El simple carnicero – Haazinu

Jacob era un judío ashkenazí que había llegado a EEUU proveniente de Rusia con sus padres cuando tenía doce años

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Rabino Lazer Brody

Posteado en 08.11.21

“Él es el Dios de lealtad sin injusticia, Justo y Verdadero” (Deuteronomio 32:4)

 

Rashi nos dice que si bien los transgresores hacen enojar a Hashem, Él no reacciona con enojo y venganza sino que le da a cada uno un juicio justo, hasta tal punto que finalmente cada uno está de acuerdo con Sus veredictos. El Zohar añade que cuando la persona llega al Mundo Venidero, ve que ella misma firmó su propio veredicto.

 

Los escépticos, aquellos que se quejan de sus problemas particulares, dicen: “¡De ninguna manera! Yo jamás estuve de acuerdo con tal veredicto!”. Es verdad, él nunca estuvo de acuerdo con que le sucediera algo así pero acabó cosechando las uvas amargas que les dio a los demás.

 

Hashem es Fiel, Justo y Verdadero, hasta tal punto que deja que la persona dicte su propio conjunto de leyes. La forma en que ellos se dan permiso a sí mismos de actuar con los demás es la misma forma en que los demás actúan finalmente con ellos. Después deberán dirigir todas sus quejas al espejo más cercano…

 

Lo que sigue es una historia real (con los nombres cambiados, por razones obvias) que nos demuestra cómo funciona esto:

 

Jacob era un carnicero que vendía carne kasher y era muy temeroso de Dios. Jacob trabajaba con gran esfuerzo, levantando y cortando enormes cortes de carne y apenas si cobraba un salario muy modesto a pesar de las largas horas de trabajo que tenía. Cuando su hijo y sus dos hijas tenían respectivamente 12, 10 y 7 años, su mujer murió de una enfermedad terminal y Jacob se quedó solo para criar a sus hijos. Su vida, ya de por sí muy difícil, se transformó en un desafío prácticamente imposible que solamente un hombre con una fe de hierro podía soportar. Después de pasar once horas de pie cortando carne y cargando los cuerpos de las vacas en los hombros, iba a rezar con un minián (quórum de diez hombres) y volvía enseguida a casa a cocinar, limpiar y lavar la ropa.

 

Hashem tuvo compasión de este hombre tan sacrificado y menos de un año después de la muerte de su mujer, una familia del barrio le propuso que conociera a la prima de ellos, una mujer de treinta y pico de años de Israel que estaba de visita en Far Rockaway. Jacob era un judío ashkenazí que había llegado a EEUU proveniente de Rusia con sus padres cuando tenía doce años y jamás había tenido contacto con los judíos sefaradíes, y mucho menos con alguien de Israel. Pero inmediatamente se enamoró del buen corazón, el candor y la dulce sonrisa de Ora, la mujer de origen judeo-marroquí. Salieron dos semanas y se comprometieron.

 

Ora nunca se había casado. Después de sus festejos de sheva brajot (la semana de celebración de los novios), ella asumió las responsabilidades de madre adoptiva, tratando a los hijos de Jacob como si ella misma los hubiera traído al mundo. El hijo, que acababa de celebrar su bar mitzva, no se llevaba bien con la nueva esposa de su padre pero las dos hijas la amaban muchísimo. En virtud del abnegado sacrificio de Ora a los hijos, ella y Jacob pronto fueron bendecidos con un bebé – una preciosa niña que tenía ojos almendrados color café como su mamá y cabello lacio negro.

 

Pasaron cuatro años y Yonatan, el hijo de Jacob, fue aceptado a una de las yeshivot más prestigiosas de New York, donde se ganó excelente reputación. No es que estudiara tanto por amor a Hashem sino más bien para poder alejarse de su padre “plebeyo”, del que ahora sentía vergüenza… Pero mientras tanto su padre seguía trabajando con tremendo esfuerzo para poder pagar la prestigiosa yeshivá y ahorrar dinero para poder casar a su hijo llegado el momento. Sin embargo, Jacob no se volvía cada más joven. La espalda ya no resistía como años antes y además tenía las manos llenas de cortes de cuchillo. Su médico le había advertido que era candidato a sufrir de hernia si no se cuidaba…

 

Ora hizo todo lo que pudo por aliviar la pesada carga de Jacob, tanto emocional como financieramente. En silencio, ella sufrió la mirada fría que su hijo adoptivo, el “erudito de Torá” le dirigía los fines de semana, cuando volvía a casa. Ora hizo todo lo que pudo por ahorrar cada dólar para el futuro, y para la boda. Ella respondió su antipatía con generosidad. Se negaba a sí misma ropa nueva y cosía ella misma toda la ropa de sus hijas; cocinaba y preparaba todo en casa para poder ahorrar. Iba hasta la otra punta de la ciudad para poder comprar en un supermercado más barato. Y el único agradecimiento que recibía de Yonatan era una pila de ropa sucia cada mes…

 

El rosh yeshiva de Yonatan tenía una hija con muy mal carácter que sentía que todo el mundo le pertenecíal… Su padre sabía que cualquier familia que buscara una joven con buenos rasgos de carácter no iba a tomar a su hija como novia. . No obstante el Rosh Yeshiva sabía lo que tenía que hacer: el hijo del carnicero iba a estar feliz de convertirse en el yerno del rosh yeshivá… Jacob y Ora no tenían poder de decisión. Yonatan simplemente les informó que ahora que había cumplido 22 años, se iba a casar con la hija del Rosh Yeshiva. Jacob, como un carnero llevado al sacrificio, no podía decir nada. De hecho, se suponía que tenía que poner su parte, 40.000 dólares en efectivo, para los gastos de la boda. “En realidad yo le estoy haciendo un favor”, le dijo el arrogante Rosh Yeshiva, “Yo estoy pagando dos tercios de la boda y estoy dejando que su hijo se case con mi hija”.

 

Los jóvenes novios hicieron todo lo que estaba a su alcance para amargarle la vida a Ora. La insultaban, la despreciaban, la humillaban. Ella era solamente “la esposa del carnicero”, que ni siquiera sabía hablar bien inglés. Ora casi sufre una crisis nerviosa. Finalmente Jacob puso los puntos sobre las íes: “Si ustedes no saben respetar a mi esposa, entonces ya no son más bienvenidos a mi casa!”. Y así fue como cortó relaciones con su hijo y su nuera.

 

Pasaron varios años. El hijo de Jacob llegó a ser Rosh Yeshiva y tenía mucho prestigio y un abultado salario. Él y su mujer tuvieron seis hijos. Vivían una vida de “excelencia de Torá” pero sin emuná ni buenos rasgos de carácter. Sus hijos tenían prohibido ir a visitar a su “abuelo carnicero” y la “esposa bruta” de este. La ingratitud de Yonatan hacia su madre adoptiva solamente era superada por la actitud snob de su mujer.

 

Pero la rueda de la fortuna siempre da vueltas. Nuestros Sabios nos enseñan que aquel que estudia Torá en pobreza al final la estudia con riqueza. Jacob heredó una larga suma de dinero de su tío de Kiev que no tenía hijos. Y ahora estudiaba todo el día en un kolel jasídico. Ya no se mataba trabajando en la carnicería. Sus tres hijas se casaron con tres jóvenes maravillosos de excelentes familias. Y después de muchos años de sufrimiento, él y su esposa Ora podían disfrutar de los frutos de su esfuerzo.

 

Mientras tanto, Yonatan perdió su trabajo de Rosh Yeshiva. Y cuando murió su suegro, no heredó más que deudas. Su hijo mayor, que ahora tenía 21 años, le informó a su padre que él también se iba a casar con la hija de un Rosh Yeshiva, igual que su papá. Pero su esposa era tan mala persona que al lado de ella, la esposa de Yonatan era como Alicia en el País de las Maravillas… Yonatan y su mujer sufrieron terriblemente con la elección de su hijo. Sin embargo, jamás se les ocurrió pedirle perdón a Ora.

 

Hashem perfectamente cómo educar a la gente. Hashem no es vengativo, sino que es el epítome de la más absoluta justicia. Todos recibimos lo que damos. Por eso, si esperamos que Hashem nos trate con bondad y generosidad, así es como deberemos actuar con los demás. Gmar Jatimá tová!!