La Adicción a Internet

Hace siete años, yo era una total adicta al Internet. Tenía un montón de excusas para explicar por qué me la pasaba frente a la computadora doce horas al día...

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Rivka Levi

Posteado en 30.12.21

Hace siete años, yo era una total adicta al Internet. Tenía un montón de excusas para explicar por qué me la pasaba frente a la computadora doce horas al día…

Hace siete años, yo era una total adicta al Internet. Tenía un montón de excusas para explicar por qué me la pasaba frente a la computadora doce horas al día: “Lo necesito para el trabajo”, “Hay gente que quiere contactarme”, “Necesito saber qué está pasando para poder planear bien el día”… etc etc.

Pero ¿quieren que les diga la verdad? La verdad es que me había hecho adicta. Sí, es verdad que trabajaba horas como un perro y que gran parte de mi trabajo consistía en estar actualizada y estar al tanto de las últimas novedades, pero también me perdía en una cantidad de sitios así nomás, en una estúpida y total pérdida de tiempo, leyendo todas las noticias de las grandes celebridades o tratando de encontrar la receta perfecta para preparar pollo a la parrilla, o leyendo artículos de cómo no engordar, cómo cultivar arbolitos en el jardín o como redecorar la sala de estar, todo lo cual implicaba una enorme e increíble pérdida de tiempo.

Después de estas sesiones de internet, me quedaba completamente agotada, exhausta, incapaz de cocinar, limpiar o interactuar con mis hijos o con mi marido. Al final íbamos a comer afuera tres veces a la semana, porque después de leer cuatrocientas recetas de pollo a la parrilla, ya no me quedaba fuerza ni para cocinar huevos pasados por agua…

Una vez que dejé de trabajar, desapareció mi principal “excusa” para el internet, pero yo no estaba lo que se dice “dispuesta” a renunciar a mi adicción, si bien en lo más recóndito de mi corazón, yo sabía que esto era muy nocivo.

Mis hijas me miraban desde la puerta de la habitación y me volvían loca pidiéndome que también las dejara entrar al internet. Yo les vociferaba que esto era solamente para adultos y que no era apropiado para niños (lo cual era parcialmente cierto). Gracias a Di-s, esta etapa duró solamente un par de meses, porque a mí cada vez me empezó a molestar más el rol predominante que jugaba el internet en mi vida, como así también la influencia que estaba teniendo en mis hijas.

Cada vez que ellas se sentaban frente a la computadora, después se portaban terriblemente mal. Yo veía con claridad que el hecho de conectarse afectaba una parte de sus almas.

La situación fue empeorando cada vez más y al final sucedieron simultáneamente varias cosas que me dieron el coraje de sacar de casa el internet. Primero, mis hijas empezaron a negarse a usar los cinturones de seguridad en el auto, así que se me ocurrió buscar en Google algún video que les mostrara el peligro de viajar sin ajustarse los cinturones de seguridad.

Las invité a mi oficina y empecé a buscar en Google, hasta que por fin encontré un sitio llamado “Seguridad en la Ruta” o algo así. Apreté y enseguida empezaron a aparecer las imágenes más asquerosas que puedan imaginarse. De inmediato les grité a mis hijas que miraran para otro lado y cerré la página lo más rápido que pude.

Un par de semanas más tarde, la nieve me obligó a recluirme en mi claustrofóbico departamentito de dos ambientes en el sótano. Mi marido había tenido que viajar a otra ciudad y yo empecé a sentirme muy sola y muy triste, así que entré a un sitio de películas y traté de bajar una de esas películas “para sentirse bien”.

La película no se bajó, pero mientras estaba en el sitio, me di cuenta que había una sección ?x#¨/&: que era fácilmente accesible a cualquiera, lo cual incluye también a mis hijas.

Ese fue el momento decisivo. Ahí fue cuando me di cuenta de lo horrible y lo peligroso que es el internet. Yo podía arreglármelas (por lo menos, eso era lo que yo pensaba por esa época), pero ¿cómo iba a poner a mis hijos en una situación tan arriesgada, que con solo apretar un botón iban a estar expuestos a toda esa porquería? ¡Ni loca ni rayada!

Pero la gota que colmó el vaso fue el Facebook. Debido a que por aquellos días yo era muy “de la vanguardia tecnológica”, yo fui una de las primeras personas en tener una cuenta en Facebook. Incluso fui a un curso de Facebook para gente de negocios, donde nos enseñaron a apropiarnos de una enorme cantidad de información personal para nuestro propio beneficio, sin que el otro siquiera se diera cuenta.
Alguien muy molesto empezó a enviarme (junto con sus “amigos” de Facebook) todo tipo de mensajes odiosos acerca de su trabajo, su vida privada y hasta su sándwich favorito.

Me di cuenta de que o bien tenía que “desamigarme” de ellos –lo cual me parecía muy torpe y muy cortante- o bien iba a tener que dejar de usar Facebook y listo, para no tener más contacto con ellos. Gracias a Dios, opté por la segunda posibilidad y nunca más volví a mirar.
Hoy en día, cuando necesito internet, voy a la biblioteca de mi barrio. Me resulta especialmente interesante ver a los demás usuarios, que incluso antes de sentarse, ya agarraron el ratón como poseídos y empezaron a teclear en el botón de Chrome. Con los ojos totalmente vidriosos, da la impresión de que les “robaron el alma” y que como están en otra parte…

Horrible. Asqueroso.

Les puedo asegurar que al mirar a todos los otros adictos a internet en la biblioteca cada vez me dan menos ganas de agarrar el ratón y unirme a ellos, aunque sea una sola vez a la semana.

Para pensar…