, ¿a dónde van esos pensamientos? El Maharal de Praga (1525-1609) ofrece una explicación fascinante a estas preguntas. Sin embargo, para entender bien su explicación, debemos empezar analizando un precepto de la lectura de la Torá de esta semana que invita a la reflexión.

 

Dos testigos acuden a un tribunal judío y declaran que un individuo cualquiera, al que llamaremos Sam, transgredió una prohibición de la Torá. Por ejemplo, dicen que Sam comió comida no kosher, profanó el Shabat o mató a alguien y merece ser castigado. El tribunal escucha y decide, basándose en su testimonio, que Sam es culpable de los cargos. Sin embargo, entre la sentencia y la ejecución real de su castigo, se presentan dos nuevos testigos que desacreditan todo el testimonio del primer grupo de testigos explicando al tribunal que estos primeros testigos no tienen derecho ni capacidad para dar testimonio ya que no estaban cerca de la escena del crimen.

 

¿Qué opinas tú, querido lector? ¿Qué se debería hacer con los primeros testigos? ¿Darles una multa? ¿Mandarlos a la cárcel por unos cuantos meses? ¿Infringirles un castigo corporal? Según la Torá, debemos dar a los primeros testigos exactamente el mismo castigo que trataron de perpetrar en el acusado. Así es. Si ellos dijerojn que Sam merece latigazos, entonces ellos mismos reciben latigazos. Si intentaron darle la pena de muerte, se los mata. Probablemente a la mayoría de la gente este método les resulta un tanto sorprendente. Porque, si bien lo que hicieron ciertamente no es digno de alabanza, uno pensaría el enfoque de medida por medida es un poco extremo, ¿no?

 

En esta cuestión, el Maharal explica el funcionamiento interno de las acciones de los testigos. A partir de sus palabras podemos descubrir lo poderosos que son realmente los pensamientos.

 

Para entender sus palabras, analicemos primero qué hicieron mal los testigos y por qué merecen ese castigo. Es obvio que no son responsables de herir directamente a alguien, ya que su transgresión fue sólo verbal. Podríamos castigarlos por el susto o la angustia emocional que le causaron al acusado, pero la posibilidad de recibir latigazos o la pena de muerte sólo por causar angustia parece algo extremo. Evidentemente, lo único que realmente habían hecho mal era que tenían malas intenciones. Hicieron un plan para hacer daño y por ello se los considera responsables. Sin embargo, si su transgresión se limitó a sus pensamientos y a su forma de hablar, ¿por qué se merecen un castigo tan grande?

 

En general, la mayoría de la gente relaciona la recompensa y el castigo basándose en sus experiencias de niños. Si nos portamos bien, Hashem nos da una piruleta y si nos portamos mal, recibimos una bofetada. Como adultos necesitamos ampliar nuestra comprensión de este tema para entender la interconexión entre nuestros pensamientos y actos – y sus resultados. Si alguien trata de  chocar su bicicleta contra un muro con la intención de derribarlo, lo más probable es que la persona y la bicicleta resulten heridas y el muro siga en pie. ¿Es esto un castigo? Obviamente es una consecuencia directa de un acto insensato. Esta analogía refleja, en términos algo simplistas, la verdadera naturaleza de la recompensa y el castigo. Lo que hacemos o dejamos de hacer, al final vuelve a nosotros como una consecuencia natural del mundo espiritual o físico.

 

Cuando los testigos fueron a acusar falsamente a una persona inocente, fueron con la intención de causar daño. Sus pensamientos crearon una realidad y pusieron en marcha la posibilidad de dañar al acusado. ¿Pero qué ocurre ahora que el acusado es inocente? Según el Maharal, la misma intención maligna se dirige contra los mismos acusadores. Los malos pensamientos no se disipan y desaparecen, sino que son reales y pueden causar daño. Pero como Sam no es el destinatario merecido de esos planes malignos, se vuelven y se convierten en la causa del castigo de los testigos. El Maharal compara esto con una piedra lanzada contra una pared que no sólo golpea la pared y cae al suelo, sino que rebota y puede dañar al que la lanza. Sin embargo, las ideas del Maharal no sólo nos enseñan sobre el poder de los pensamientos y las palabras, sino que también reflejan una imagen más precisa de lo que es la recompensa y el castigo. "Lo que uno siembra, cosecha" se aplica incluso en los aspectos más espirituales de nuestras vidas.

 

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