Deja Todo Eso Atrás

Estoy tratando… De veras: estoy tratando de ser una madre mejor. No es que sea tan mala, pero tengo una falla fatal y estoy tratando desesperadamente de librarme de ella...

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Rajeli Reckles

Posteado en 17.03.21

Deja Todo Eso Atrás

Estoy tratando… De veras: estoy tratando de ser una madre mejor. No es que sea tan mala, pero tengo una falla fatal y estoy tratando desesperadamente de librarme de ella. Quiero dejar de enojarme con mis hijos. ¿Acaso eso es algo que uno puede esperar alcanzar? Para ser honesta, no lo sé. Ahora, más que nunca, veo claramente lo que el Rabino Shalom Arush, autor de “En el Jardín de la Fe”, quiere decir cuando dice que nuestros  hijos son solamente mensajeros del Creador. Mi enojo no me parece algo tan terrible hasta que realmente me enojo y entonces… bueno, entonces me doy cuenta de que sí, que es algo terrible.

Yo trato de echarles la culpa de mi enojo a mis raíces iraquíes. Pero eso no siempre funciona, porque por ejemplo, mi hermano es igual de iraquí que yo y él nunca se enoja. Tal vez él recibió más genes polacos de mi padre, o tal vez el gene iraquí es dominante solamente en las mujeres de mi familia. Quizá hubiera convenido que me dedicara a la genética. No sé. Yo siempre trato de echarle la culpa a otro pero entonces, cuando veo que estoy a punto de estrangular a uno de mis hijos, tristemente me doy cuenta de que tengo que asumir toda la responsabilidad por mi enojo. ¿Qué es lo que tienen los chicos que nos sentimos tan vulnerables ante todas sus pavadas?  ¿Por qué les resulta tan fácil sacarnos de quicio?

Yo me mato de risa cuando mi marido dice que tuvo un día “estresante” en el trabajo. Lo lamento, caballeros. Pero en mi opinión, pegarte una sonrisa artificial o hablar diplomáticamente acerca de alguna diferencia de opinión con uno de tus clientes más difíciles es inmensamente más fácil que tratar de resolver una diferencia de opinión con tu hijo, que se piensa que es tu jefe. Para mí eso es un misterio al cual todavía no logré encontrarle respuesta. Pero la verdad es que la respuesta no importa. La conclusión es que mis hijos me controlan y lo saben.

En las semanas pasadas, he tratado de implementar los maravillosos consejos de toda clase de entendidos en el tema, y he escuchado montones de CDs sobre el tema. Al principio sentí una calma inusual al tratar con mis hijos pero después de un tiempo, empecé a retroceder. Otra vez los gritos…

Pero lo que más me sorprende de mis hijos es que literalmente dos segundos después de que se acabó la RecklesMania 3000, se olvidan de todo por completo y otra vez se ponen a jugar juntos. Por supuesto, dos segundos después, es el Segundo Round de RecklesMania… y así sucesivamente, hasta que se quedan dormidos. Es algo absolutamente agotador, mental, emocional y físicamente. Pero lo que no logro entender es por qué al final del día estoy que me caigo y ellos no. Fuera del hecho de que ellos tienen millones de años luz más energía que yo, ¿cuál es la diferencia?

¡Entonces me di cuenta! Por lo general, una vez que terminaron de pelear, los chicos se olvidan. Quiero decir que emocionalmente dejan eso atrás y no siguen dando vueltas sobre lo mismo. Me estoy refiriendo a peleas menores, no algo traumático, Di-s no lo permita. Cuando mis varones se pelean, una vez que terminaron de pelear, todo es relegado al olvido. No vuelven sobre el mismo tema. ¡Simplemente empiezan otra pelea distinta! Pero nosotros, los adultos, no. ¡Nosotros damos vueltas una y otra vez sobre lo mismo! Por desgracia, las mujeres son las peores cuando se trata de dejar atrás las cosas del pasado. ¿Por qué sentimos la necesidad de aferrarnos a nuestro dolor? ¿Qué es lo que ganamos al hacer esto? ¿Por qué saboteamos cada nuevo día trayendo el sufrimiento que vivimos el día anterior?

Cada día nos dan la oportunidad de empezar desde cero. Pero ¿qué es lo que hacemos? Nos levantamos de la cama con ese grillo y esas cadenas atados a los tobillos, y los seguimos arrastrando todo el día y lo más probable es que hagamos exactamente lo mismo que el día anterior. Yo veo que a veces, en vez de dejar atrás mi enojo de ayer por el hecho de que no me hicieron caso, o por la forma en que me hablaron, me sigo aferrando a ese dolor y entonces empieza a acumularse mi enojo más y más… ¡hasta que al final exploto como un volcán iraquí! ¿Acaso no todos nosotros nos aferramos a nuestras emociones negativas en un grado u otro? ¿Acaso nos damos cuenta de cuánto más livianos nos sentiríamos si tan sólo pudiéramos dejar atrás toda esa negatividad, dejándola ir como un pájaro que se va volando de nuestras manos?

¿Qué es lo que nos cuesta tanto? Hablando en forma objetiva, parecería algo muy fácil y muy conveniente. ¡Simplemente libérate del pasado! ¿Qué es tan difícil? Pero en términos realistas, no es algo tan fácil y ni tan rápido. Dejar atrás sentimientos negativos puede llevar días, meses y hasta años. A veces, nunca logramos olvidar por completo una herida que sufrimos…

Pensémoslo un momento: ¿en qué radica nuestra incapacidad de dejar atrás los dolores que nos causaron los demás? Es el ego, que nos convence de que no nos merecemos esta dolorosa situación que estamos viviendo. El ego nos dice que no nos merecemos todo esto. No me merezco que mis hijos sean tan “lieros” y bulliciosos. No me merezco que mi cónyuge no sea lo que yo esperaba que fuera. No me merezco tener problemas financieros. No me merezco tener un jefe que me grita y no está conforme con nada de lo que hago. No me merezco etc. O viceversa: Me merezco una casa más lujosa. Me merezco un coche más moderno.  Me merezco un trabajo mejor. ¿Quién nos dio la autoridad de decidir qué es lo que merecemos y no merecemos en la vida? La Mala Inclinación. ¡Sí, ella!  Si tuviéramos verdadera humildad y fe, daríamos las gracias por cada pequeña cosa en la vida, tanto por lo bueno como por lo malo.

Con Emuná, la pura y absoluta fe en el Creador, sabríamos que todo es exactamente tal como HaShem, el Creador del Universo, decidió que fuera y por lo tanto, para nuestro propio bien. No tendríamos en el cerebro todo este embrollo de “me merezco y no me merezco”. ¿Qué pasa cuando vamos acumulando esta clase de mentalidad de “me merezco y no me merezco” durante días y días, años y años? Acabamos viendo todo en la vida bajo una luz negativa. No hay nada que cubra nuestras expectativas y cada vez nos volvemos más negativos y más pesimistas. Muchos de nosotros empezamos a sufrir de continua tristeza, melancolía y depresión.

Cuando el Creador ve que no estamos tratando de entender la situación en la que nos encontramos y no tratamos de aprender de ella, Él se ve forzado a subir el volumen. El jefe se vuelve insoportable. El cónyuge no deja de rezongar. Los chicos están incontrolables. Cada vez las cosas se ponen peores, hasta que llegamos a un punto en el que no podemos soportar más y queremos escaparnos de todo esto. Y es entendible: un pequeño sufrimiento es algo que uno puede soportar y no le quiebra la espalda, ¡pero un sufrimiento de gran intensidad que se repite a diario es capaz literalmente de quebrar a la persona! Necesitamos abrir nuestros ojos espirituales y ver que la mayor parte de nuestro sufrimiento surge del hecho de que la vamos arrastrando de un día para el otro…

Eso es algo que podemos aprender de nuestros hijos. Al final del día, tenemos que dejar todo atrás. Irnos a dar una vuelta, hacer unas cuantas respiraciones profundas, y hablar con HaShem de todos nuestros problemas. Dile qué es lo que te causa pena y pídele que te ayude a entender el mensaje. Recuerda que el jefe y tu cónyuge no son más que palos en las manos del Creador. Ése es el secreto de la plegaria personal: una vez que abres el corazón y descubres cuál es la raíz del problema, HaShem lo resolverá más rápido de lo que piensas.

¿Saben qué? Los chicos y los boxeadores tienen algo en común: un segundo después de que les dieron el knock out, “no pasó nada”. Vuelven a pararse.

Pueden enviar sus preguntas, y en especial sobre temas como el noviazgo, el matrimonio, la educación de los hijos y el rol de la mujer. Escriban a racheli@breslev.co.il

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